Las Habanas de Machado Vento
Entrevista

Las Habanas de Machado Vento

La Habana posee un mosaico de carácter polifónico, pues habla un mismo idioma en voces distintas. Con esas cadencias, recita su historia en los versos de José Martí y Virgilio Piñera, y luego recibe el canto que le dedicó el grupo Los Zafiros al reunirse con su mar en cada oleaje. Por eso, La Habana es un cúmulo de rumores históricos, narrados sobre esos viejos edificios que erosionan ante el Caribe en una esperanza de progreso.

Esta ciudad de luces y sombras, de sones y silencios, de ausencias causadas por la migración y perspectivas redactadas por el embargo económico, de ron, guaguancó y santería, imprime sus distintas facetas en Las noventa Habanas (Katakana Editores, 2019), un compendio de cuentos redactados por la escritora Dainerys Machado Vento y acompañados por las fotografías de Eduard Reboll.

Nacida en La Habana en 1986, Machado Vento se crió durante el Periodo Especial, nombre con el que se le conoció a la crisis económica que azotó a la isla de Cuba tras la desintegración de la Unión Soviética en 1991. Para la escritora, este episodio de la historia cubana sólo podía vivirse desde la ingenuidad, para más adelante poder tomar conciencia de él y reconocerse como sobreviviente.

Así, la vida le permitió cursar la universidad para después viajar a México y realizar una maestría en el Colegio de San Luis. Escribirle a La Habana desde la lejanía sería una necesidad que la acompañaría también en su traslado a Miami (urbe con alta concentración de migrantes cubanos) donde actualmente estudia un doctorado en la University of Miami y en la que pudo reencontrarse con el “cubaneo”, una actitud ante la vida que reúne todo lo expresivo del ser cubano. Debido a esa solidaridad entre sus compatriotas, Dainerys afirma que no ha perdido contacto con su raíz, además de que suele visitar la isla constantemente.

Como miles de cubanos, a la narradora le tocó nadar entre sus circunstancias y mantenerse a flote de manera inconsciente. Pero sus personajes se desmarcan del pesimismo, pues desde el humor y la ironía relatan situaciones con la perspectiva femenina de lo cotidiano.

Para Machado Vento, existe un mito sobre la literatura cubana donde algunos escritores han sentenciado que sólo se puede escribir sobre Cuba estando en la isla, una idea que se ha repetido hasta el cansancio en el mainstream, pero a la que Dainerys enfrenta con una máxima: escribir desde la honestidad, desde sus recuerdos, sus vivencias y su infancia.

Foto: Cortesía de Dainerys Machado

¿Cuál ha sido la narrativa de crecer durante el Periodo Especial?

Crecer durante el Periodo Especial creo que es lo menos difícil que le podía pasar a alguien que vivía en Cuba, porque crecer durante el Periodo Especial es estar en un momento de ingenuidad, en un momento muy difícil de la vida pero del que se toma conciencia después. Es vivirlo de la única manera posible, desde la ingenuidad, para después mirar hacia atrás y darte cuenta de que eres un sobreviviente; algo que en realidad no supiste durante toda tu vida. Mientras creces te vas dando cuenta de que hay personas a tu alrededor que perdieron la cordura. Te vas dando cuenta de que un tema muy común es la comida y no porque haya abundancia, o porque uno esté decidiendo qué va a comer, sino por su carencia. Entonces cocinar se vuelve inventar y se comparte la carencia. Cuando te das cuenta de la forma en que eso transcurrió, también te das cuenta o te explicas ciertos desapegos, ya como adulto, que tienes hacia ciertas cosas materiales. En algunos funciona como apego, en otros funciona como desapego. Y es eso: crecer de modo sobreviviente pero sin saberlo.

Algunos de los cuentos de Las noventa Habanas ocurren en ese periodo, allí también compartes la idea de que la ciudad es una misma con su mar, ¿qué distintos rostros, tanto líquidos como terrenales, podemos encontrarle a La Habana?

