Malevolance: el canto de los desplazados
Entrevista

Malevolance: el canto de los desplazados

El pueblo de Bojayá se cimbró la mañana del jueves 2 de mayo de 2002. Setenta y nueve cuerpos tapizaron el piso de la iglesia de Bella Vista tras la explosión de un cilindro bomba en el altar. Colombia lloraba en sangre a sus hijos, abatidos cuando los muros de la fe sucumbieron ante la violencia de un enfrentamiento entre guerrilleros y paramilitares.

Los sobrevivientes amagaron con ayudar a los heridos, pero las balas del combate obligaron la dispersión. Sólo Milenia, “la loca del pueblo”, recogió restos mutilados y trató de reconstruir los cuerpos. Los relatos también narran que gritaba a los caídos para que se levantaran y salieran corriendo.

Durante más de cinco décadas la economía de guerra alimentó al conflicto armado colombiano. Paramilitares y guerrillas provocaron el éxodo de millones de personas desde el interior de la selva hasta el áspero concreto de las urbes. Familias enteras fueron arrancadas casi de raíz, pues en aquellos suelos fértiles, ahora regados con sangre, dejaron algo más que recuerdos.

La violencia repite su requiem en toda América Latina. Una violencia que la artista escénica Sandra Milena Gómez retrata en su obra Malevolance, donde la masacre de Bojayá, junto a otros acontecimientos en Colombia y México, es abordada desde los cantos autóctonos y el desplazamiento social.

Sandra Milena Gómez visitó Torreón en mayo pasado para presentar Malevolance. Junto a su equipo, se plantó en el escenario de Plan B Estudio-Teatro y expresó en movimientos el dolor de todo un continente. La obra es clara lección de resistencia, donde el canto formula catarsis. Inevitable es asociar lo representado con la violencia en La Laguna. Al final, la nostalgia edifica sus restos en un bullerengue de Etelvina Maldonado, que deja llorar su canto para regar la tierra de los muertos.

La tierra da vida y al mismo tiempo alberga la muerte. En tu dramaturgia, en Malevolance, ¿qué papel juega la tierra?

En algún momento digo en un texto que no nos enteramos de raíces hasta que nos arrancan del suelo. Para mí la tierra es eso, tu soporte, tu raíz. Y de alguna forma, a los desplazados los han arrancado de su tierra, como arrancar la yerba mala. Eso causa cuestiones muy complejas para el ser humano. No poder regresar a tu lugar de origen es una cuestión muy difícil. Por otro lado, como lo dices, se encuentra esta tierra que también simboliza el poder enterrar a los muertos. La cuestión con el conflicto armado en Colombia y también aquí (en México), es no poder enterrar a los muertos. En Colombia los rituales de muertos son muy importantes, sobre todo para las comunidades negras. Entonces, el hecho de no poder enterrar a tu muerto implica un montón de cosas, no solamente del dolor de no poder hacerlo, sino dentro de la cosmovisión sobre lo que le va a suceder al muerto por no enterrarlo. Es una visión más allá de la muerte. Mucho de lo que piden las víctimas es reencontrar a sus muertos; ¿dónde están? En las Comisiones de la Verdad del conflicto armado en Colombia lo que se pide es poder saber dónde quedaron aquellos muertos que no pudieron enterrar, para poderles dar su ritual, para poderlos llevar a la tierra, para poderlos llevar a donde corresponde dentro de su cosmovisión, de sus creencias.

Foto: Adrián Asdrúbal Galindo

Cuando se arranca una planta de la tierra, quedan restos de sus raíces, como recuerdos de lo que algún día estuvo allí. En tu obra, ¿qué deja el desplazado en su tierra cuando es desplazado?

