Sombras en la Ciudad Luz: ¿Quién mató a Darbon?
Literatura

Sombras en la Ciudad Luz: ¿Quién mató a Darbon?

Lo único mejor que una buena novela de detectives, y esto es algo que demostró el ínclito Gilbert Keith Chesterton, son los cuentos de detectives. De Santis libra con soltura el debate planteado por la frase anterior al presentar una narración armada con relatos policíacos.

Pablo de Santis fue el primero de cinco autores galardonados con el premio Planeta Casa de América de Narrativa Iberoamericana en el lustro, no consecutivo a causa de un terremoto, que duró ese certamen.

El escritor bonaerense, nacido en 1963, ganó con El enigma de París, una novela negra particularmente esclarecedora acerca de las maneras en que llega a idealizarse el trabajo realizado por esos hombres ingeniosos, valientes y enigmáticos que se hacen llamar 'detectives'.

El lugar es París a finales del siglo XIX: una monumental torre en construcción y una aún más monumental exposición mundial en las semanas previas a su inauguración son los escenarios principales.

La acción, sin embargo, comienza en Argentina. Sigmundo Salvatrio, un hijo de zapatero, responde al anuncio publicado por Renato Craig, miembro fundador de Los Doce Detectives, asociación de mentes preclaras dedicadas a arrojar luz sobre oscuros crímenes.

Craig llama a aquellos interesados en aprender el arte investigador. Muchos jóvenes atienden la convocatoria, todos sospechan que Renato está buscando algo que nunca ha tenido y que lo diferencia del resto de la aguda docena: un ayudante, un adlátere (aquel que sigue a otro como si fuera su sombra).

La contienda no sólo implica aprender la teoría sino entrar de lleno a la práctica. La primera misión consiste en investigar a un recién llegado, el mago Kalibán, cuya presencia en otros puntos del mapa mundial ha significado o bien homicidios o bien desapariciones con tintes fatales.

Buena parte del alumnado participa de las pesquisas sin mucho ánimo. Conocen su lugar, un numeroso segundo puesto, a la zaga de Gabriel Alarcón, el aventajado, el preferido, el más parecido al maestro.

El desánimo entre los aspirantes es poca cosa comparado con la desazón causada por la súbita ausencia del estudiante pródigo. Todos menos Salvatrio abandonan el barco cuando incluso la ciencia de Craig se muestra inútil para dar con el paradero de Alarcón.

Dar con la respuesta genera pesadumbre, enfermedad y retiro, todo en el mismo recipiente. Su último caso impide a Renato acudir a la reunión de la sociedad detectivesca. Envía en su representación a Sigmundo sin más encomienda que entregar un mensaje y un arma.

¿NOVELA?

Lo único mejor que una buena novela de detectives, y esto es algo que demostró el ínclito Gilbert Keith Chesterton, son los cuentos de detectives. De Santis libra con soltura el debate planteado por la frase anterior al presentar una narración armada con relatos policíacos.

Imagínese por ejemplo que cualquiera libro protagonizado por el Padre Brown en lugar de fabulosas historias independientes ofreciera una lectura ligada por un solo caso, el mejor, cuya resolución nos aguarda al final de las páginas.

Otra forma de verlo es imaginar que Georges Simenon arma un sólo título en el cual el inspector Maigret concentra todo su saber en materia criminal, ilustrando cada idea con alguna experiencia y detallando cómo fueron adquiridos tan caros y útiles conocimientos.

Un ejercicio de ese calibre es el planteado por el bonaerense. Para ello, armó un contingente de perseguidores profesionales. Allí están los mejores de Alemania, Francia, Países Bajos, España, Portugal, Polonia, Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Grecia, Japón y Argentina.

