Cada civilización ha buscado otorgar significado y sentido a todo lo que no logra comprender. Explicar lo desconocido es una de las obsesiones humanas más antiguas. Comenzamos atribuyendo todo lo inexplicable a fuerzas desconocidas y superiores a nuestras capacidades, múltiples dioses que controlaban distintos aspectos de la naturaleza, por ejemplo.
El desarrollo de la ciencia fue disipando misterios. La humanidad lenta, pero constantemente, aumentó sus conocimientos cartografiando la tierra; explorando bosques, selvas, desiertos; viajando por cielo, mar y tierra, e incluso llegando al espacio. Sin embargo, cada avance ha expandido el abanico de las posibilidades y por cada respuesta alcanzada surgen interrogantes nuevas.
Parece ser que sin importar cuánto logre avanzar, a la civilización le seguirá siendo imposible conocerlo todo. También resulta que es precisamente esa área gris, esa duda, esos misterios, eso que no se alcanza a explicar en su totalidad o que aún no logramos comprender, lo que siempre resulta más atractivo e interesante, mucho más que lo que ya sabemos o creemos saber. Con mucha frecuencia, los conocimientos que creemos dados y casi inamovibles resultan falsos, tanto que frases como “las verdades de hoy son las mentiras de mañana” son prácticamente lugares comunes.
Los puntos de vista, las opiniones, los criterios y las ocurrencias (afortunadas y desafortunadas) no son más variados hoy que hace un siglo o más, pero en una actualidad tan hípercomunicada, en la que es tan fácil darle difusión a prácticamente cualquier idea a un costo increíblemente bajo, esas opiniones se abren paso, producen (y reproducen) teorías que viajan de boca en boca, de ordenador en ordenador, etcétera, generando un efecto bola de nieve y, como todo el mundo sabe, una vez que empieza, es casi imposible de parar ¿Qué es lo que sucede entonces? En el mejor de los casos la idea resulta ser brillante, buena o cuando menos funcional, pero en otros escenarios simplemente cae en el lado de la conspiración.
Desde los primeros años, el hombre atribuye todo lo inexplicable a fuerzas desconocidas. Foto: Behance / Julien Croyal
ENTENDER EL CONCEPTO
Por teoría conspirativa puede entenderse una explicación alterna a la oficial, sobre uno o varios eventos sociales, vistos como consecuencia de la planeación de grupos secretos, poderosos y de largo alcance, que se extienden a través de grandes periodos de tiempo para servir a sus propios intereses que son, por lo general, también algo misteriosos; aunque quienes diseñan este tipo de teorías suelen creer también que han logrado dilucidar esos intereses y motivaciones.
Crear escenarios posibles por la vía de pensar en lo que otras personas podrían hacer o decir es un ejercicio frecuente; especular y suponer es parte de nuestra naturaleza. Sin embargo, en las teorías conspirativas este ejercicio escala, llevándolo a esferas de acontecimientos o figuras importantes o cuando menos famosos (hay toda una vertiente de teorías conspirativas que tienen como centro a personajes de la farándula como actores, cantantes, modelos, etcétera), y acaban por convertirse en hipótesis con miles, incluso millones de seguidores.
En la esfera de lo socio-histórico, los acontecimientos que suelen dar lugar a grandes teorías de conspiración son momentos de quiebre y gran relevancia económica, social y/o política, y que por lo tanto afectaron a un gran número de personas.
El doctor Pablo Santoro Domingo, profesor de Teoría Sociológica en la Universidad Complutense de Madrid, en su artículo La deriva de la sospecha: conspiraciones, ovnis y riesgo (2004) explica que las teorías conspirativas se desarrollan principalmente en relación a dos cuestiones clave: la imaginación del poder y la imaginación del miedo.
