El asalto de las imágenes en Internet
Ciencia

El asalto de las imágenes en Internet

El entorno digital como mediador de nuestras relaciones sociales

El hacer ver, el continuo mostrar, nos obliga a reconocer que, en efecto, nuestro mundo es “publicitario por esencia”. No de manera desacertada se ha denominado “sociedad de la exposición” a la nuestra, caracterizada por una impresionante sobreabundancia de imágenes, por una desmesurada inflación icónica.

Juan Martín Prada

Hace no muchos años, era común que navidades, cumpleaños, bodas, viajes y reuniones familiares convivieran anacrónicamente dentro de álbumes fotográficos. Existía cierta solemnidad en la preservación de estos recuerdos.

Más que imágenes, las fotografías que muchas familias guardaban antes de la aparición del Internet eran realmente memorias impresas en rectángulos de papel brillante.

Esto no ha cambiado. Los retratos que atesoramos, ya sean digitales o analógicos, siguen teniendo el poder de llevarnos temporalmente a otra época, de revivir y recordar.

No obstante, lo que sí ha cambiado es el carácter que las imágenes han tomado en la era digital, así como la manera en la que consumimos y nos relacionamos con ellas, especialmente frente al contexto hipermediatizado que vivimos en la actualidad y donde la comunicación parece haber dado un vuelco preeminente hacia lo visual.

Emojis, memes y selfies son sólo algunos de los formatos que la imagen ha tomado para asaltar nuestra mirada. Basta con entrar a cualquier red social o echar un vistazo a las carpetas de fotos de nuestros celulares y aplicaciones de mensajería para darnos cuenta de la cantidad de imágenes que consumimos con regularidad.

Seguramente encontraremos docenas de versiones de la misma selfie y un sinfín de memes organizadas en un mosaico de atiborramiento barroco.

Decenas de personas se amontonan frente a la Mona Lisa en el Museo Louvre en París, Francia. Foto: Gettyimages

Se podría argumentar que esta transformación en nuestra mirada comenzó con la misma aparición de la fotografía. Decía Walter Benjamin en su famoso ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica que la masificación de la fotografía y su capacidad para reproducir imágenes habían atrofiado el “aura” de la obra de arte, es decir, ese irrepetible halo de originalidad y singularidad que rodeaba a las piezas pictóricas por ser únicas e irrepetibles.

Esto es debatible ya que, aunque una simple búsqueda en Google nos arroje un sinnúmero de reproducciones digitales de la Mona Lisa, todavía podemos ver a miles de peregrinos hacer fila todos los días en la entrada del Museo de Louvre para atestiguarla personalmente, no importa que sea desde lejos y a través de un grueso cristal.

Lo cierto es que la reproducción de la imagen se ha convertido en la norma y, en algunos contextos, como en el de los creadores de memes, su valor se hace explícito no por la calidad estética de la imagen como tal, sino por su capacidad para hacerse viral.

EL CAMINO DEL MEME

Esta condición de consumo sistemático e hipertrofiado de las imágenes es resultado del exponencial avance en las tecnologías digitales.

Si hace 50 años era necesario contar con conocimientos técnicos especializados en fotografía, iluminación, exposición, edición y revelado (¡hasta un sentido básico de química era requerido!), ahora todos esos procesos han sido automatizados para ponerse al alcance de unos cuantos clics y ademanes del pulgar.

Este fenómeno, aunado al carácter público de la red, donde se nos exige extender nuestras personalidades hacia los ambientes virtuales a través de los perfiles de las redes sociales o de los avatares en los videojuegos en línea, ha provocado que podamos tomar una imagen con nuestro celular de una resolución impresionante, editarla al momento mediante el uso de filtros predeterminados pero altamente personalizable y, además, compartirla instantáneamente en la red para que pueda ser consumida y desechada por los ojos conocidos o extraños que habitan en la red.