Hay un personaje que se repite mucho en los cuentos de Las noventa Habanas que se llama Virgilio Piñera, un escritor cubano que tiene un poema maravilloso llamado La isla en peso y éste empieza con ese verso que dice: “Las malditas circunstancias del agua por todas partes”. Entonces es también como una visión de la ciudad a partir del mar. Creo que una de las características de vivir en una isla es que adonde quiera que uno vaya se encuentra al mar; sin duda, es uno de los rostros de la ciudad. Y de los terrenales… pues la gente, su calidez, que no siempre funciona para todo el mundo como atractivo. Hay personas a quienes les he escuchado hablar cosas muy crueles de los cubanos, a partir de la precariedad que existe en las personas, pero a la vez existe mucha gente que se siente atraída por la personalidad de los cubanos y las cubanas.

Existe mucho mito en torno a La Habana. Mencionabas que no tratas de abordar los temas desde un sentido trágico, sino que añades un tono humorístico sin restarle seriedad a la narrativa.

El problema es que abunda este discurso de “¡estamos en lucha” que en Cuba ha primado, que constantemente estamos en crisis, que siempre estamos luchando contra un enemigo, contra la precariedad o contra el hambre. Y pues claro que ha tenido impacto en cómo nos narramos y contamos a nosotros mismos. Creo que dado este punto, es necesario revisar y burlarnos un poco de nuestra historia nacional. El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia es una gran muestra de eso: no porque te estés riendo de las cosas o de las circunstancias, estás haciéndolas menos. A veces desde la risa es donde más notas los problemas y las crisis. A veces es necesario reír porque la vida es una sola.

Fotografía de niño frente al malecón de la Habana, tomada en el Periodo Especial de los años noventa. Foto: Flickr / Thomas Weiler

A excepción de un relato, los cuentos de tu libro están narrados desde una voz femenina. ¿Qué lugar ha tenido la voz de las mujeres en la literatura cubana?

Es un buen momento para esa pregunta a nivel incluso regional en Latinoamérica e internacional. Francine Maciello, una académica argentina, tiene una teoría que a mí me encanta: “En momentos de crisis, las voces que siempre han estado relegadas son las que emergen”. Ella lo analiza en el siglo XIX latinoamericano, cómo en los momentos de las revoluciones las voces femeninas logran encontrar espacios que antes no tenían. Y en Cuba pasó lo mismo: en el Periodo Especial de los años noventa, las voces femeninas lograron acaparar espacios que antes no habían tenido por diferentes circunstancias. Es decir, se cumple otra vez que en el momento de crisis estas voces relegadas logren tomar un espacio principal a nivel social y en el imaginario de la nación. Siento que vengo de esa tradición donde las mujeres han luchado por una voz, pero también han logrado conseguir esos espacios. No ha sido fácil, pero hoy mismo cuando tú preguntas por dos o tres escritores cubanos, siempre se va a mencionar a una mujer, para bien o para mal. Nos guste o no la narrativa de esas figuras femeninas, hay al menos el nombre de una mujer en esa visualización de la narrativa cubana. En este mismo proceso, tienes hoy a narradoras como la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, tienes autoras en Argentina que están visibilizando esta altura a nivel regional. Creo que es una pregunta muy buena; venimos desde esta tradición y a la vez en crisis, como dice Maciello, logramos tomar estos espacios que en algún momento nos fueron negados.

¿Cuál es el son que toca la infancia en la primera parte de tu libro?

Cuando empecé a escribir el libro tenía claro que quería crear este universo habanero polifónico donde hubiese voces de todo tipo, luego me di cuenta de que había un grupo de historias contadas por niños, niñas y adolescentes, y lo que hice fue armar el orden de los cuentos en un sentido de edades. Esos primeros cuentos son narraciones de niñas o niños, o contados, porque a veces las voces no son infantiles por sí mismas. A veces las voces están en el recuento. Por ejemplo, La vidente, que es un cuento muy sencillo pero que a las personas les ha gustado mucho, está contado desde el pasado, cuando eran chiquiticas; es un pasado que ya terminó pero que está contando una historia infantil. Es inevitable esa presencia de la infancia porque si yo me acercaba a los noventa, por mucha investigación que hiciera, por mucha que documentara la época… la viví como una niña. La mira más auténtica de los cuentos quizá está en esas voces infantiles precisamente por eso, porque esas son las que reflejan quién era yo en el periodo que el libro trata de recrear.

