Resignificación de la muerte
Reportaje

Resignificación de la muerte

Percepción contemporánea de la finitud

Un sinfín de significados han cambiado con el pasar del tiempo. Conceptos universales, relacionados con toda persona en cualquier época, son interpretados con diferentes aristas conforme al contexto histórico y social. La muerte es un claro ejemplo de este tipo de cambios.

La muerte cambia con nosotros. Sus efectos, cómo se resignifica e interpreta, cómo se habla de ella en la vida cotidiana y se representa en el imaginario colectivo, así como la huella que deja en cada persona, se reestablecen de forma casi invisible. La pregunta clara al respecto es, ¿cómo se percibe la muerte hoy en día? Y más aún, ¿cómo se percibe después de la última pandemia?

EL PAPEL DE LA MUERTE

La muerte puede tener varias acepciones en la actualidad. Es visible en Internet, el cine y el arte en general. No es un tema que se intente evitar, por el contrario, es un lugar al que se vuelve una y otra vez.

Posiblemente hoy duele menos hablar de muerte; sin embargo, el contacto cercano con ella trastoca nuestras fibras, cuestiona la finitud a la que estamos sometidos y el alcance real de nuestra experiencia de vida, casi nula en comparación con el sinfín de eventos que suceden en el planeta.

La relación del ser humano con el dolor es extraña, así ocurre también con la muerte. Se puede decir entonces, por supuesto, que no es un tema superado. Sería irreal creer que es así. La sociología parece estar de acuerdo con ello. No se trata de un tema tabú, aunque algunas voces como la del antropólogo inglés Geoffrey Gorer (en Muerte, dolor y duelo en el Londres contemporáneo) dicen que el tabú persiste en la modernidad occidental.

El tema de la muerte no está prohibido; despierta el interés académico y popular, y se presenta en todo tipo de productos culturales. Se habla de ella, se representa en escenas de acción sin consecuencias realistas, y toma lugar importante en el humor negro.

Sin embargo, la manera en que se experimenta en la vida real sigue siendo hermética. Según el sociólogo estadounidense Robert Blauner, en Muerte y estructura social (1966), la muerte y sus procesos se ocultan lo más posible.

Se cuida que las personas no reciban un choque emocional al ver cadáveres o al momento de ser testigos de un fallecimiento. Quienes reciben información sobre la muerte de primera mano son trabajadores de funerarias o forenses, quienes realizan su trabajo tras bambalinas.

La seguridad ontológica, un término del teórico y sociólogo inglés Anthony Giddens, se refiere al sentido de orden y continuidad de eventos y experiencias relacionadas con una persona, que se anclan de forma emocional y cognitiva. Todos ellos forman una idea de lo que es cada quién y mediante lo cual se da un sentido a nuestras acciones diarias, conformando la llamada “consciencia práctica”.

Esta seguridad está en constante peligro, debido a que el ser humano se puede sentir abrumado por su vida cotidiana, pero el gran y último peligro al que se enfrenta esta certeza es la muerte. Nada puede amenazar más la estabilidad y las ideas que se construyen de sí mismo, que la terminación de la vida.

Al aparecer la muerte como algo cercano, se inicia una confrontación que el individuo vincula con su propia existencia, una apertura hacia lo que el filósofo Soren Kierkegaard denominó el “pavor” (retomado a su vez por Giddens), que hace preguntarnos el significado de la existencia y los factores que juegan en contra para que perdure.

El entorno puede ser hostil, y la amenaza hacia la seguridad ontológica puede aparecer consistentemente. Es por eso que las sociedades y sus instituciones tienen un fin último, sean o no eficientes: enfrentarse a la muerte, evitarla.

EL AMBIENTE POSPANDÉMICO

El miedo a la muerte es inherente en el ser humano, pero no puede estar presente a cada momento, porque si no se reprime, la mente enferma. ¿Qué ocurre entonces cuando no es posible darse el descanso adecuado del tema?

El miedo a la muerte ha tenido consecuencias mentales importantes durante la pandemia por COVID-19, aunque la muerte en la posmodernidad ya estaba de por sí definida de otra forma que como lo estaba en siglos pasados. El contexto histórico, los medios masivos y el clima sociocultural en general, hacen que sea percibida diferente. En un ambiente postpandémico, las condiciones han cambiado nuevamente para generar otras configuraciones.

Las personas se han distanciado en ambientes como el laboral, en algunos casos para no volver a la modalidad prepandémica. La gran renuncia, por ejemplo, es un fenómeno que ocurre en países desarrollados, donde las empresas se ven en la dificultad de encontrar trabajadores presenciales. Esto se debe a una creciente desconfianza hacia compañías que, llegando la pandemia, se deshicieron de trabajadores de confianza con una carrera de décadas forjada entre sus paredes.

