Ilustración de portada: Foto: Behance / Middle 中鸟
Pilar Quintana es una autora nacida en Cali, Colombia, en 1972. Ha escrito cinco novelas y en el 2007 fue seleccionada por el Hay Festival como parte de los 39 escritores más destacados de Latinoamérica menores de 39 años. Su novela más conocida es La perra, la cual fue traducida a más de 15 idiomas. Este año, con su obra Los abismos, obtiene el Premio Alfaguara 2021. La escritora apuesta por la mirada femenina donde las preocupaciones y los demonios de sus personajes son el eje principal de su narración. Esta obra, retratada en primera persona, habla desde la perspectiva de Claudia, una niña de ocho años cuyos ojos miran una transición familiar donde la depresión y el suicidio se ven involucrados; esa mirada infantil con la cual Quintana siembra el argumento de su obra, revela otro punto de vista que va más allá de la perspectiva adulta. Esa ilusión y visión de Claudia, la infante, o mejor dicho, la precisión con la cual la autora decide narrar la historia, es un capullo floreciente dentro de la novela.
LA MIRADA INFANTIL
La narración dentro de una obra literaria es uno de los componentes primarios para la creación de un texto. En sí, la acción de contar un hecho de cierta manera particular da como cosecha una serie de diálogos entre los elementos autor-obra-lector. Marie-Laure Ryan, académica literaria y crítica, establece en su estudio Hacia una definición de narrativa un desglose entre los diferentes significados de este concepto. Ante situaciones subjetivas, como lo es el caso de la literatura y el elemento narrativo, ella propone un modelo de situaciones basadas en una perspectiva semántica y pragmática cuya finalidad es ser resueltas a través de la voz narrativa dentro de la construcción del mundo literario, mismo cuya naturaleza debe atender a las necesidades y exigencias del universo creado.
El atender a un problema (resuelto o no), los conflictos externos e internos de los actores, las relaciones interpersonales creadas por los mismos personajes, las experiencias humanas como en el caso de actores de esa especie o en animales con cualidades humanas y la existencia espacio-temporal, son los elementos o formas germinadas a través de la narración de una obra literaria. La teórica, en su definición de narración, hace referencia a cualquier forma de texto, desde la oralidad o la textualidad que atienda a las necesidades de un contexto literario determinado. Además, la narrativa misma plantea estrategias como el orden de los eventos, los cambios dentro del mundo literario de la obra, el significado de esos incidentes para los personajes y la motivación intríseca y extrínseca de las acciones de los mismos.
Foto: Alfaguara
En Los abismos, Claudia, la niña protagonista, ofrece a los lectores una narración infantilizada pero no por ello menos compleja. El uso del léxico remite a una niña de su edad y la visualización de los acontecimientos de su familia, en especial los de su madre quien también se llama Claudia, atienden a las necesidades narratológicas propuestas por Ryan. Además, la inclusión de elementos como las plantas, el abismo o barranco y la muñeca Paulina, compañera fiel de la niña, trepan hasta la psique del receptor y de esa manera nacen imágenes sinestéticas.
¿ESCALERA HACIA EL ABISMO?
La depresión y el suicidio son los fertilizantes de la historia. La perspectiva de la niña dibuja una mirada diferente de la situación. Aunque Claudia no comprende lo acontecido, las acciones de la madre ofrecen una segunda lectura. La infante no resuelve por completo sus dudas, sólo vive la situación acompañando a su mamá a un punto donde los problemas de los adultos son resentidos en su cosmovisión, eso sí, no deja de lado su inocencia.
La obra recalca la fuerte relación entre las dos Claudias aunque el lazo no sea recíproco. Por una parte, se muestra la historia de la mujer a través de anécdotas contadas a su hija, y es en ese punto donde el quiebre comienza. Claudia, la madre, es una persona rota, a quien las circunstancias de la vida no le permitieron desarrollarse como ser humano ni como ella hubiese deseado. Esa mirada quebradiza y frágil se transporta a su hija. Quintana relata la situación, la mujer nunca quiso ser madre pero, a pesar de ello, la heroína infantil no lo toma como algo dañino, sino como parte de su progenitora, una característica de su unión sanguínea.
Cuando el lector visualiza la relación madre-hija, la narración se torna más humana: un vínculo, aunque no deseado ni aceptado, es correspondido. En este punto la depresión, el suicidio y por lo tanto la muerte cercana, se vuelven hasta cierto punto familiares. Quintana logra permear ese efecto, ofreciendo una experiencia humana donde tres puntos se vuelven transcendentales: lo espacial, lo temporal y lo mental. El escenario donde transcurren los hechos se transforma en familiar, sin dejar de lado la época y el pensamiento de cada uno de los personajes quienes actúan acorde a su delimitación literaria. Claudia, la niña, no es la excepción, esa mirada párvula adquiere mayor significado en ese punto.
Foto: Behance / Maggie Chiang
Precisamente, la descripción o la focalización del personaje principal en ciertos elementos clave, son como semillas plantadas a lo largo de la obra. Uno de ellos sería la figura de las plantas, las cuales tienen una constante referencia durante la novela. Las enredaderas son parte de la cosmovisión infantil, es una selva cuyo significado es paradógico a lo acontecido en la trama. Las plantas dentro de los hogares tienen la función principal de purificar el ambiente y nivelar la humedad, sin embargo, la situación es todo lo contrario: las circunstancias no permiten que Claudia, la madre, pueda respirar hondo ni tampoco desintoxicarse, al contrario, las plantas son una salida ante la imposibilidad de escape ante la depresión.
Otro elemento es el de la muñeca Paulina. El juguete es un reflejo de la niña, además es su acompañante y la ayuda a afrontar los acontecimientos que, sin saberlo, le afectan. Paulina, a pesar de no contar con un parecido físico similar a su dueña, también tiene la función de ser un puente comunicativo entre la niña y los adultos, aunque éstos no lo comprendan desde un principio, sino cuando los problemas son trasladados hacia Claudia y, a su vez, ella los transfiere a su juguete a pesar de negarlo.
Y por último, el abismo, componente lleno de misticismo y a la vez de un aura siniestra. La autora propone una dicotomía entre barranco-escalera y ello adquiere potencia a través de la historia de vida de la madre de Claudia. Al final, los elementos también resultan ser paradójicos entre sí, reafirmando el ambiente depresivo de la atmósfera y, por ende, las reacciones del personaje principal se comprometen con más fuerza durante el punto de quiebre.
Todos los elementos narratológicos desde la experiencia en primera persona, son parte de la construcción de un mundo literario apegado a una realidad y un estilo de vida desde la perspectiva femenina. La cosecha del universo ofrecido por Quintana trae como resultado una doble postura o dos realidades, todo depende de los ojos con los que el lector decide adentrarse a la obra: ya sea desde una mirada infantilizada o desde la crudeza, así como los hechos son en realidad.
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