Para hacer esta obra hicimos una investigación teórica con sociólogos y antropólogos. Recuerdo mucho un testimonio de una mujer que decía que su mamá y ella tuvieron que ser desplazadas hacia el norte del país. Entonces su mamá, quien ya era una mujer grande, siempre le preguntaba: “¿Dónde están mis pollos? ¿Por qué no están aquí?”. Yo lo que veía ahí era que tu cuerpo se puede desplazar, pero tu mente y tu espíritu no. Tu mente y tu espíritu siguen allá, en ese lugar de origen, en tu tierra. El preguntar por los pollos era recordar el lugar del que vienes. Lo que veo es que el cuerpo corre, porque tiene que correr, porque tiene que salvarse, pero tu corazón no es tan rápido, tu corazón se quedó en ese lugar. Entonces es también todo ese proceso de ahora estoy en otro lado y cómo me recupero completamente, en todo mi ser, para poder estar aquí en este lugar nuevo. Eso es muy complejo porque el tema de los desplazados es que cuando llegan a otro lugar, generalmente son rechazados: “¿Qué haces aquí? ¡Eres ladrón!”. Sobre todo cuando llegan a las grandes ciudades hay una revictimización de los desplazados. Además, llegan a vivir en zonas muy miserables; después de que en su tierra tal vez tenían su parcela y podían sembrar, en las ciudades llegan a aguantar hambre.

¿Qué hay de esta realidad irónica donde en un lugar tan fértil se asome la muerte a través de la violencia brutal?

Esa es la historia de Colombia, básicamente. Colombia es un lugar muy rico en muchas cosas, en plantaciones, en agua y mucho de eso se ha perdido porque las zonas ya no pueden ser habitadas por los pobladores, sino por la guerrilla o por los paramilitares. Muchos lugares a los cuales no se tenía acceso en alguna época porque justamente era territorio de la guerrilla, aunque en un principio no fuese de las poblaciones. También el Estado ha colaborado en eso. El desplazamiento no es sólo por estos actores armados, sino también el Estado ha contribuido porque quiere sembrar palma... industrias que quieren sembrar otras cosas ahí y desplazan a la gente. Separar a esta gente de su raíz es una cuestión muy compleja, en el sentido de que cambian sus maneras de relacionarse con el mundo y se vuelven pueblos tristes. Está el caso de Bojayá, de donde es Milenia, una mujer que decían que era como la loca del pueblo y ella, en una cuestión de mucho corazón, cuando ocurre la masacre en ese pueblo, su primer impulso es construir cuerpos. Después de esa masacre, el pueblo prácticamente queda deshabitado. A los habitantes los mueven hacia otros pueblos y lo que hace el Estado es construirles unas casas de cemento lejos del río. Para ellos eso ha sido muy difícil porque vivían de su río y están acostumbrados a vivir en relación con él. Lo que hacen ahora (últimamente me enteré de esto y me parece una cuestión triste y bella al mismo tiempo) es que todas las mañanas caminan al río, pero ya caminan mucho tiempo, por las tardes, y se sientan ahí a ver el río. De alguna forma no sólo destruyen la vida humana, sino la riqueza natural también y la separan de esa relación natural, justamente, con el ser humano.

Foto: Víctor Manuel Aguilar

¿Cuál ha sido el papel de las mujeres en esta problemática social?

Ha sido muy interesante ver cómo finalmente las mujeres en la guerra son las que se quedan, porque a los hijos o los matan, o se fueron a la guerrilla, o se fueron con los paramilitares o se fueron al ejército. Hay pueblos hechos de mujeres, básicamente. Son las mujeres las que se levantan, las que dicen vamos a hacer esto, vamos a hacer lo otro. Son las mujeres las que, de alguna forma, empiezan a reconstruir, a buscar esas formas de salvarse a sí mismas y algunas como Ceferina empiezan a cantar. Ella lo dice: “Yo empecé a cantar cuando empezó todo esto”. No es que cantara de pequeña, su familia tal vez lo hacía pero ella encontró que esa era la manera en que se iba a sanar. Otras dicen: “¡Ah! Pues vamos a ponernos a tejer juntas, a tejer los rostros de nuestros hijos”. Otras empiezan a hacer entierros de los muertos que pasan por el río, porque los ríos en Colombia son eso, son como fosas comunes. Entonces, son muchísimas acciones las que realizan, que están lideradas por mujeres y que llevan muchísimo tiempo (no son de ahora, son de hace muchos años), y que están ahí caminando juntas, tratando de sacar adelante sus territorios, sus familias o lo que queda de ellas, o incluso a ellas mismas.

