Los encuentros íntimos implican un conjunto de estimulaciones para generar el goce y disfrute de ambas partes. Ya no son vistos como un mecanismo de procreación. El penecentrismo, incluso conocido como coitocentrismo, es una concepción incompleta de las relaciones sexuales. Si bien la penetración tiene un gran peso, obsesionarse con ese acto conlleva una carga gigante para los varones.
El sexólogo Miguel Palmieri define el fenómeno como una manía con el rendimiento sexual. Se puede manifestar a través de la preocupación de la duración, la incidencia o el aspecto del miembro, ya sea por la longitud o el grosor. Los juicios provocan ansiedad y en algunos casos ese sentimiento se transforma en un mal crónico. Por desgracia, hombres jóvenes (mayormente entre 25 y 30 años) van a consultorios para requerir estimulantes innecesarios. Las ideas de virilidad aquejan cada día más a los varones, quienes se ven enjaulados en pensamientos reduccionistas de su propia sexualidad. La frustración repercute en los encuentros, arrastrando a sus contrapartes, en su mayoría mujeres.
ANDROCENTRISMO
Meg-John Barker y Justin Hancock, ambos terapeutas sexuales, en su libro Disfruta el sexo (cómo, cuándo y si lo quieres): una guía práctica e inclusiva, crean una discusión en torno a la evolución de las relaciones sexuales a través de la historia. A pesar de la mayúscula información al alcance de un clic, donde se puede averiguar sobre las diversas prácticas, juegos o técnicas, y la reivindicación de la sexualidad (especialmente de la femenina), el comportamiento en las relaciones carnales no ha cambiado desde hace siglos. Aunque no implique intrínsecamente un comportamiento negativo, el coitocentrismo no debe ser visto sólo desde la hegemonía, sino como parte de una complementación. Una relación de dar y recibir placer.
Unsplash/ Dainis Graveris
El fenómeno puede ser descrito desde una perspectiva antropológica y social. La variable cultural es un hecho irrefutable en torno a los comportamientos de un individuo. El ámbito sexual no se queda atrás. El penecentrismo se sustenta en la predominación de la visión masculina para medir el entorno. Bajo esa perspectiva surgen estándares sobre lo que se entiende como virilidad, la cual se relaciona con poder, dominación, rendimiento y capacidad reproductiva. Todo aquello alejado de este concepto es visto como algo sin importancia. Los mencionados criterios para juzgar las relaciones sexuales derivan en consecuencias tanto psicológicas como biológicas, las cuales producen más estragos que beneficios.
Además de dañar la autopercepción de la corporalidad masculina, el problema también se extiende a sus compañeras sexuales. En la actualidad existe un florecimiento de la sexualidad femenina. De esa manera, hay una mayor demanda en torno a la búsqueda del placer mujeril. Una de las formas más recurridas para alcanzarlo, es llegar al orgasmo estimulando el clítoris. Pero eso no significa que se debe dejar de lado la penetración. Al contrario, el coito es una apertura a una combinación de colores nuevos.
LA SALIDA
El coitocentrismo, al ser una creencia heredada de la cultura, es una cadena complicada de quebrantar. En la actualidad, gracias a los estudios de sexología, se ha demostrado que las relaciones sexuales no siempre se concentran en la penetración. Un ejemplo de ello son las relaciones lésbicas, en las cuales no necesariamente se deben usar juguetes para llegar a un orgasmo por medio de esa práctica.
La poca apertura ante nuevas vías de adquirir placer sólo potencializa el fenómeno. Suponer que las compañeras deben estar lubricadas y listas cuando el miembro masculino lo dicte, es una reducción del acto sexual. Además, crea una tensión dentro de la vida sexual de la pareja, misma que se ha demostrado que tiene una duración menor cuando se cae en dichos reduccionismos. Los trastornos producidos por ellos traspasan esa barrera de lo psicológico a lo biológico. La disfunción eréctil es un ejemplo perfecto. A las parejas que sufren de ese problema, además de contar con la medicación recomendada, también se les sugiere descansar un poco de la penetración y tomar el juego como alternativa.
Unsplash/ Taras Chernus
La estrategia más común para combatir los estigmas es el estímulo a través de la piel o el impulso por el conocimiento de la misma. Otra vía para dejar de lado el penecentrismo es promover las relaciones cualitativas. Es decir, a comparación de las formas tradicionales donde el desempeño sexual se mide por el tiempo, el rendimiento o el tamaño del miembro viril, se promueve un encuentro sexual enfocado en el goce y la plenitud de ambas partes. De ahí el nombre; cada unión es una cuestión de percepción y toma de decisiones personales. No se debe permitir la entrada a tabúes o a creencias inciertas. La comunicación entre la pareja es el principal aliado.
En resumidas cuentas, no se trata de desterrar la penetración ni dejarla como un término sin importancia. La cuestión debe ser enriquecida por otras destrezas. Así se podrá alcanzar una satisfacción totalizadora. Medir con la misma vara la intimidad es innecesario. La dicotomía pene-vagina en el coito es una de las muchas formas de disfrutar las relaciones sexuales, sin embargo, no es la única. Tener esa postura y, más aún, deconstruirla es un trabajo arduo pero no imposible. Al hacerlo, la sexualidad masculina se nutre de nuevas narrativas. Para llegar al orgasmo existen más caminos. Aún quedan por explorar, pero no se debe dejar de lado la importancia que se le está dando en la actualidad.
Comentarios