Pero la imagen en Internet es más que una simple fotografía. Tomemos el caso del emoji, o el emoticon, como se le conocía en los primeros servicios de chat. Debido a su simpleza iconográfica, el emoji es un recurso visual que permite abreviar la comunicación de emociones o situaciones mediante la reducción de la imagen a su forma simbólica más elemental.

Algunos han argumentado que el emoji podría compararse relativamente con los jeroglíficos que las civilizaciones antiguas utilizaban para registrar fonemas o logogramas.

Dado su carácter polisémico, el emoji ha traído nuevamente la imagen al reino de la escritura, especialmente en idiomas no iconográficos como el inglés o el español (a diferencia del kanji japonés, por ejemplo), generando a su vez fenómenos como el poemoji (poesía escrita con emojis) o el uso intertextual del emoji cuando se sobrepone a otra imagen, como sucede comúnmente en los memes.

En este sentido, el emoji tiene la capacidad de expresarse como imagen o como escritura, aumentando los alcances de ambos medios de la comunicación. Aun más, este fenómeno se ha extendido con la creación de los stickers en aplicaciones como Whatsapp o Telegram, que posibilitan al usuario crear sus propios emojis, personalizarlos y compartirlos en los grupos de chat.

Poemoji de Dante Tercero. Su proyecto fue apoyado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.Foto: poemojis-fonca.tumblr.com

De manera similar, están los memes. Para recordarle al lector, la palabra “meme” es un neologismo acuñado por el biólogo evolucionista Richard Dawkins y que se refiere a la transmisión de la cultura en la sociedad a partir de unidades de información fácilmente imitables, tal como sucede físicamente con los genes, palabra de la cual hace analogía.

Pero, en su acepción coloquial, comúnmente se relaciona la palabra meme con alguna imagen o video gracioso que se comparte en la red. Gracias a la flexibilidad de su formato y la facilidad para su creación (cualquier persona puede hacer un meme con mínimas herramientas, incluso hay servicios en línea donde pueden ser creados al instante), el meme se ha convertido en el vehículo predilecto para la sátira, la reflexión o el comentario de eventos coyunturales, muchas veces en tiempo real.

Por ello no sorprende que incluso antes de que se termine un importante partido de futbol, un debate entre políticos o cualquier otro tipo de suceso, ya existan miles de memes dispuestos a ser compartidos y replicados.

Como se afirmó previamente, el meme sobrevive de la viralidad y su valor se rige por lo acertado de su comentario y el alcance que puede alcanzar en la red.

A pesar de su aparente carácter de entretenimiento, la importancia del meme no debe ser tomada a la ligera. Como muestra, está la existencia de grupos enteros de personas en varias redes sociales que se dedican a crear memes, imprimiendo su propio estilo visual y de comentario cultural.

Por otro lado, el significado de la palabra meme ha ido creciendo paulatinamente (o acercándose a su significado original para incluir también actitudes o personas mismas que por su carácter pueden ser considerados memes.

Por ejemplo, es común que en algunos foros en línea se refieran a una película, una canción, o al mismo Donald Trump como un meme. Por otro lado, existen estudios recientes que catalogan al meme como una nueva forma de arte digital.

Otro fenómeno que ha cambiado la manera en que producimos y consumimos imágenes es la famosa selfie, misma que ha pasado a cobrar un espacio preponderante en nuestra cultura visual.

De acuerdo a datos de Google, alrededor de 93 millones de selfies fueron tomadas diariamente del 2014 a la fecha. Otra encuesta mostró que 1 de cada 3 fotos que los jóvenes de entre 18 a 24 años toman, es una selfie

Si bien el autorretrato no es algo nuevo, ni en el arte ni en la fotografía, la sobresaturación de la imagen del Yo en los tiempos actuales puede ser entendido como un reflejo de la publicitación obsesiva a la que nos empuja la red.

Finalmente, el éxito de las redes sociales reside precisamente en que sus usuarios compartan y compartan contenido, no importa si es un autorretrato, una fotografía de lo que comen, del lugar en el que están o con quién están rodeados.