“La conspiración pretende ser un modelo descriptivo de las relaciones de poder reales, de las verdaderas intenciones que bullen detrás de determinadas decisiones políticas o determinados sucesos inexplicables y de cómo éstas se vinculan a individuos o grupos que tienen algún interés por mantenerlas ocultas. Elevando la corrupción política al grado de paradigma, el modelo conspirativo comprende la totalidad del juego político como una conjunción de intereses que interactúan a través de la maquinación de planes secretos, de los que la población no llega nunca (o casi nunca) a tener conocimiento”; aunado a la casi permanente sensación de amenaza externa, representada por fenómenos como el terrorismo, e interna “la extrema complejidad alcanzada en el desarrollo social y científico parece a veces pender de una frágil cuerda que amenaza con quebrarse en cualquier momento con consecuencias incalculables”.
Tomar en cuenta el papel que juega el miedo dentro de las teorías de conspiración es sumamente importante, pues saber explotar los temores humanos es un factor relevante para que alcancen mayor difusión y aceptación; muchas involucran eventos que tuvieron un altísimo costo humano (por ejemplo, los ataques al World Trade Center), por otra parte, están las que amenazan la realidad como la conocemos (como la teoría que defiende que vivimos en una realidad simulada por ordenador).
Existen teorías que indican que la realidad en la que vivimos es una simulación. Foto: Behance / Justine Shirin
Hugo Antonio Pérez Hernáiz, de la Universidad Central de Venezuela, en el artículo Teorías de la conspiración. Entre la Magia, el Sentido Común y la Ciencia, menciona dos maneras en que se afronta este fenómeno: el argumento de la simplicidad y el argumento de la complejidad. El primero refuta la teoría de conspiración apoyándose en sus inverosimilitudes, y el recurso más utilizado es en esencia un extracto del principio conocido como la Navaja de Ockham: “la explicación más sencilla suele ser la más probable”. Se apela al sentido común y al convencimiento de que la realidad es más simple que el cúmulo de condiciones que la teoría conspirativa requiere para funcionar. Esta postura se apoya también en la diversidad de pensamientos y la fuerza del choque cultural como grandes impedimentos para desarrollar actividades tan coordinadas a una escala tan grande.
Por otro lado, el argumento de la complejidad considera que la teoría conspirativa es en realidad una interpretación simplista de una realidad mucho más compleja, pues para que las conspiraciones se ejecutaran se necesitaría de relaciones casi perfectas, con cálculos prácticamente infalibles para coordinar todos los eventos y efectuar exitosamente el plan. Sin embargo, no excluye la existencia de conspiraciones reales: “Puede que haya gente en el mundo conspirando, pero rara vez logran sus propósitos y, si los logran, rara vez pueden mantener el secreto por mucho tiempo”. La presencia de estos argumentos para desmentir las teorías acaba por darles poder, ya que de pronto hay dos grupos en constante debate tratando de demostrar que tienen la razón y esto les impulsa a conseguir más pruebas y reestructurar la idea para hacerla cada vez más precisa.
Michael Barkun, profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad de Syracuse y autor del libro A Culture of Conspiracy. Apocalyptic Visions in Contemporary America, afirma que las teorías conspirativas se basan en la conjunción de tres principios: nada pasa por accidente, nada es lo que parece y todo está relacionado. Además desarrolló una tipología de teorías de la conspiración que distingue tres clases: una es la de eventos que, como su nombre indica, se centra en acontecimientos específicos y bien delimitados, como el asesinato de Kennedy. Otra es la sistémica, que se trata de objetivos de largo alcance como el dominio de un país, una región o el mundo, y generalmente se apoyan en la existencia de una gran organización infiltrando y apoderándose de las instituciones oficiales, por ejemplo, la masonería. Y la última es la superconspiración: una enorme conspiración que controla múltiples conspiraciones menores orquestada por una organización maligna y casi todopoderosa (en algunos casos se cita a los Illuminati como ejemplo).
John F. Kennedy minutos antes de su asesinato en la Dealey Plaza en 1963. Foto: vogue.com
Por su parte, John Molyneux, académico marxista británico, en el texto ¿Qué falla en las teorías de la conspiración? enlista las diferencias entre un análisis de corte marxista de la realidad contra lo que hacen las teorías conspirativas. Enfatiza que no es que los marxistas descarten la existencia de conspiraciones: “Por el contrario, es evidente que los políticos, los empresarios, los medios de comunicación, la policía, etcétera, conspiran de vez en cuando”. Finalmente enlista las características principales que comparten las teorías de la conspiración en general y las contrasta con los postulados marxistas. Algunas son:
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Se basan en un conocimiento especial u oculto.
