La eterna búsqueda en Eduardo Nachman
Entrevista

La eterna búsqueda en Eduardo Nachman

Es larga la carretera cuando uno mira atrás.

Sui Generis

Era la década de los setenta y la dictadura de Jorge Rafael Videla imperaba en Argentina. Ante los abusos, aglomeraciones de expresiones luchaban desde trinchera propia. Una de esas voces pertenecía a Gregorio Nachman (Buenos Aires, 1930), un apasionado del teatro que siempre trató temas políticos y sociales en sus obras.

Aunque la lucha de Gregorio iba más allá, pues buscaba llevar el arte teatral a rincones abandonados por el gobierno, como barrios y prisiones. “Si la gente no iba al teatro, el teatro tenía que ir a la gente”, solía decir.

Asentado en Mar del Plata, adquirió el Teatro de la Comedia, un pequeño foro en un sótano de la avenida Rivadavia. Su actividad como productor, director y actor lo convirtió en pionero de las artes escénicas marplatenses; no porque no existieran antes, sino porque logró dotarlas de un perfil. Ante los problemas sociales, el arte fue su principal línea de ataque contestatario.

En consecuencia, su intromisión artística no era del agrado de Videla y allegados. Las amenazas hacían rondines en cada estreno de sus obras (algunas veces en forma de pastillas de gamexane lanzadas al público). Levantar el telón en las calles era un acto revolucionario que desnudaba la injusticia vivida en el país. El régimen, ebrio de miedo, sentía tambalearse al ritmo de cada crítica política.

El 19 de junio de 1976, un sábado antes del Día del Padre, la dictadura decidió ir por Gregorio y colocarle una mordaza a su voz. El dramaturgo se encontraba junto a su esposa en una oficina de la avenida Colón. De ese lugar fue extraído y subido a un Peugeot verde claro, junto con el actor Luis Conti. Hasta ahora el rumbo que tomaron es desconocido, pues pretendieron borrarlos, como si se tratasen de errores en un guion que no debió montarse.

Eduardo Nachman, su hijo mayor, fue avisado del suceso y acudió a la Comisaría IV de Mar del Plata. Allí preguntó por su padre y la respuesta de un oficial rayó en la burla: “¿Nachman? ¡Ah, judío! ¡Ah, el artista! ¡Ah, puto! ¡Y encima zurdo! ¿Entonces para qué buscan?”.

Desde aquel día comenzó el calvario. Amenazado y con el teléfono intervenido por una voz que le exigía guardar silencio, Eduardo tuvo que exiliarse, sobre todo internamente.

Foto: EFE

La odisea de su lucha se narra en un mar de sangre donde 30 mil argentinos, entre ellos su padre, fueron desaparecidos. Allí, la injusticia trató de ahogar los gritos de reclamo con detenciones, extorsiones y torturas.

Cuando Eduardo Nachman volvió a Mar del Plata, su lucha contra los genocidas de la dictadura se intensificó. En su desesperación desistió de tomar el tren subterráneo y trasladarse en transporte colectivo, por si un día lograse ver a su padre tras el cristal de la ventanilla.

Poco a poco, la búsqueda arrojó testimonios que aseguraron haber visto a Gregorio Nachman en uno de los tantos campos de concentración ilegales. Gracias a esas aportaciones se logró juzgar a algunos genocidas como Miguel Ángel Etchecolatz.

En 2017, como parte de su búsqueda, Eduardo Nachman escribió junto a Viviana Ruiz la obra Gregorio por Nachman. Por esta puesta recibió el premio Estrella de Mar. En la ceremonia el elenco subió al estrado y se manifestó por los desaparecidos y la crisis cultural en Mar del Plata.

Hace 42 años mi viejo ganó el primer Estrella de Mar. Por él, por Luis Conti, por Carlos Waizt, por todos los actores desaparecidos, por los 30 mil compañeros detenidos y desparecidos”, exclamó Eduardo Nachman en aquel momento.

Ahora Gregorio por Nachman ha dejado el escenario fijo para convertirse en un documental. Eduardo se encuentra en el norte de México. Entra en una librería de Torreón donde proyectará el filme. Lo acompañan Silvia Ortiz y otros integrantes de Grupo VIDA que, a herida abierta, aún buscan a sus desaparecidos en La Laguna.

Eduardo se abre paso entre libros. Sus ojos exigen justicia. El dolor cuelga en su pecho y da forma a una fotografía de su padre. El recuerdo emana su fulgor grisáceo. En la imagen, Gregorio Nachman mira inmortalizado hacia un horizonte, con el rostro descansando en su mano, como si esperase, en un punto que parte a la eternidad, lo mismo que espera su hijo.

¿Cuál es el dolor que se despierta en Argentina cuando se menciona el Proceso de Reorganización Nacional?

