La cineasta granadina Violeta Salama acude a la inspiración de su infancia en la ciudad autónoma de Melilla, a esa amalgama de recuerdos frente al Estrecho de Gibraltar, en el norte de África, para a través de la gramática audiovisual retratar la ficción de Alegría (2021), su ópera prima que recientemente se proyectó en la pantalla de la 36a. edición del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG).
El reparto de esta cinta incluye a la actriz mexicana Cecilia Suárez (Paulina en la serie La Casa de las Flores) y la catalana Laia Manzanares (conocida por interpretar a Oksana en la serie Merlí y participar en el videoclip The less I know the better de la banda Tame Impala), quien también acompañó a la directora durante esta entrevista realizada por Siglo Nuevo en el Conjunto Santander de Artes Escénicas, en la capital jalisciense.
SIEMPRE MELILLA
El guion de Alegría tiene siete años de haberse escrito. En él se relata la historia de Alegría (Cecilia Suárez), una residente de Melilla quien ha dado la espalda a sus raíces judías. Su cotidianidad se ve interrumpida por su sobrina Yael (Laia Manzanares), quien viajará desde Israel para contraer matrimonio con su prometido Jacobo, un joven melillense. El arribo de la familia afecta de gran manera a Alegría, quien a su vez se ve apoyada por Dunia (Sarah Perles), una joven musulmana que le auxilia en casa, y su mejor amiga Marian (Mara Guil).
“Todo surge de la necesidad que tenía de buscar una primera película. Cuando ya llevaba quince años trabajando en la industria como ayudante de dirección y script, me hacía falta buscar esa historia que yo pudiera contar, que fuese una ópera prima que en realidad pudiera contar algo. Estaba un poco perdida y en esa época pasaba mucho tiempo con mi abuela, en Melilla. Mi abuela vive allá sola, en una casa familiar gigante, pero estaba ya sola porque todos han emigrado y ella nunca quiso irse de su casa. Y su compañía siempre era la mujer que hacía la casa, que era una chica musulmana también de Melilla”.
La directora reflexionó y se preguntó cómo esta historia podría ser vista desde fuera. Por tal motivo, el personaje de Alegría toma de inspiración de su propia abuela, pero desde un punto de vista más joven, en una generación posterior. Pero la inquietud por parte de la directora de llevar esa parte de su familia al cine, siempre estuvo allí: el tema religioso, la diversidad cultural y la convivencia que se gesta en ella.
Reparto de la película.
Para la directora, también resultaba importante retratar la parte romántica de Melilla, una ciudad vallada de 12 kilómetros cuadrados, perteneciente a España, pero ubicada en la parte norte del continente africano, colindante con Marruecos donde constantemente es afectada por los grandes vendavales y permanece en un limbo temporal.
“La valla es una presencia relativamente nueva. Cuando era pequeña no existía ninguna frontera real, porque antes de que España formara parte de la Unión Europea no había ningún interés en Melilla. Tú podías coger la bici, coger campo y hasta que llegases, porque no había ninguna frontera. Hay una parte donde Alegría dice: ‘¿Te acuerdas cuando jugábamos en el Gurugú (un monte)?’ , porque antiguamente no existía ningún sitio en el que se delimitara Melilla con Marruecos”.
Por eso, más allá de la Melilla retratada por la prensa, que enmarca en primeros planos a una valla fronteriza inexistente durante la infancia de Salama, la directora retrató en su película a los aspectos positivos de este lugar, como sus tradiciones multiculturales y las convivencias que estas arrojan, mismas que en muchos sitios de Europa ya no existen. Su objetivo: crear un imaginario desde la mirada femenina de que tal convivencia es posible.
MULTICULTURALIDAD
Y es que el personaje de Alegría creció durante el Franquismo. Tuvo que enfrentarse a una sociedad cerrada donde los judíos en Europa no tenían tanta libertad como hoy en día. También fue testigo de cómo la comunidad judía se reducía considerablemente en Marruecos, mientras en Melilla se conservaban sus tradiciones.
Alegría convive con mujeres de culturas distintas por lo que, más que un choque cultural, Sama retrata un entendimiento a través de la humanidad de cada una de ellas. Estas humanidades incluyen miedos, sufrimientos, contradicciones, vulnerabilidades, pero también fortalezas.