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Creencia en que un grupo de élite realmente ínfimo y secreto dirige el funcionamiento de la sociedad decidiendo sobre prácticamente todo lo importante que ocurre en el mundo.
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Según el marxismo, lo que mantiene unidas a las clases dominantes son sus intereses en común, es decir, la acumulación de capital, que es la lógica objetiva del sistema capitalista. En las teorías de la conspiración hay una ausencia de lógica objetiva en el sistema, por lo que la comprensión de la trama implica dilucidar el fin de un último y gran complot.
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Más allá de “informar” al público sobre la conspiración, por lo general no proponen ninguna acción directa o estrategia a fin de cambiar el mundo.
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Exageración sobre el grado de control que los gobernantes tienen sobre el curso de la historia.
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Operan con una flagrante doble moral en cuanto a los estándares de las pruebas cuando se trata de comparar la interpretación oficial de los eventos con la suya.
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Casi siempre existe un núcleo racista (muchas veces antisemita) en el fondo del discurso de las teorías de la conspiración.
En la historia han ocurrido múltiples eventos que por diversas razones han dado lugar a la formulación de teorías de conspiración, a continuación se presentan algunos ejemplos representativos.
Foto: nasa.gov
EL HOMBRE EN LA LUNA
La llegada del hombre a la Luna se considera uno de los eventos más importantes en la historia de la humanidad, pero no deja de llamar la atención que muchas personas continúen dudando de su veracidad y crean que fue parte de un plan del gobierno estadounidense para “ganar” la carrera espacial y demostrar la superioridad de su país en el marco de la Guerra Fría.
El surgimiento de esta teoría cobró fuerza al existir material visual que ha sido analizado una y otra vez. La teoría no ha muerto y muchos medios continúan ocupándose del tema, por ejemplo, en 2017 la BBC publicó un artículo titulado Llegada del hombre a la Luna: cuáles son las principales teorías conspirativas (y qué dice la ciencia) que incluía una lista con los puntos más sospechosos. Entre ellos se han detectado diferentes anomalías como la posición de la bandera, las huellas que se dejaron, las fotos y la ausencia de cráteres lunares o alguna deformación. Para todo esto, el argumento de la simplicidad tiene sus respuestas, como que las estrellas no se ven en la grabación porque la luz era demasiado débil o que no se formó ningún cráter en el momento del aterrizaje porque descendió a una velocidad lenta.
ATAQUES DEL 9/11
El ataque a las Torres Gemelas, sede del World Trade Center en Nueva York, perpetrado el 11 de septiembre de 2001, tuvo consecuencias muy graves. La enorme difusión mediática, los eventos previos, es decir, la lucha entre naciones, y la imagen de potencia casi invulnerable que EUA tenía, generaron una oleada de pánico en la ciudadanía y resultaron el abono perfecto para el surgimiento de teorías conspirativas. La explicación oficial es la de un ataque terrorista ejecutado por miembros de Al-Qaeda, sin embargo, se hizo presente otro factor importante: la desconfianza en las instituciones. Así se abrieron paso múltiples teorías, entre las cuales una de las más populares es la que defiende que el ataque fue orquestado por el mismo gobierno norteamericano para tener una razón de peso que justificara un ataque contra Afganistán e Irak.
Pérez Hernáiz en el artículo Hacemos mejor ciencia que la ciencia misma. Las teorías de la conspiración como discurso académico (2018) repasa los argumentos que suelen sustentar esa teoría, basada en el principio de a quién beneficia el evento, y que en resumen son los siguientes:
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La negativa por parte de los investigadores de los informes oficiales a siquiera examinar la posibilidad del uso de explosivos.
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La forma en que los edificios colapsaron.
Ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Foto: cbslocal.com
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Los juegos de guerra, argumentando que el gobierno se preparó para un evento así con el objetivo de aparentar no estar preparado.
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No se interceptaron los aviones a pesar de que permanecieron en el aire el tiempo suficiente para ser interceptados y derribados, salvo quizás el primero.