El Proceso de Reorganización Nacional fue nombrado por la propia dictadura, para nosotros es la Dictadura Cívico-militar y Eclesiástica. Sus integrantes son el peor recuerdo. Felizmente los juzgamos. La justicia les dio penas. Jorge Rafael Videla, quien fue el jefe de la primera junta de gobierno de la dictadura, murió en la cárcel, en un inodoro. Y nosotros les deseamos la mayor vida posible a los genocidas, pero en la cárcel… que se pudran en la cárcel.

Foto: Joel Mendoza

Videla solía comparar las peores pestes del mundo con las personas que no simpatizaban con su régimen, ¿por qué llegó al punto de las desapariciones para atentar contra sus detractores?

La perversión no tiene límites. El Plan Cóndor de las dictaduras militares diseñadas por Estados Unidos, en principio lo que hicieron fue (por ejemplo, en la dictadura de Brasil o de Uruguay) generar presos políticos. O sea, no solamente disolver las instituciones constitucionales. En Chile ya hubo fusilamientos y algunos desaparecidos. De alguna manera encontraron la forma más perversa, porque no solamente hace víctimas a las víctimas directas, sino que la desaparición forzada de personas mantiene el núcleo social y familiar pendiente del desparecido; es una extorsión. En Argentina desarrollaron esa forma represiva. Hubo 30 mil detenidos desaparecidos, casi todos en dos años y medio en una población de 24 millones de habitantes, lo que agrava más como cifra, estadísticamente. Esa experiencia, lamentablemente, sirve para la desaparición de personas, no solamente en Argentina, donde ha disminuido muchísimo, sino que se ha agravado en muchísimos países como Honduras, Guatemala, Colombia y en México también. La desaparición forzada de personas es el más siniestro y más perverso de los métodos represivos porque eso implica también la tortura, no solamente al desaparecido, sino también es una tortura permanente a los familiares, a los amigos, a los compañeros.

¿Los medios de comunicación de la época eran críticos con la situación?

Una cosa son los medios de comunicación y otra cosa son las empresas de comunicación, quienes generalmente estuvieron con el gobierno o con los gobiernos de turno. Nosotros nunca confiamos en los medios, siempre confiamos en nuestras propias fuerzas y cuando empezaron los medios de comunicación alternativos, hace 30 años, los empezamos a usar porque son compañeros.

¿Cómo era la trinchera en la cual luchaba su padre?

Mi papá era un tipo de teatro, un productor cultural, un militante de la cultura. Su arte fundamental era el teatro, pero en su teatro había danza, música, cine, exposiciones. El teatro era político también. Con su desaparición también desapareció parte del teatro en Mar del Plata, donde desarrolló gran parte de su carrera. Mar del Plata queda a 400 kilómetros al sur de Buenos Aires. Él empezó haciendo teatro en Buenos Aires. Nosotros, de alguna manera, los familiares de la víctimas, encabezados fundamentalmente por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, posteriormente por la asociación HIJOS (que integro), nos hacemos cargo de ese dolor transformando el dolor en lucha. No nos deja de doler, pero juntándonos hacemos el reclamo creativamente, resistiendo y cuidándonos, pero en conjunto.

¿Qué sucedió el 19 de junio de 1976, el día de su secuestro?

Fue un operativo militar en la casa donde vivíamos. Mi papá de casualidad no estaba ahí, estaba con mi mamá y mi tía en una oficina. En la casa estaban mis hermanos menores y mis primos más menores aún. Allanaron la casa con mis hermanos adentro y fue muy violento. Eran chicos y les apuntaron con armas largas, hasta que se enteraron de que mi papá no estaba ahí, de que estaba en la oficina. Lo fueron a buscar y de ahí se lo llevaron. A partir de ese momento tuvimos el teléfono intervenido, militares que estaban vigilándonos. El teléfono intervenido nos decía que mantuviéramos el silencio. Así aparece como preso ilegal. En ese momento no sabíamos lo que era un desaparecido, eran “presos ilegales”.

Foto: Cortesía de Eduardo Nachman

Usted y su familia tuvieron que exiliarse, ¿cómo se sobrevive en esa situación?

El exilio, fundamentalmente, fue interno. Yo no tenía mi apellido, no tenía mi nombre y vivir fue muy duro. Además con la angustia de: “¿Qué le estarán haciendo a mi papá? ¿Dónde está? ¿Cuándo lo van a legalizar?”. Entonces, de mi exilio interno regresé rápidamente porque, al ser mi papá una persona pública, iba a haber más chance de que apareciera, pero finalmente eso no ocurrió.

Otros grupos han luchado por la causa de los desaparecidos en Argentina; por ejemplo, las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo. ¿Qué relación tiene con estas organizaciones?