Se definió un cambio de vida para quienes debido a las condiciones sociales y económicas que les rodean pueden separarse de las grandes corporaciones. Con esto se establece un precedente que podría ser importante para los modelos laborales futuros, o una brecha social más grande para quienes no están en condiciones de ese tipo de liberación.

La supervivencia se ha puesto en duda por vías importantes: la salud y la economía. Ante la paralización de la economía, aparece la preocupación de que el modo de vida se vuelva sumamente frágil. Ante la muerte, la consciencia de que somos finitos reaparece junto con el duelo o posible duelo por los seres queridos en peligro o perdidos durante la pandemia. Por otro lado, surgen duelos que no tienen que ver precisamente con los fallecimientos, sino con la pérdida de factores importantes en la vida cotidiana, como el contacto físico.

La conmoción, entumecimiento, negación, ira, miedo, ansiedad, pánico y culpa, pueden surgir sin que se puedan controlar o darles una razón lógica. Es normal experimentar estas emociones ambiguas acompañadas de dolor, resultado de cambios que ocurren sin un cierre o comprensión clara de lo que ha pasado.

Ocurre algo nuevo, que no es reconocido por las demás personas como un problema, sea por negación o por simple ignorancia de los verdaderos conflictos, mientras que una de las principales razones de inquietud es la velocidad a la que se han suscitado todas esas transformaciones.

Pero, ¿cuáles son estos cambios de los que se habla? Parece ser que se sienten pero no se expresan o se reconocen como tales. La confianza en el futuro, por ejemplo, puede sonar como algo demasiado abstracto, y sin embargo es de suma importancia. Es un valor en el que se sustentan decisiones y proyectos de vida, y que ahora está entre grandes cuestionamientos. La seguridad de que se alcanzará una meta específica en un tiempo más o menos previsto, se ha visto borrada para gran parte de la población desde el inicio de la pandemia.

La seguridad económica se ha puesto entre los grandes riesgos. El ascenso del desempleo y la recesión económica, han empujado a muchas personas a buscar la reactivación de los negocios y la vuelta a una especie de normalidad que no termina de alcanzarse.

La seguridad alimentaria se ha visto en riesgo de igual manera. Países de primer mundo, como Canadá, reportan un aumento en habitantes que padecen hambre, según la Asociación de Salud Mental canadiense.

En un eslabón más de la cadena, está la estabilidad académica, que ha sido afectada tanto para padres como estudiantes con el estrés que supone la educación a distancia y la incertidumbre de los logros académicos obstaculizados por la situación general.

Los efectos menos visibles son aquellos que se experimentan individualmente, y que muy seguramente no son expresados de maneras adecuadas o no se tienen las herramientas para evaluarlos con la atención que merecen.

Por otra parte, los rituales son importantes para los seres humanos porque dan un significado a los distintos aspectos de la vida; al ser limitados, se tiene la sensación ambigua de que no se ha pasado a una siguiente etapa, como es el caso de las bodas o graduaciones, por ejemplo. Sin embargo, la situación se complica cuando los funerales no se efectúan de manera presencial, puesto que esta ceremonia carga el gran significado de cierre y despedida de un ser querido. La limitación de estos eventos puede traer consigo problemas como irritabilidad y tristeza, así como pensamientos y sentimientos sin resolver. Envolviendo todas estas dificultades está el efecto que tiene un aspecto vital más general: el sentido de libertad personal.

La manera de hacer frente a todo lo anterior está, precismanete, en nombrar y distinguir como problemáticas aquellas dificultades que no se veían como tales, y por supuesto acudir a un profesional de ser necesario.

Los afectados no son únicamente los contagiados por COVID-19 que fallecen. Sus familiares en ocasiones se quedan sin el sustento que proporcionaba el afectado y, por supuesto, deben lidiar con la pérdida súbita.

El seguimiento de la pérdida de familiares de COVID-19 con un multiplicador de duelo aplicado a los Estados Unidos (2020), publicado en la revista PNAS, estima que la cantidad de afectados indirectos es de nueve por cada fallecido.

Lo importante es que los efectos causados en ellos pueden conducirles también a la muerte por causas no relacionadas directamente, como el excesivo estrés, el agravamiento de enfermedades crónicas, el abuso de alcohol, autolesiones e incluso factores tan aparentemente lejanos como es la violencia doméstica. Las afecciones psicológicas y la vulnerabilidad en el núcleo familiar y social se pueden ver profundamente arraigados por una pérdida.

