“La historia literaria no es una actividad de adorno, sino la expresión más completa del hombre”
Alfonso Reyes (pensador mexicano)
La Habana, Cuba es una ciudad textual. La fascinación por la isla ha potenciado en propios y extraños la acción de escribir de ella: sobre lo que le duele, pero al mismo tiempo sobre su magia. Una nostalgia obsesiva se refleja en su literatura que la convierten en una especie de ciudad metáfora abrazada por colores y desencantos.
“Decrepita y pretenciosa, atractiva y repulsiva, amable y agresiva, exótica y propia”, describe uno de los personajes de Como polvo en el viento, la más reciente novela del autor cubano Leonardo Padura, a La Habana, una isla de contradicciones.
Literatos nacen y mueren en la capital de Cuba que es abrazada por una arquitectura colonial española, y la mayoría son seducidos por la cadencia de esa isla que puede ser escrita desde muchos ángulos: pisando la arena de blancos polvos que ofrece sus playas, sobre los campos de tabaco, o admirando las fachadas color pastel de sus postales. Pero también que se puede describir desde la óptica del exilio y el régimen. Los testigos alentados al registro han sido bastos y La Habana literaria es representada por una diversidad de voces que llenaron (y llenan) páginas hablando de su patria. Es así que la isla puede ser leída a través de distintas escrituras.
Los del oficio de la pluma que nacen en Cuba arraigan su literatura al origen. Y es que una de las particularidades de los ciudadanos cubanos es su amplio sentido de pertenencia. La compleja situación social que experimentan no los exime de su amplio sentido de identidad.
Leonardo Padura, uno de los escritores cubanos contemporáneos más reconocidos a nivel internacional lo ha sentenciado: él necesita de Cuba para escribir. Y sus homólogos no tienen un sentimiento muy diferente al suyo, los literatos cubanos (exiliados o no) difícilmente se desprenden de su raíz y ambientan su textos evocando imágenes de su tierra, usando la propia experiencia para ficcionar historias, o la realidad misma funge como un todo dentro de sus obras. Piezas en las que la isla prepondera.
Sobre La Habana, explica Emma Álvarez Tabío Albo en el libro La invención de La Habana se fijan dos miradas de fascinación para propios y extraños: la mirada desde el interior con “esa nostalgia obsesiva de la ciudad que padece la cultura cubana de fin de siglo”, y desde el exterior con esa “curiosidad casi morbosa que provoca la destrucción de la ciudad misma”.
Lo que se pretende aquí es realizar un viaje por esta isla mítica y metafórica para detenernos en los momentos y nombres que han abonado para que la mirada extranjera penetre, a través de la literatura, en los matices de su cultura, que por su misticismo, contexto político-social y mitos históricos resulta fascinante de explorar.
PRIMEROS REGISTROS
La conquista y la colonización española detonó que en el territorio cubano se iniciara la literatura de habla hispana. La primera obra literaria escrita en la isla data del siglo XVII (1608) y es de la autoría del escritor y político canario Silvestre de Balboa Troya y Quesada (1563-1647), se trata del poema Espejo de Paciencia, que narra el secuestro del obispo Fray Juan de las Cabezas de Altamirano por el pirata Gilberto Girón y su posterior rescate por los vecinos de la localidad del Bayamo.
La obra se mantuvo oculta en la villa, incluso sobrevivió a un incendio que destruyó a la ciudad en 1816. Luego, fue descubierta por el líder estudiantil y nacional revolucionario cubano José Antonio Echeverría dentro de los archivos de la Sociedad Patriótica de La Habana. Dos años después se publicó en el periódico El Plantel, dando a conocer así la obra literaria de mayor antigüedad de la isla caribeña.
Poco tiempo después de ser revelado, el documento desapareció de los archivos de la Sociedad, pero Echeverría había acertado en sacar una copia del original, quien al morir en 1892 pasó a manos de Nestor Ponce de León, el jefe del Archivo Nacional de Cuba de aquella época.
Luego, por una serie de circunstancias, las copias que pudieran haberse generado y el documento mismo, desaparecieron, y los mitos entorno a este poema se desprendieron.