La lucha, la lucha contra la impunidad, fundamentalmente. Las Madres siguen marchando, siguen haciendo la ronda, a pesar de que muchas están muriendo, casi todas tienen más de 85 años. Y seguimos la lucha por la coherencia de las Madres. Desde la agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS), nosotros resignificamos los “escraches”, que son movilizaciones hechas frente a la casa de los genocidas impunes, con la consigna de que si no hay justicia legal haya condena social. Así hemos logrado que, muchas veces, los jueces determinen que los genocidas tengan que ser juzgados y después que muchos de ellos no estén en prisión domiciliaria.

¿Qué es lo que han dejado activistas como Chicha Mariani y otros que han muerto sin encontrar a sus seres queridos?

Fundamentalmente el legado de la lucha y no desfallecer, no abandonarla. Las Madres dicen que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”. Nosotros seguimos luchando, honrando la memoria de nuestros desaparecidos.

¿Cuál ha sido la postura del gobierno de Mauricio Macri respecto a estas desapariciones, tomando en cuenta que Donald Trump le entregó archivos sobre la dictadura de Vitela en 2017?

Nosotros siempre, con todos los gobiernos, reclamamos que se abran los archivos, cosa que ningún gobierno ha hecho. El de Macri no iba a ser la excepción: un gobierno de derecha, donde no abrió los archivos y donde no los va a abrir. Tampoco confiamos en que los abra el próximo gobierno. Nuestra lucha sigue a pesar de los gobiernos. Por otra parte, durante el mandato de Macri lo que se ha hecho es desvalorizar los juicios que venían muy de apoco, a cuenta gotas, y más lentamente con este gobierno; menos presupuestos, menos infraestructura para la investigación, más al servicio de la impunidad.

Foto: Cortesía de Eduardo Nachman

¿Cuál es la diferencia entre las desapariciones ocurridas en Argentina y lo que actualmente sucede en México?

La mayoría de las desapariciones acá no tienen que ver específicamente (no todas) con cuestiones políticas. Pero es política cuando el gobierno no juzga a los culpables, no los encuentra y se escuda con las excusas lógicas de la trata de personas, del narco o de las víctimas convirtiéndolas en victimarios. Eso es el molde propio del poder. Me parece que lo importante es juntarse para reclamar el fin de la impunidad. Es la impunidad la que permite que las desapariciones sigan.

¿Cómo fue el proceso para realizar el documental sobre la desaparición de su padre?

El proceso fue bastante sencillo, inicialmente, porque tenía los testimonios y tenía que hacer una agenda. Inicialmente fue filmada en cinco días. El asunto fue después de la filmación, que estando en proceso de edición, muchos amigos y compañeros quisieron dar testimonios y eso se sumó. Después me citaron para declarar contra el genocida Miguel Ángel Etchecolatz, responsable del centro clandestino de detención donde, según los testimonios, estuvo mi papá. Eso también está filmado, aun con celular. Y el asunto es que después, a los 15 días después de yo estar declarando, le dan prisión domiciliaria. Etchecolatz tenía seis condenas a cadena perpetua y los jueces le dieron prisión domiciliaria. Entonces, inmediatamente hicimos un escrache, que también está filmado, y después la película se terminó de filmar cuando pusimos una baldosa recordatoria donde estuvo el teatro de mi papá, en la vereda. Así que ese fue el trabajo de filmación. El problema fue la edición, que fue muy compleja. Gracias a Silvina Stirneman que puso su compromiso, su voluntad y su talento. Así salió este documental, con un formato de una hora. Así lo estamos proyectando en muchos lados del mundo.

¿Cómo ayuda el medio fílmico a la visibilización de estos sucesos?

Precisamente lo que permite el documental filmado es la multiplicación. Algún día se verá en la televisión, no sabemos. La diferencia con el teatro es que éste es una experiencia directa muy fuerte, es efímera pero eterna, según la definición del teatro. Pero la filmación permite esta posibilidad de ir multiplicando la construcción colectiva de la memoria de mi papá y de tantos otros, como los 30 mil en Argentina que tienen que estar presentes, de los cientos de miles de desaparecidos en toda América.

Sui Generis fue una banda que debutó en el teatro de su padre, una de sus canciones recita que “es larga la carretera cuando uno mira atrás”. ¿Qué falta trabajar en esta lucha a más de 40 años de haberla empezado?

Falta fundamentalmente que todos los genocidas, todos, estén en la cárcel. No solamente los de mi papá. No solamente los del compañero Luis Conti, que secuestraron con mi papá, sino de mis amigos, de mis 30 mil compañeros desaparecidos en Argentina. No queremos impunidad y contra esa impunidad seguimos luchando. Cuando nos preguntan que hasta cuándo, respondemos sin dudar, como dijo otro argentino: “Hasta la victoria siempre”.

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