“Quería ver toda la parte que tienen de igual. Igual que me pasaba de la religión. Toda la trama de Yael y Dunia viene a eso. Son dos chicas de la misma generación que vienen de culturas diferentes (judía y musulmana), pero que al final se ríen de las diferencias. El collar era un símbolo para jugar a eso: una le llama ‘la mano de Miriam’ y la otra ‘la mano de Fátima’. Tanto rollo con que somos diferentes y tenemos los mismos símbolos y valores. No están tan alejadas”.
Violeta Salama dando indicaciones en set.
La directora considera que, detrás de una fachada hecha con ladrillos de prejuicios, la intimidad otorga un mejor campo donde entenderse. Alegría es una mujer que se ha apartado de su religión judía y de sus familiares que la profesan. Pero ese rechazo ha provocado que se ausente de momentos importantes, por ende, la visita de su sobrina Yael crea un conflicto, ya que le hace notar que ese rechazo al mismo tiempo le ocasiona dolor, pero decide soportar la situación ante la posibilidad de reencontrarse con su hija, de quien también se ha distanciado.
Quizá la escena que mejor resume esta unión cultural y refleja lo que socialmente es Melilla, es cuando Alegría les narra la leyenda de Kahina a las otras mujeres, en una ceremonia previa a la boda de Yael. Kahina fue una guerrera amazig que luchó contra los ejércitos islámicos durante la invasión que estos hicieron en África del Norte durante el siglo II. Ella ganó muchas batallas, pero su única debilidad era ser madre. Su carácter apasionado le llevó a tener tres hijos con tres hombres distintos: uno árabe, uno judío y uno cristiano. Pronto se dio cuenta de que ganara quien ganara, dos de sus hijos siempre serían vencidos.
“Al final eso es lo que mueve a este mundo: la madre es la que quiere proteger a sus hijos y ante eso no hay guerra posible ni luchadora que se pueda resistir”, cerró la directora.
NARRAR DESDE LA REALIDAD PROPIA
Por su parte, Laia Manzanares comentó que interpretar a Yael fue un descubrimiento total para entender que le pasaba al personaje, cómo sentía su fe judía y de qué manera se le rompe al arribar a Melilla, tras darse cuenta de que nada era como ella lo soñaba desde los campos de dátiles israelitas.
“Eso la pone contra la pared de decir: ‘Es hora de elegir qué vida quieres tú. Ahora puedes tomar decisiones, cambiar tu destino y poner en marcha la vida que puedes llevar’. Eso fue un curro de meterme en este mundo, entenderlo, llevarlo e intentar contarlo con la mayor generosidad, porque al final eso es lo que tienen los personajes: la generosidad de cuatro personas distintas que se alimentan las unas a las otras”, comentó Manzanares.
En Melilla, Yael se percata de que no hay una forma única de ser judía y que puede practicar su religión como mejor le parezca. Este alumbramiento se da pues es la primera vez que esta chica sale del entorno seguro que le da su familia y le toca el turno de tomar decisiones por cuenta propia. Es allí cuando toma conciencia de que no tiene que replicar exactamente lo aprendido, sino que puede adaptar ese conocimiento conforme a su necesidad.
Alegría es interpretada por Cecilia Suárez.
Laia Manzanares ya había hecho hincapié con anterioridad en la importancia de que este tipo de historias se narren desde la perspectiva femenina. Para ella es importante que las mujeres puedan tener referentes, en las que puedan verse reflejadas y aprender desde su realidad.
“Al final es eso: si vives una realidad y cuentas otra, que puede estar muy bien, pero igual no conectaré tanto. Por eso me parece tan importante y fue una de las cosas que me volvió loca de este guion, con el que podía conectar con todo y me sentía segura, cómoda y protegida. Y además decir: ojalá lo vean muchas chavalas, muchas niñas y se atrevan a ser valientes, a ser vulnerables, a ser débiles y a ser todo lo que necesitan ser. No ser sólo el reflejo de algo, ¿sabes? La mirada o de estar de segundas de algo, sino que sepan que tienen el derecho a contar su propia historia y saber que tienen derecho a existir, es lícito y tienen derecho a cambiar, a probar y sobre todo, a cagarla”, concluyó Manzanares.
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