Yo no tengo pasatiempos, no escribo un diario y no podría escribir a diario, pero algo que disfruto plenamente es prender un carbón, y no me refiero al hecho de encenderlo sino a los preparativos que esto conlleva, me gusta ensuciarme las manos, tomar primero los trozos más grandes y colocarlos como base, para luego, lentamente y con paciencia, ir disponiendo cada pieza en su lugar hasta llegar a formar un pequeño volcán en cuyo centro se puede colocar lo que los hombres del campo llaman “lámpara” o la fuente del fuego. Los puristas hablan de prender todos los carbones con ocote, otros con servilletas y aceite y otros con algodón y alcohol pero estoy seguro de que ninguno de los anteriores está de acuerdo en prender un carbón con doritos porque es equivalente a usar la temible secadora del pelo o el abanico de piso.
Los que somos norteños, sabemos que aquí no hacemos carne asada, ¡aquí prendemos carbón! que chido que cada día haya más personas, hombres y mujeres, tomando cursos de parrillería como ahora le llaman a lo que a muchos nos enseñaron nuestros padres, tíos y abuelos, que bueno que se prenda un carboncito los fines de semana y que la convivencia dure lo que dura la lumbre prendida. Es maravilloso ver a familias y amigos reunidos alrededor de la cultura de la carne asada pero a mi lo que más me gusta de todo es prender el carbón, en vez de parrillero yo más bien soy carbonero.
Alguien me dijo alguna vez que hacer carbón era, junto con el de piscar orégano y hacer ladrillos, uno de los trabajos más pesados y mal pagados que podía haber, que se hacía de manera industrial o a mano, apagados los leños con agua o con tierra y que la diferencia entre estos procesos abonaba a la formación de pavesas, nombre con el que se conoce a los diminutos trozos ardientes que ascienden en el fuego y que aquí algunos les decimos lumbritas.
Recuerdo el olor de los primeros carbones de mi vida, el ambiente que se vivía era completamente diferente al de ahora, en aquel entonces era aceptado que se bebiera y se fumara en presencia de menores (¿a ti no te encargaron un cigarro ya prendido?), el ruido de la ciudad era mucho menor, las tardes eran apacibles y la gente salía a caminar, las casas no tenían mayor medida de seguridad que el tejido social y la vida era más tranquila.
Con unos trozos de carbón encuentro buena razón para olvidarme de problemas y dedicarle tiempo y cariño a esa actividad nada más, sin interrupciones y en paz.
Me gusta cocinar con leña y con carbón porque ninguno de los dos métodos es sencillo ni rápido, el tiempo es el elemento que falta en la modernidad, se reduce y se acorta y nos fragmenta la experiencia haciendola cada vez más pequeña.
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