Respecto al canto, ¿cómo se ha transformado esta expresión a raíz de las circunstancias violentas del entorno?

Mira, Colombia es un país donde se canta y se baila todo el tiempo. Más en algunas zonas, pero creo que es un país muy de fiesta. Todo el tiempo hay fiestas y carnavales, es como una tradición. Por ejemplo, las comunidades negras tienen ciertos campos para ciertas cosas. En el Pacífico existen los alabaos y en el Caribe existen los lumbalús. Los alabaos y los lumbalús son cantos de muerto; es decir, son cantos para rituales mortuorios. En el caso del Pacífico, los alabaos se han ido transformando, ¿por qué? Porque en la medida que han tenido tantos muertos, tantas masacres, tantos cuerpos desaparecidos, tantas vivencias violentas, han empezado a usar los alabaos que no pueden usar en los rituales porque no tienen el cuerpo, los empiezan a usar para crear esa memoria, para decir: “Esto nos está pasando, esto nos ha pasado”, para de alguna forma lanzar un canto a esa alma cuyo cuerpo no tuvo un entierro. Entonces, el alabao se ha convertido en cantos también de memoria. Eso es muy importante, porque los alabaos y los lumbalús no se pueden usar en ningún otro momento que no sea el ritual del muerto, pero hoy en día sí los han usado como esa cuestión de resistencia y de decir: “No tenemos a nuestros muertos, pero nosotras seguimos cantándoles esto y seguimos en estas letras escribiendo lo que nos ha pasado para reconstruirnos, para que nos escuchen”, porque son poblaciones olvidadas también por el Estado.

Sandra Milena Gómez. Ilustración: José Díaz

Respecto al ejercicio escénico, ¿cómo trabaja el cuerpo del artista con estos actos de memoria?

Después de haber realizado toda la investigación, yo proponía que nos hiciéramos preguntas. Las preguntas eran tales como: ¿Cuál es el movimiento de esta obra?, ¿cuáles son las palabras?, ¿cuáles los gestos?, ¿cuál es el texto, el contexto de esta obra? Y a partir de eso buscar cuáles son las coreografías, qué movimientos son los que correspondan. Básicamente se creó a partir de preguntas pero ya relacionadas con lo que ya había investigado. Y a partir de eso cómo ir tejiendo también con las imágenes del documental. Las imágenes que hay en la obra son parte de un documental que se llama Cantadoras, memorias de vida y muerte en Colombia (2016) de María Fernanda Carrillo, quien es una colaboradora de nosotras que también vive en Ciudad de México. Entonces es cómo empezamos a dialogar con esas imágenes, con el sonido de las imágenes y la música que también compuso Andrés Solís, cómo empiezan a dialogar los movimientos con eso, cómo se introducen los textos, cómo a partir de muchas preguntas irlas respondiendo creativamente en el salón de ensayos para ir tejiendo la obra.

La obra también contiene parajes sobre la situación en México, los cuáles son muy similares a lo acontecido en Colombia. En estas imágenes que se relacionan dentro de la violencia latinoamericana, ¿de qué manera crees que nos ha unido el dolor?

Es muy triste decir que nos ha unido el dolor. Me conmueve mucho y digo: “No puede ser que eso sea lo que nos une”. Y sí, son historias muy similares. Latinoamérica ha estado atravesada por dictaduras, por violencia de narcotráfico, de guerrillas, de paramilitares, de los estados asesinos, básicamente es eso. En Latinoamérica el problema ha sido el Estado que nos gobierna. Es triste decir que sí nos ha unido eso, yo quisiera pensar que nos ha unido otras cosas, pero en realidad sí hemos tenido historias muy difíciles, claro, con sus diferencias. Si te soy sincera yo me siento más tranquila aquí en México que en Colombia, aquí puedo caminar en la ciudad y sentirme mucho más tranquila, puedo sentirme confiada, como que el miedo se me ha ido viviendo en México. Y es muy triste, porque una de las razones por las que decidí quedarme en México fue porque me sentía más tranquila. Yo decía: “¿Volver a vivir allá, como con esa paranoia, como con ese miedo, como con esa cuestión de no puedo confiar en nadie?”, es muy difícil. Y aquí la gente me dice: “¿Cómo que aquí?”, pero sí. Sí hay niveles sobre cómo se han dado los hechos en cada uno de los países y también en cómo los estados han ayudado o no a cada uno de los países. De alguna forma aquí siento eso, siento que mi miedo se ha ido (no del todo, pero sí), siento también que tengo más oportunidades acá. Allá no hay educación pública, no hay salud pública, no hay apoyo a los artistas, nada, no hay nada; hay guerra. Entonces, sí sería un factor de decir que esas historias tristes nos unen a los latinoamericanos, pero la verdad yo quisiera encontrar otra cosa que nos uniera.