Algunos investigadores y críticos comenzaron a dudar: pensaban que el poema era una broma literaria del mismo Echeverría. Ante este panorama uno de los escritores cubanos más sobresalientes en la historia de la nación José Lezama Lima escribió en su Antología de la poesía cubana (1965): “Sería una broma demasiado extensa, además tendríamos que afirmar que la «broma» demuestra más talento poético que la obra «en serio» de Del Monte o Echeverría. Quizás algún día podrá demostrarse que fue una obra coral en la que participaron por igual Balboa y los sonetistas laudatorios. Es muy raro que seis poetas, todos conocidos por los puestos que ocupaban, nada más que dejaran una muestra, un soneto como producción”.
Asimismo, el narrador, ensayista y crítico cubano Cintio Vitier defendió la autenticidad del poema y escribió:“Está penetrado de una luz matinal de playa y de un aroma de frutos cubanos… Justamente quiso el destino que no fuese otra obra sino un poema de luz de aurora, la raíz visible del árbol de la literatura cubana”.
Al conocer el origen del autor, cabe mencionar que Espejo de paciencia, es pues, la primera obra literaria registrada en Cuba, pero no la primera redactada por un cubano. Aquí un fragmento de la esencia del poema.
Andaba entre los nuestros diligente
Un etíope digno de alabanza,
Llamado Salvador, negro valiente,
De los que tiene Yara en su labranza;
Hijo de Golomón, viejo prudente:
El cual armado de machete y lanza
Cuando vio a Gilberto andar brioso,
Arremete contra él cual león furioso..
Es así que la poesía es el género que inicia la historia de las letras cubanas que, cabe mencionar, no registra obras importantes durante el siglo XVII.
Para algunos historiadores de la literatura cubana, ésta debe comenzar a estudiarse como tal en 1790. Para otros, no es sino hasta 1902, después de finalizada la guerra contra España e instaurada la República Mediatizada, que se puede hablar de una literatura verdaderamente cubana, unida sólo a la española por la lengua común y algunas influencias, se describe en el artículo La literatura cubana en torno a 1898: una poética marcada por la guerra (Alexis Díaz Pimienta).
INICIO DE LAS LETRAS NACIONALES
Los historiadores de Cuba han visto al siglo diecisiete y casi todo el dieciocho como una especie de tabla rasa, donde apenas se columbraban, en caracteres borrosos, algunos nombres de autores de devoción, de ensayos históricos y de versos informes, se lee en Bibliografía Cubana de los Siglos XVII Y XVII de Carlos M. Trelles. Aquí se puede leer que los escritores cubanos comenzaron a surgir a mediados del siglo XVIII.
Trelles escribe que las letras cubanas entre 1700 y 1790 fueron discretas e incluyen la pieza teatral El Príncipe jardinero y fingido Cloridano, redactada por Santiago Pita y Borroto, considerado el primer dramaturgo de la isla de Cuba.
La verdadera tradición poética cubana comienza con Manuel de Zequeira y Arango y Manuel Justo de Rubalcava, a finales del siglo XVIII. Esto se puede afirmar no sólo por la calidad que alcanzaron en sus respectivas obras, sino por su tipicidad insular ya distante de lo español. El canto a la naturaleza autóctona iba siendo el tono y el tema primado de la poesía de Cuba; los poemas inaugurales con mayor calidad son la oda A la piña, de Zequeira, y la Silva cubana, de Rubalcava.
“Ellos, ya desde ópticas más nacionales van marcando los rumbos de una continuidad literaria que establecería para el futuro, la doble vertiente de toda la literatura cubana: lo culto y lo popular, visible también en la narrativa, la epístola y el teatro”, se puede leer en el libro El aire azul de La Habana de Fidel Antonio Orta.
SIGLO XIX
Los escritores José María Heredia y Félix Varela surgen en el siglo XIX. “Significativamente, Heredia y Varela son los más destacados intelectuales cubanos de su tiempo, y al abrazar el independentismo, desbordan las posibilidades de su clase de origen en ese momento, lo que los obligará al destierro”, refiere Carlos M. Trelles en el texto antes mencionado.
Heredia fue un poeta precoz que escribió el primer texto mayor de la poesía cubana En el Teocalli de Cholula. Es considerado el Poeta Nacional y fue el precursor de la poesía social cubana. Por conspirar por la libertad en su patria, fue obligado a exiliarse, vivió en Estados Unidos y en México, en este último país murió sin posibilidades de regresar a su patria.
Sobre Heredia, José Martí, uno de los personajes políticos y literarios más importantes de Cuba, escribió: “Es él que acaso despertó en mi alma, como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible por la libertad […] el primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas y sereno como sus alturas”.