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Exclusión de observadores independientes. Se prohibió el acceso al sitio y se impidió que los trabajadores llevaran cámaras.
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Rápida retirada de los escombros.
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Eliminación de las cámaras de seguridad en el Pentágono.
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Información contradictoria sobre las cajas negras de los aviones, ya que inicialmente se dijo que no se habían recuperado. Después se afirmó que sí fueron recuperadas, pero que el contenido era ilegible, y posteriormente se publicaron algunas de las grabaciones, por supuesto, editadas según los partidarios de la conspiración.
Una constante en la construcción de las teorías conspirativas es que siempre interpretan los hechos de forma que encaje con su versión del acontecimiento y, puesto que se trata de planes secretos diseñados por grupos de élite, la “evidencia” es siempre circunstancial.
QANON
En referencia a la autorización nivel Q que permite acceder a la información de seguridad nacional. En 2017, un usuario identificado como Q Clearance Patriot comenzó a publicar supuesta información privilegiada. QAnon es una superconspiración, ya que engloba varias teorías preexistentes, sigue en evolución y va integrando más y más, lo que hace difícil delimitarla. Su punto central es la existencia de un “Estado profundo” que dirige Estados Unidos. Según QAnon, este poder oculto está conformado por una élite de pedófilos satanistas caníbales que dirigen una red mundial de tráfico humano, especialmente infantil, por obvias razones. Algunos miembros de esa élite serían políticos demócratas como Hillary Clinton o Barack Obama, actores como Tom Hanks u otras figuras como los Rothschild. Siempre de acuerdo con QAnon, el presidente Donald Trump estaría tratando de desmantelar al grupo con ayuda de algunos miembros leales de las Fuerzas Armadas. Sus seguidores han ido radicalizándose cada vez más, y algunos han sido arrestados por cometer, o amenazar con cometer, actos violentos. La situación ha escalado tanto, que el FBI considera a QAnon una amenaza a la seguridad nacional, clasificándola como terrorismo doméstico.
El FBI clasificó a QAnon como terrorismo doméstico. Foto: nvmag.com
EL RUMOR
Resulta fundamental considerar someramente, al menos, el papel del lenguaje dentro del fenómeno conspirativo, puesto que es gracias a él que los grupos humanos son capaces de comunicarse y transmitir mensajes. Sin embargo, como señalaba Umberto Eco, todo aquello que puede utilizarse para decir la verdad, puede utilizarse para mentir, por lo que siempre debemos ser cuidadosos con los mensajes que recibimos.
La doctora Marta Rizo García, en el artículo Construcción de la realidad, comunicación y vida cotidiana (2015), menciona que: “El lenguaje se considera el medio principal para la construcción de la realidad, por un lado, y para la mediación de la realidad construida socialmente, por el otro. Es el portador del acervo de conocimiento social, pero también un sistema de acción que se actualiza en situaciones de interacción concretas y en procesos contingentes”.
Sin duda, el lenguaje ha sido clave en el desarrollo de las civilizaciones, pero la distribución efectiva de información deficiente genera problemas y desajustes, entre ellos el desarrollo de rumores. Una definición de rumor citada por Anna María Fernández Poncela, de la Universidad Autónoma Metropolitana, lo caracteriza como “un error, distorsión o tergiversación de la verdad o de lo real. Una información importante pero ambigua. Producto de problemas de memoria o una forma de proyección mental y emocional, cuando no una intención directa de mentir y de manipular, como en el caso de la propaganda política de guerra y los rumores creados ex profeso”.
Siguiendo aún a Fernández Poncela, en momentos críticos “las personas y colectivos sociales tienen miedo, en ocasiones rozan el pánico o están en shock, por lo que vienen a su mente y sus emociones las fantasías catastróficas futuristas o los fantasmas y traumas del pasado, que reviven en la imaginación; o bien las proyecciones de deseos reprimidos y temores inconfesables, por lo que, como se dijo, el rumor aparece inevitablemente como creación afectiva, cultural y comunicacional”.