LA HIGIENIZACIÓN DE LA MUERTE

A todo lo anterior se suma el manejo de los resultados de la pandemia, que se comunican de una manera peculiar. La “muerte higiénica”, es el término que se ha empleado para describir el ocultamiento del sufrimiento que el acontecimiento mundial ha provocado.

La higienización de la muerte, según el antropólogo Alberto del Campo, no es una mera mezcla de factores que coinciden, sino que es una estrategia que se realiza con fines específicos.

Por medio del ocultamiento de los factores indirectos que han causado la pandemia en los familiares y allegados de los fallecidos, así como por medio del mantenimiento de una apariencia de “desastre natural”, de algo súbito e inevitable ante lo que las políticas públicas apenas pueden hacer una labor, se convierte en un suceso en el que no existen responsables.

Esta estrategia logra que no se pueda exigir mejores intervenciones en estos casos, siendo que los gobiernos deben hacer frente a las distintas aristas del fenómeno. Esto no únicamente desvía la atención de la responsabilidad de las autoridades en el tema, sino que, muy probablemente, generará un sinfín de problemas de salud que no se atenderán.

Una de las notas más compartidas, justo al inicio de la pandemia, contenía un pronóstico y análisis, no necesariamente demasiado detallado o profundo, del futuro postpandémico. En Prepárese para el Gaslighting definitivo, publicado en la web Medium en abril de 2020, escrito por Julio Vincent Gambuto, se utiliza el término gaslighting para describir una manera de manipulación que se utilizaría, aduciendo que se intentaría ocultar el horror como si no hubiera ocurrido.

Fuerzas muy poderosas intentarán convencernos a todos de que volvamos a la normalidad… Se gastarán miles de millones de dólares en publicidad, mensajería y contenido de televisión y medios para que te sientas cómodo nuevamente.”, comenta el artículo. Y no se escapa de la realidad.

Es verdad que cualquier persona espera tener la sensación de normalidad. Sin embargo, es muy probable que estas fuerzas de las que habla Gambuto, no sean el principal problema ni razón por la que las personas han optado por olvidar el horror.

Es obvio que la publicidad intentará recalcar la sensación de tranquilidad necesaria para que la sociedad vuelva a consumir como antes, pero ofreciendo únicamente lo que todos están buscando: la sensación de que el mundo puede volver a girar como antes y bajo el mismo modo de vida. La negación a la que estamos sujetos puede ser mucho más profunda y arraigada: una defensa contra la realidad cruda del mundo frágil que se ha construido.

EL GOLPE DE REALIDAD

En El impacto de la vulnerabilidad: contemplaciones filosóficas sobre la muerte y el morir durante la pandemia (2021), se hace énfasis en el duelo y su impacto. Se trata de una entrevista con Michael Cholbi, miembro fundador de la Asociación Internacional para la Filosofía de la Muerte y el Morir, y comienza con la importancia que da la filosofía a este tema, siendo una de las preocupaciones más antiguas de la materia.

Prácticamente cualquier tradición filosófica, en cualquier región del mundo, ha tratado este tema, generando formas en que la humanidad puede relacionarse con la muerte y sobre todo, analizar su condición de mortalidad y finitud. Para Platón, el propósito de la filosofía es prepararnos para la muerte.

Pascal Quignard en La imagen que nos falta (2014), señala que en contraposición con la imagen de origen llamada por el psicoanálisis Urszene, la cual describiría el inicio de la vida, existe una imagen que aparece constantemente en la mente de las personas. Llamada por los griegos nekyia, se trata de la evocación de la imagen final con la que terminará la vida.

Cholbi, por su parte, afirma que la filosofía de la muerte y el morir han experimentado un renacimiento en el que las principales preguntas que se hacen son, por ejemplo, cómo deberíamos sentirnos respecto al hecho de ser mortales; o si la muerte misma merece respuestas como el miedo, la ira o la gratitud.

Cholbi afirma también que durante la pandemia se ha reestructurado la relación que la humanidad tiene con la muerte. En un ambiente donde esta ocurre ya no a la distancia, sino constantemente y a personas cercanas, la puerta para comprenderla se ha mantenido abierta.

La prominencia de la mortalidad es un término que la psicología emplea para designar a la conciencia de la propia vulnerabilidad ante la muerte. La indagación filosófica puede ayudar, según Cholbi, a aclarar el papel del dolor y el duelo, debido a que la exposición a la muerte se vuelve traumática en muchos casos.

Pero también ayuda a señalar de qué se está privando la gente en las condiciones pandémicas, para llevar a cabo su duelo, así como señalar los imperativos sociales y políticos, incluso aquellos que pueden permitir el acceso al duelo. Así también en lo social, puede determinar la forma adecuada en que se conmemoraría el momento histórico de la pandemia y a sus víctimas.