La Oda al Niágara es uno de sus poemas más populares que trata sobre su añoranza de Cuba y la admiración por las cataratas del Niágara. Aquí un fragmento:
Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz...! Niágara undoso,
Tu sublime terror sólo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.
Varela, por su parte, está considerado como el primer poeta romántico de Cuba. Asimismo es referido como el más importante pedagogo y pensador cubano independentista, también como un sacerdote ejemplar que dedicó su vida a los humildes, los huérfanos y los inmigrantes.
Cabe mencionar que este siglo es evaluado como el de mayor madurez literaria, en donde saltaron nombres, aparte de los ya mencionados, como: José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, Antonio Ballicher y Morales, Luisa Pérez de Zambrana, Getrudis Gómez de Avellaneda, Joaquín Lorenzo Luaces, Gabriel de la Concepción Valdés, José Jacinto Milanés, Domingo Del Monte (considerado el primer crítico profesional de Cuba), entre otros.
“La otra nota valiosa del período está dada por un conjunto de poetas en que se afina la sensibilidad romántica. Aunque esta línea es iniciada por Rafael María de Mendive, maestro de Martí, el nombre descollante de esta etapa es el de Juan Clemente Zeneca, una de las voces más transparentes y puras de la poesía cubana, quien expresara en nocturnos y elegías la desazón de un poeta delicado a quien su deber empuja al combate y que no logra estar siempre a la altura de las circunstancias”, se lee en Bibliografía Cubana de los Siglos XVII Y XVII.
Aquí parte de un poema de Zeneca titulado Morir de amor:
Ven, pajarillo, a mis prados,
ven a posarte en sus calles
sobre un lirio de los valles,
sobre un ciprés temblador;
alégrame con tus trinos,
muestra al sol tus lindas galas,
y arrúllame con tus alas
que estoy muriendo de amor.
En 1868 estalló la primera parte de la guerra de independencia. El romanticismo se extinguió y otra época literaria en Cuba comenzó a delinearse: surge la poesía de criollismo y siboneísmo, singularizada en la obra de dos poetas: José Fornaris, como precursor y Juan Cristobal Nápoles Fajardo, El Cucalambé. Se trata de una poesía en la que se destaca el tratamiento de los temas indígenas y el canto a la naturaleza patria.
Para este periodo también es importante mencionar la obra Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde, que enfatiza la ciudad criolla. Se considera la novela cubana más importante del siglo XIX.
La novela narra una intensa exploración de la sociedad cubana, y específicamente habanera de aquella época de Villaverde. El autor compuso desde el exilio en Estados Unidos, el mito de una ciudad, La Habana y de un personaje, la mulata Cecilia Valdés que trascenderían el plano literario para incorporarse al imaginario popular. Es una evocación tan detallada que puede construir un tejido urbano capaz de sustentar la ciudad entera, considera la autora Tabío Albo en La invención de La Habana.
Sobre esa misma obra el intelectual cubano Elías Entralgo sentenció que: “Cecilia Valdés es nuestro más significativo mito literario. Equivale, para la literatura cubana, a lo que El Quijote para la española, Hamblet para la inglesa o Fausto para la alemana”.
Tabío enfatiza que Cirilo Villaverde se convirtió en una figura venerable del exilio cubano. El mismo autor escribió que “fuera de Cuba, reformé mi género de vida: troqué mis gustos literarios por más altos pensamientos; pasé, del mundo de las ilusiones, al mundo de las realidades, abandoné, en fin, las frívolas ocupaciones del esclavo en tierra esclava, para tomar parte en las empresas del hombre libre en tierra libre”.
LITERATURA, REVOLUCIÓN Y JOSÉ MARTÍ
Hasta aquí que hemos hecho un repaso (aunque elemental) en la historia de la literatura cubana, es justo mencionar a José Martí, que para Antonio Orta se trata de un autor con el que se da la primera explosión de las letras cubanas: “Martí es infinito, Martí es el diario misterio que nos acompaña, Martí es una verdad tangible, alta y eterna como lo puede ser la Cordillera de los Andes. Desde la literatura hizo revolución, y desde la revolución hizo literatura. Por donde quiera que se le analice, salta ante nuestros ojos una personalidad cimera de América Latina. Lo mismo como poeta mayor (precursor del modernismo) que como pensador político anticipado”.
Oportuno en uno de uno de sus Versos sencillos, José Martí pronuncia:
Yo vengo de todas partes,
y hacia todas partes voy:
artes soy entre las artes,
en los montes, monte soy.