LA SEDUCCIÓN DEL INFLUENCER

En Internet, todo se reduce a su imagen. No solamente nuestros procesos comunicativos se han visto afectados, sino también nuestras propias representaciones en las redes sociales.

Las redes sociales son muestra de las dinámicas de velación y develación en las que incurrimos diariamente.

Esto significa que, ahora más que nunca, tenemos un control total sobre nuestra imagen, podemos diseñarnos, corregir y editar nuestra propia imagen y la de los lugares que habitamos para presentarnos de la manera que mejor nos parezca o, en su defecto, ocultarnos de la mirada de los otros.

Como afirma el investigador Javier Serrano-Puche: “Las peculiaridades del entorno digital potencian la capacidad del usuario de construir y representar un personaje, de presentar su identidad de manera controlada y selectiva, a fin de ofrecer una versión idealizada de sí mismo.

Dado que no se produce un encuentro cara a cara ni tampoco necesariamente el usuario se ve interpelado por la simultaneidad temporal que sí existe en las interacciones del mundo físico, aquél puede decidir qué, cómo, cuánto y cuándo revelar de su identidad.”

Jay Alvarez, influencer de Instagram dedicado a los viajes de aventura, posa sobre un calamar muerto. Foto: Jay Alvarez

Tal como si viéramos un reality show, debemos estar al tanto de que nada de lo que presenciamos en Internet es necesariamente real o auténtico. Al contrario, todas esas imágenes meticulosamente producidas y publicadas por los influencers en plataformas como Instagram seguramente han pasado por algún tipo de edición y selección que permite “estetizarlas”, es decir, hacerlas más bellas y seductoras ante la mirada de los espectadores.

Los influencers, y en realidad cualquier nativo digital que haya incorporado las tecnologías en su vida, sabe que la atención en el paso por la navegación en la red es minúscula, de modo que ha sido necesario implementar mecanismos para que estas imágenes puedan llegar al público deseado, ya sea por motivos de publicidad o por mera presencia, mediante la adopción de este tipo de herramientas estéticas que juegan con las dinámicas de la economía de la atención.

Sin embargo, el fenómeno de la “imagenificación” de la vida mediada por lo digital aun sigue en desarrollo.

Con la llegada de la realidad virtual y sus lentes que sirven como interfaz, la imagen ha dejado atrás su bidimensionalidad para convertirse en un verdadero ambiente virtual, un espacio habitable en todos sus sentidos.

Experiencias como la del juego en línea VR Chat nos presentan la existencia de mundos virtuales donde es posible vivir otra vida en primera persona bajo la imagen de un avatar, relacionarse con otras personas y participar en actividades comunes.

Esto ya sucedía antes, pero no a este mismo nivel de inmersión. Lo mismo sucede con el avance gráfico de las tecnologías digitales, que han posibilitado la creación de imágenes y renders tridimensionales que son réplicas exactas de la realidad.

Por poner un ejemplo, después del reciente incendio de la catedral de Notre Dame, muchos artículos reportaron sobre la posibilidad de usar los detallados mapeos digitales que se realizaron para la creación del videojuego Assasin’s Creed Unity, el cual está ambientado en París durante los tiempos de la Revolución Francesa. Estos modelos podrían servir para la reconstrucción de este tipo de monumentos.

Como podemos ver, lejos estamos ya de los tiempos en los que la imagen era venerada como un retrato solemne de la realidad.

Ahora, la imagen se ha convertido en un dispositivo mediador de las propias relaciones sociales que entablamos en la red.

Si bien la sobreabundancia de imágenes muchas veces puede presentarse como un ruido visual, lo cierto es que sin ellas no sería posible entablar relaciones a profundidad en Internet.

Quién sabe, tal vez la evolución de la tecnología digital nos traiga pronto algunas de las invenciones que hemos visto por tantos años en las películas de ciencia ficción. El tiempo dirá.

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