El próximo proyecto de Cholbi, una investigación de la Universidad de Edimburgo, propone una filosofía del duelo que lo describe como una respuesta de la identidad del ser humano para restablecerse tras la muerte de personas allegadas. Los rituales y otras expectativas sociales tienen la función de facilitar el proceso de transformación del individuo y fomentar lo que es valioso del duelo.

La proximidad física al cadáver permite relacionarse por última vez con el ser querido, aunque sea de manera simbólica, en un estado donde aparentemente no se encuentra completamente muerto. Así es como la despedida se vuelve menos abrupta y las nuevas condiciones de una vida en la que el fallecido no se encuentra, se aceptan con más tranquilidad.

El Memento mori del estoicismo, ha sido definido como un recordatorio de la propia mortalidad y la condición humana, y significa “recuerda que morirás”. Se trata de meditar sobre la vida y agradecer cada momento de ella. Lo que se gana a partir de esta conciencia es volver a tener contacto con una verdad ineludible que genera incomodidad, pero devuelve al individuo a su lugar en el universo, uno donde lo más importante no es él mismo.

LA MUERTE EN LA ALTA MODERNIDAD

El profesor de sociología de la Universidad de Boston, Peter Berger, argumenta que la idea de que las estructuras sociales intenten proteger a las personas de los horrores de la vida, es falsa.

Junto con el profesor de sociología de la Universidad de Constance, Thomas Luckmann, Berger sostiene en La construcción social de la realidad que los seres humanos anhelan el significado y que existe un deseo intrínseco por él, visto desde la antropología.

Esta visión sostiene que nuestra especie es incapaz de comprender una existencia significativa sin las construcciones sociales. Es decir, para permitir que el individuo viva en sociedad después de la muerte de personas importantes y anticipar su propia muerte, debe no paralizar su desempeño y su aporte a esa sociedad, o por lo menos sus rutinas cotidianas.

Suena alarmante que ante situaciones tan difíciles, las sociedades se mantengan tan rígidas, pero es así. En un proceso meramente capacitista, se evalúa al individuo para observar si todavía puede pertenecer a la sociedad a pesar de su dolor, si este no es incapacitante. Este tipo de efectos se ven cuando existe una enfermedad mental derivada de la pérdida, como el Síndrome de Diógenes (acumulación obsesiva de objetos) o la depresión. Cuando alguien cae cae en estos trastornos, poco a poco se le deja caer en el aislamiento.

Berger y Luckmann exploran las deficiencias potenciales de los mecanismos modernos para la construcción social de la realidad, es decir, la manera en que sus procesos y actividades no se corresponden con la realidad subjetiva de las personas. Es por eso que los procesos del individuo, como el duelo y la salud mental, comúnmente no se corresponden con lo establecido en las sociedades, las cuales no permiten estos procesos tan necesarios.

Para el sociólogo inglés Nicholas Abercromie los seres humanos pueden tolerar la incertidumbre y el riesgo, y beneficiarse de ellos. La modernidad desde su punto de vista se caracteriza por mantener mecanismos sin precedentes que eliminan o hacen posible que no exista un significado sólido de la existencia. Se prefiere no traer el tema a la mesa en el ámbito público. Es en lo privado donde surge, atribulándonos con dudas existenciales y problemas por resolver.

Anthony Giddens considera que la etapa en que vivimos es la “alta modernidad”, una en que la cultura guarda similitudes con la modernidad a pesar del argumento de la filosofía posmoderna, que señala se ha pasado a otro momento distinto de la humanidad. Giddens reconoce que las condiciones han cambiado, indudablemente, pero argumenta que el proyecto de la Ilustración, que ponía lo humano y el conocimiento por encima de todo, no se ha abandonado.

El momento actual sin duda contiene una sensación de desorientación, una consciencia de que la humanidad es insuficiente para desarrollar conocimiento sistemático sobre la realidad.

En la actualidad se deposita la confianza en la creencia de que los riesgos y el peligro pueden evaluarse, conocerse de forma general, pero la falta de un sentido personal se puede convertir en un problema importante e incluso psicológico. La finitud de la vida humana, sin embargo, es la cuestión que al final queda sin respuesta.

La muerte es especialmente difícil de afrontar, más en un mundo que ha cambiado de forma significativa. No cabe duda que mientras más se nombran los problemas que trae consigo, mientras más se enfrenta, se tiene un contacto más significativo con la vida. Los procesos de duelo, la incomodidad y el dolor, sin duda nos mueven hacia el alivio del sufrimiento, y nos dejan un poco menos a la deriva.

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