Todo esto forma parte del caldo de cultivo para la creación, apropiación y transmisión de rumores que, si se desarrollan un poco y se les da forma de manera que despierten por lo menos una duda razonable, acaban por instalarse como teorías conspirativas.
Foto: Behance/ Walter Andrade
¿QUIÉNES CREEN EN LAS TEORÍAS DE CONSPIRACIÓN?
Benedict Carey de The New York Times, en un artículo publicado el 30 de septiembre de este año, consigna que, de acuerdo a los resultados de un estudio titulado Looking under the Tinfoil Hat (Mirando bajo el sombrero de aluminio), entre los rasgos de personalidad recurrentes en personas que creen en teorías conspirativas se encuentran: la presuntuosidad, la impulsividad egocéntrica, la ausencia de compasión, niveles elevados de depresión y ansiedad, además de un rasgo llamado psicoticismo. Carey explica el psicoticismo como “un rasgo fundamental del llamado trastorno esquizotípico de la personalidad, que se caracteriza en parte por creencias extrañas y pensamiento mágico, e ideas paranoicas. En el lenguaje de la psiquiatría, es una forma más tenue de psicosis en estado avanzado, que tiene las alucinaciones recurrentes características de la esquizofrenia. Es un patrón de pensamiento mágico que va mucho más allá de la superstición común y corriente, y en términos sociales la persona suele dar la impresión de ser incoherente o rara”.
Hay otra cuestión que debe considerarse al tratar con teorías conspirativas: aunque no sea algo frecuente, algunas han resultado ciertas. Que una teoría de este estilo resulte verdadera es un potenciador para creer que otras podrían serlo, sin importar cuan absurdas resulten.
Un ejemplo de teorías conspirativas que han resultado ciertas es la Conspiración del Tabaco, es decir, las estrategias implementadas por las tabacaleras para esconder los datos médicos sobre los daños que el cigarrillo produce, las campañas publicitarias que lo promocionaban incluso como benéfico para la salud, y las múltiples presiones y sobornos para evitar la aprobación de leyes en contra de sus productos. Aunque pueda parecer una teoría conspirativa más, hay evidencia que respalda su existencia, e incluso la Organización Mundial de la Salud publicó un estudio al respecto titulado Interferencia de la industria tabacalera. Un resumen mundial.
En el otro extremo se encuentran teorías bastante ridículas, aunque es importante mencionar que es casi imposible demostrar la falsedad de estas a un creyente. Un ejemplo muy ilustrativo es la teoría de la Tierra plana, que ha logrado reunir a miles de simpatizantes alrededor del mundo que están en una constante “argumentación” sin fundamentos científicos para demostrar que la forma esférica del planeta Tierra es una gran mentira.
Foto: Archivo Siglo Nuevo
POR QUÉ SE GESTA LA CONSPIRACIÓN
Supuestamente, la intención última de las teorías es demostrar que nuestra percepción de la realidad está siendo alterada o manipulada, desenmascarar al verdadero poder y sus intenciones malvadas, todo en pos de “liberar” a la humanidad, permitiéndole por fin acceder a alguna verdad superior hasta ahora secreta y oculta. Las teorías conspirativas surgen para explicar eventos de los que existe poca información, cuando se ha perdido confianza en quienes proporcionan esa información o cuando el evento es tan impactante que cuesta otorgarle sentido.
Las conspiraciones alcanzan un eco mayor en nuestros tiempos, cada vez nos encontramos hundidos con más profundidad en un ambiente de incertidumbre, generado por la enorme cantidad de información, no siempre veraz, que nos ataca de todos lados.
CONSECUENCIAS
Las consecuencias de las teorías de conspiración pueden llegar a ser mucho más graves de lo que se podría pensar, puesto que gracias al elevado número de adeptos que realmente creen en ellas, logran generar paranoia y desconfianza. Se agrava el miedo a lo desconocido, además las sospechas de que hay un grupo de personas poderosas capaces de manipular prácticamente todas las esferas de la realidad pueden causar niveles de desestabilidad y recelo con consecuencias serias.
Las teorías de conspiración explotan la fragilidad emocional humana y, como ya se ha mencionado, las personas más propensas a creerlas tienen ciertas características que crean un cóctel peligroso que puede poner en riesgo la vida de otros.