Foto: Adrián Asdrúbal Galindo

En una parte de Malevolance empleas la ropa de los desaparecidos. Para los laguneros puede evocar también a los campos de exterminio en la localidad de El Patrocinio, en San Pedro de las Colonias, donde lo único que quedó de las víctimas fue su ropa.

Fíjate que cuando estaba creando la obra tenía conflicto con la ropa, porque en Colombia se han hecho muchísimas obras de teatro, de danza, de artes visuales acerca del tema (de la violencia, del conflicto armado, de los desaparecidos, de los desplazados) y muchas de ellas usan la ropa. Yo tenía como un conflicto de repetir ese elemento en la pieza. Pero es que sí es muy simbólico, sí es muy importante, porque al final, cuando ponen un papel de desaparecidos, describen qué ropa llevaba y eso es un elemento con el cual puedes encontrar a alguien: “¡Ah! Claro. Es que esta camiseta es la que usaba mi hijo”. Se convierte en un elemento que simboliza. En el caso de Malevolance, de la obra, tener tanta ropa representa a todas esas personas que no pudieron seguir, que les cegaron la vida. Y sí es un elemento que digo, bueno, desafortunadamente sí es trillado en las obras pero es esencial, porque es un símbolo muy importante de eso, de una ropa sin cuerpo, de la ausencia.

En este tenor de la ausencia, ¿qué es lo que aporta a la obra la canción Déjala llorar?

Justo por eso elegimos esa canción. Déjala llorar es un canto, un tipo de música en Colombia que se llama bullerengue, cantos corresponsorios. Este Déjala llorar, para mí, significaba eso, muchas veces ni siquiera hay tiempo para llorar, ni siquiera hay tiempo para las lágrimas; tienes que salir, tienes que correr y llorar luego, si acaso tienes vida para eso. Creo que hacer el duelo, no sólo del muerto, sino el duelo de dejar tu tierra, todo eso necesita el proceso de sanación. Por eso es el Déjala llorar, déjanos hacer ese proceso, déjanos despedirnos, eso es lo que significa y lo que simboliza. En algún punto lo digo cuando termina la canción: “Deja llorar a esa tierra, a los muertos”, porque no terminamos una y estamos en otra. ¿En qué momento? Y es como un dolor que se va acumulando, se va acumulando y no tiene fin. Entonces, sí hay que hacer, en esto que te decía hace un rato, en el concepto del ‘vivir sabroso’ de las comunidades negras en Colombia, es poder hacer esos procesos para mantener el equilibrio, para superarlo, para sobrevivirlo, para procesarlo y para sanarlo, y ya después de eso poder comenzar otra vez, pero si no puedes hacer nada de eso, ¿qué te queda?

Al final de la obra mencionas algo muy interesante: un cuerpo alegre resiste. Algo que nos identifica a los latinoamericanos es precisamente el baile, la fiesta, la gozadera.

Tú lo has dicho, yo creo que en Latinoamérica es la manera en que la gente sobrevive, como la chispa, como la alegría. Tengo que sobrevivir de alguna forma entonces y vivir. Tú ves a la gente bailando y gozando, y haciendo las cosas con una vivacidad porque quizá al otro día no estás vivo. Creo que eso es algo que sí se ve, por lo menos yo lo veo aquí y lo veo en Colombia. Hay cierta chispa, hay que seguir, hay que hacer, hay que levantarse y vivir a pesar de todo.

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