Foto: Flick / Christian Perez Photography

Y es algo que has mencionado, que tratas de escribir sobre La Habana desde la honestidad.

Sí, es que a mí me preocupa mucho qué imagen estamos dando de nosotros mismos. Creo que también tiene que ver con mi experiencia en México y otros países. Cuando tú visitas otras naciones, hay este sentido de orgullo que tiene la gente sin importar la clase social, o si son más pobres, pero la gente no está todo el tiempo mirando hacia lo malo. Incluso los mexicanos si se reúnen y se toman tres cervezas es inevitable que empiecen a criticar al gobierno y lo que sea que esté pasando, pero hay un sentido de orgullo y a mí me preocupa mucho qué estamos contando de Cuba. Porque al final, sea lo que sea que esté pasando en Cuba, es responsabilidad de todos. Cambiar el sistema o mantener el sistema es responsabilidad de todos. Por eso es que trato de escribir desde la honestidad, por eso me preocupa lo que digo y por eso trato de no jugar con el mainstream. Si a las grandes editoriales no les interesa lo que estoy escribiendo, pues está bien, no pasa nada. Para mí es la honestidad lo que importa.

Sobre esa honestidad, ¿qué papel juega el amor en el cuento de La hipócrita?

Creo que el amor juega todo el papel. Es un cuento que está basado en el amor porque una de las ideas que hay sobre la infancia es que a esa edad no se ama y yo considero que sí se ama, que se pueda explicar con las palabras que nos dicen los adultos es otra cosa. Los amores más lindos de cada persona están en la infancia. Creo que es una pregunta muy bonita, porque sí, porque La hipócrita es una historia de amor o de desamor.

Respecto a City Hall, ¿qué representan estos edificios que han sido testigos de la historia de La Habana?

Sin duda son una gran metáfora de la historia de Cuba. El City Hall es un edificio que está en los límites entre lo que es una zona militar y una zona de viviendas irregulares. Y actualmente es un lugar destruido donde funciona una sala de videos. Imagínate, ¡una sala de videos VHS o Betamax en pleno siglo XXI! Fue alguna vez sede de un grupo de teatro local, pero es imposible, porque es un lugar completamente destruido por dentro. Por fuera existe toda esa historia arquitectónica, todo ese intento del edificio por mantenerse, pero por dentro está clausurado con los cristales rotos. No es para nada uno de los edificios más valiosos de La Habana pero eso se repite, es una forma de historia que han sufrido los edificios en Cuba. Los cines también han sufrido mucho el abandono. Esos cines en La Habana, como en muchos países latinoamericanos, tenían un papel fundamental. En los cines de barrio, los domingos era el espacio al que la familia iba completa. Esos cines se fueron reduciendo, algunos se fueron adaptando como teatros locales y eso. Pero en la actualidad la mayoría no funciona y eso ha sido algo de lo que se ha hablado muchas veces, porque imagínate ¿qué representa que un país que tenga un sistema cultural ya montado, donde lo que tiene que hacer es mantenerlo, lo deja destruir? Entonces, actualmente, una ciudad que tenía una de las principales redes cinematográficas del continente, pues está convertida en un espacio donde la mayoría de los cines están destruidos y los que quedan en pie, que son como los grandes cines, están en condiciones bastante precarias.

Foto: Archivo Siglo Nuevo

Tienes otro cuento titulado La nada, ¿qué se esconde detrás de la palabra “nada” que emite la voz femenina latinoamericana?