Un ejemplo de las amenazas que pueden desatar los conspiracionistas es el auge del movimiento antivacunas, también conocidos como anti-vax o anti vaxxers.
Si bien pueden rastrearse grupos opuestos a la vacunación ya desde mediados del siglo XIX en Inglaterra, el origen del fenómeno moderno se encuentra en un estudio publicado en 1998 por un grupo de investigadores británicos, al frente del cual se encontraba el doctor Andrew Wakefield, en el que se relacionaba la aplicación de la vacuna triple viral (SRP) en niños con el desarrollo del Trastorno del Espectro Autista. Posteriormente se argumentó que el causante era un compuesto utilizado como conservante en las vacunas llamado timerosal. Aunque está demostrado que el estudio fue falseado para apoyar a los financiadores del mismo (un despacho de abogados que preparaba una demanda colectiva contra la farmacéutica fabricante de la vacuna), los colaboradores se retractaron y hace ya una década que el Consejo Médico de Gran Bretaña retiró su licencia a Wakefield, la polémica continúa y Wakefield sigue haciendo campaña contra la vacunación. También se ha refutado la relación entre el timerosal y el autismo, pero el rechazo fue tal que dejó de utilizarse.
Foto: nyt.com
Gracias a la fuerza que han cobrado los anti vaxxers, en distintos países han surgido brotes y epidemias de enfermedades que hasta hace poco se encontraban prácticamente erradicadas, como el sarampión, poliomielitis o la tos ferina.
Lamentablemente la actual pandemia por la COVID-19 es un ejemplo más de la facilidad con que se puede generar y expandir la creencia en una teoría de conspiración. Parece que su propagación es más efectiva en sectores donde el acceso a la educación es deficiente, lo que no quiere decir que no haya adeptos entre la población con preparación académica.
En esta pandemia hemos visto a grandes grupos de personas atemorizadas o cuando menos escépticas en cuanto al proceso de sanitización, la medición de temperatura antes de ingresar a un establecimiento o el uso de cubrebocas. Les cuesta creer que estas medidas tengan efectividad contra el virus (o en otros casos incluso creen que son contraproducentes) por dos razones principales: la cantidad de información contradictoria que se difunde al respecto y la arraigada desconfianza en instituciones que han defraudado a los ciudadanos una y otra vez. Para muchos, quizá para una buena parte de la población, resulta más fácil creer en la corrupción de las empresas que en una socialmente responsable, o en un gobierno malo y ruin antes que en uno honesto y benévolo.
En los últimos meses se hizo moneda común escuchar en los medios que las personas tenían miedo de que les tomaran la temperatura; se corrió el rumor de que los causantes, o al menos transmisores, del COVID-19 eran los espectros radioeléctricos o bien las antenas de la telefonía móvil 5G; se consideró que la pandemia era falsa y por lo tanto muchas personas hicieron caso omiso a las indicaciones de salud; se promovieron grandes reuniones para que todos los invitados se contagiaran en pos de crear inmunidad; en redes sociales se le atribuyeron propiedades preventivas y curativas a diferentes compuestos, entre ellos algunos productos derivados del cloro, y se popularizó la idea de que a los pacientes que ingresaban a los hospitales los estaban matando para robarles el líquido (sinovial) de las rodillas, y un largo etcétera de especulaciones y noticias falsas.
La pandemia ha comprobado una vez más el fácil surgimiento y desarrollo de las teorías de conspiración y su capacidad para generar miedo de forma acelerada. Hemos visto a las personas entrar en crisis y dar por cierta prácticamente cualquier afirmación, aunque carezca de sustento.
Sí, la humanidad es vulnerable no sólo física sino mentalmente, y una vez que el pánico ocasionado por una crisis (la que sea) se instala, nos convertimos en presa fácil para la desinformación y la manipulación. Las situaciones se salen de control, provocando un cúmulo de consecuencias que aún no se pueden medir del todo por la cercanía de los eventos. El miedo a lo desconocido y la necesidad de encontrarle un sentido a los hechos, abonan, hoy como ayer, el pasto para las teorías conspirativas.
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