Los Doce Detectives, con la baja de Craig y un adlátere de sobra, se reúnen y esto da lugar a un coloquio sumamente entretenido acerca del 'enigma'. Para el holandés Castelvetia, se trata de un rompecabezas; deben buscarse las piezas pequeñas, luego las imperceptibles y al final aquellas que ni siquiera con lupa se pueden observar. Magrelli, el Ojo de Roma, considera que no hay una revelación progresiva sino una acumulación de detalles y cuando se da un completo cambio de perspectiva aparece la figura escondida, la solución.

Tobías Hatter, detective de Nuremberg, piensa que la relación entre el enigma y su respuesta es la búsqueda del trazo más profundo en la pizarra de Aldino, mientras que el japones Sakawa define a los casos como páginas en blanco que los detectives llenan cada quien a su manera.

CAFÉ

La prosa, además de ágil, es abundante en frases que se degustan como sorbos de café.

Para describir el temperamento de los perseguidores profesionales a determinadas horas del día, el polaco Arzaky sentencia que “durante el día adoramos los silogismos, pero la noche es la hora de la metáfora”.

La docena eminente no es la única que brilla en el recital. Para muestra, los comentarios de un participante de la exposición mundial, un taxidermista molesto porque algún colega le robó y quemó su mejor trabajo: “En nuestro oficio, es el resentimiento lo que mejor se conserva”.

O qué decir de la forma en que se describe el aroma de un personaje femenino, La Sirena: “Olía a una mezcla de perfumes y el olor cambiaba paso a paso, como si se tratara de un complejo mecanismo, sustancias dormidas que de pronto despertaban siguiendo el estímulo de la luz o el paso del tiempo”.

La poesía también tiene lugar en esta narración que cumple con el requisito de complicar las cosas, vender al lector la pista falsa al tiempo que obsequia la auténtica, como recordándonos que el misterio de la caja no yace en el interior del acartonado paralelepípedo sino en las manos que prepararon el paquete y lo enviaron con nuestras señas.

De Santis trabajó como periodista y guonista de historietas. Es autor de las novelas La traducción, Filosofía y Letras, el Teatro de la memoria, El calígrafo de Voltaire y La sexta lámpara.

Sus obras han sido traducidas a los idiomas francés, portugués, alemán, checo, griego, holandés y ruso.

En 2013 publicó Crímenes y jardines, la segunda aventura de Salvatrio.

EL ARTE

El coloquio de los detectives deviene competencia cuando uno de sus elementos, el francés Darbon, cae en el cumplimiento del deber.

La urgencia de atrapar a la mente criminal se refuerza con un segundo homicidio y la sospecha de que habrá uno más.

Como los tiempos cambian y las empresas delictivas también, los investigadores debatirán un poco acerca de la conveniencia de incluir en la relación de sus mayores desafíos, junto a los “casos de cuarto cerrado”, la categoría de los asesinos seriales.

Durante la discusión, el británico Caleb Lawson se opone a ello y recibe un palo del holandés Castelvetia: <<... usted no quiere oír hablar de la serie desde “El caso del destripador de Londres”>>.

Sin embargo, el representante de Países Bajos tiene un secreto que amenaza su pertenencia al selecto grupo.

Las rivalidades, las envidias, los menosprecios, también son elementos importantes de Los Doce.

En la novela del argentino, París todavía no es la Ciudad Luz. Sus rincones sórdidos y excéntricos contribuyen a enredar una cuestión que, de tan prístina, cala hondo en el espectador a golpes de 'no lo vi venir'. El autor acierta al utilizar el lado hermético de la poesía para ordenar un coas bien organizado.

Los amantes del relato policíaco encontrarán que este divertimento retribuye al lector sobradamente gracias a su seriedad. La tomadura de pelo contemporánea, cuando se hace con premeditación, alevosía, y un ingenio a la altura de los insignes predecesores, no hace sino aumentar la adicción a este género.

El Enigma de París significa, para quien intenta armar el rompecabezas, convertirse en el adlátere del argentino, aportar el contrapunto ingenuo y relatar a otros el proceso, la gimnasia cerebral, que despojó al criminal de todos sus velos.

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