Yo creo que todo, creo que la respuesta sería esa: ¿Qué se esconde detrás de nada? Todo. Todo el sentido que uno le quiere dar a la palabra, pero también lo que se quiere ocultar a nivel personal, político, humano y social. Cuando uno tiene tantas cosas qué decir o tantas cosas qué expresar, casi siempre tiende a decir nada; es una forma de evitar eso que se siente. De hecho es una palabra que se repite bastante en el libro, no sólo en ese cuento. Lo que simboliza es precisamente eso: detrás de esa nada hay tantas cosas que a veces son inexplicables, y que la única manera que uno tiene de verbalizarlo es decir: “Nada, no pasa nada”.

En ese mismo relato, la protagonista narra la muerte de un familiar: “El abuelo se ha ido para siempre de un país en crisis”. ¿Cuál es la perspectiva de las personas que se quedaron en la isla a la espera del progreso prometido?

En primer lugar, cuando cualquier migrante se va, su familia se compone en torno a su ausencia. Y de alguna manera muere, porque uno regresa y se da cuenta de que la familia funciona perfectamente sin ti, y tal vez hasta mejor porque son menos y ahora se entienden más. Creo que es una manera de también hablar de la migración desde esa ausencia que está a propósito. Digamos que esa familia recompuesta alrededor de la ausencia, duplica esa sensación de que el ausente no hace falta ahí. Entonces, cuando empiezas a analizar las diferencias generacionales, para algunos de los migrantes de mi generación, regresar a Cuba y ver a la familia es un momento de suprema alegría pero a la vez es un momento de incomunicación, porque no puedes hablar de ciertos temas con esas personas. Esas personas a las que adoras tienen una visión completamente diferente de la vida, del sentido práctico de las cosas y entonces es como una doble ausencia: la ausencia física de que no estás ahí y también la ausencia de la comunicación de ciertos temas básicamente políticos.

Emites otra frase: “La política cura menos el hambre que la poesía”, ¿qué representa para ti?

Es una crítica al sistema editorial cubano que en los momentos en que, económicamente, el país ha estado en más crisis, se ha reforzado la idea de hablar sobre más política y se ha abandonado este humanismo que nace de la poesía o de cualquier obra de arte. Es un proceso largo que empezó en Cuba en los sesenta con la ideología de la revolución. Y sí creo que actualmente Cuba necesita más poesía, necesita más arte libre, necesita más de ese humanismo que sólo podría encontrar en un arte producido desde la honestidad, desde las ganas de hacer arte más allá de cualquier ideología.

Malecón de La Habana. Fotografía de Eduard Reboll. Foto: nagarimagazine.com

Es una respuesta individual porque cada uno viene buscando diferentes cosas. Algunos vendrán buscando una mejoría económica, otros reunirse con la familia, cambia mucho esa respuesta. Pero creo que, en general, algo que sí encontramos en común (y no sólo los cubanos, sino los migrantes en Miami) es la soledad. Y es muy contradictorio porque es una ciudad hecha de migrantes donde se supone que uno traslada ese calor latinoamericano, pero luego la ciudad lo pervierte. Entonces, independientemente de lo que sea que encontremos, que podemos encontrar maravillas o lo que cada uno vino a buscar, también se encuentra soledad porque la ciudad pervierte ese calor humano. Incluso, sabiendo uno que tiene amigos y gente aquí, no siempre encuentra el tiempo o la oportunidad de revivir esos momentos de compañía que se vivían en Cuba.

Una canción del grupo Los Zafiros entona: “Habana / a ti llega mi canto / como el gemir de violines / que sólo tocan para ti”. ¿Cuál es el canto que le ofreces a La Habana?

Le ofrezco mis mejores maneras, mis mejores recuerdos, los mejores poemas, las mejores referencias literarias que he tenido; es decir, las que me han llegado se las devuelvo sin intención de capitalizar su imagen, sin por ello creer que soy dueña de La Habana. Al contrario, es con el afán de compartir la ciudad y de que sea de muchos, que al final ha sido uno de los problemas. Nadie es dueño de La Habana, yo no quiero serlo. Nadie es dueño de Cuba, tampoco quiero serlo. Sólo quiero que las personas la vean en todas sus dimensiones, abrir la ciudad. Eso sería la mejor melodía que le podría regalar, la mejor canción, que se oyera plural y que cada uno la entendiera a su manera.

Comentarios