Fue en 1895 que el mismo Martí envió desde Estados Unidos, envuelto en un puro, la orden de levantamiento con la que daba comienzo la “guerra necesaria”: el último enfrentamiento de independencia cubana frente al imperio español.
En este momento las voces literarias transmutan hacia una poesía civil, patriótica. “La poesía patriótica que se cultiva entonces es muy abundante y disímil. Conviven poemas de hondo calado, de emotivo y cuidado tratamiento, junto a poemas de ocasión publicados en la prensa, versificación satírica y burlesca, descuidados en la forma pero intencionados en sus versos, unos arengando a los compatriotas a la lucha o sublimando el esfuerzo redentor, y otros haciendo blanco de sus mofas al gobierno español, a sus soldados, a sus costumbres. El abigarrado panorama poético de estos años es tan desbalanceado como múltiple, y tiene como denominador común el tema de la guerra, que todo lo marca y lo condiciona”, describe Díaz Pimienta en La literatura cubana en torno a 1898: una poética marcada por la guerra.
Volviendo a Martí, reflexiona Fidel Antonio Orta, el autor aporta literatura e identidad y literatura de la soberanía. “Es Martí, en mi criterio, la tierra fértil donde hoy se levanta lo mejor de la literatura cubana, sello particularmente esencial de una nación que él ayudó a fundar”.
REPÚBLICA DE CUBA
Irrumpe el siglo XX y con el la instauración en Cuba de la República. Que no fue más que el hecho de independizarse de España para depender, luego, de Estados Unidos.
El reflejo del contexto lo registra el poeta Bonifacio Byrne en su obra Mi bandera:
Al volver de distante ribera,
con el alma enlutada, y sombría
afanoso busqué mi bandera
¡y otra he visto además de la mía!
¿Dónde está mi bandera cubana,
la bandera más bella que existe?
¡Desde el buque la vi esta mañana,
y no he visto una cosa más triste!…
Con la fe de las almas austeras
hoy sostengo con honda energía
que no deben flotar dos banderas
donde basta con una: ¡la mía!
Otros poetas de la República son: José Manuel Poveda y Agustín Acosta. Luego, la poesía cubana se diversificó en el purismo de Eugenio Florit, Emilio Ballagas y Mariano Brull, en el negrismo de Nicolás Guillén y en el feminismo de Dulce María Loynaz.
Por su parte, la novela contó con Miguel de Carrión y Carlos Loveira Chirino, y el cuento con Luis Felipe Rodríguez, Enrique Labrador Ruiz y Lino Novás Calvo. El acento folclorizante lo puso Lydia Cabrera. Asimismo en el ensayo antropológico y crítico hay que mencionar a Medardi Vitier y a Fernando Ortiz. Este último publicó los libros Los negros brujos y Los negros esclavos, los cuales tuvieron una importancia transcendental en América Latina y el mundo.
“Fernando Ortiz es en la practica uno de los primeros investigadores latinoamericanos que analizando los conceptos de cultura y sociedad logran rescatar y dar a conocer las verdaderas luces de identidad de este continente. Si José Martí logró tocarle el corazón a Cuba, Fernando Ortiz le toco el alma”, sentencia Fidel Antonio Orta en El aire azul de La Habana.
Para la década de los 30´s, la vanguardia se expresó en la relevante Revista de Ance de la que surgieron nombres como los de Juan Marinello, Jorge Mañach, Francisco Ichaso, Félix Lizaso y el fundamental novelista Alejo Carpentier.
En 1940 apareció el grupo de la Revista Orígenes, de inspiración católica y preocupación cubanista, cuyo líder fue José Lezama Lima, y en el cual se integran Ángel Gaztelu, Gastón Baquero, Octavio Smith, Cintio Vitier, Fina García Marruz y Eliseo Diego.
Sobre estos, en el libro Los poetas de Orígenes, Jorge Luis Arcos señala que conforman uno de los grupos poéticos más importantes del idioma en cualquier época. “A ellos los distingue una singularidad: cualquiera que haya sido la manifestación genérica desde donde se expresaban, lo hacían siempre desde la confianza en la poesía como una forma omnicomprensiva, irreductible de conocimiento de la realidad, desde la que pudo destilar un poderoso pensamiento poético mediante el cual podían abarcarla en su totalidad”.
José Lezama Lima expresó que Orígenes “es algo más que una generación literaria y artística, es un estado organizado frente al tiempo. Representa un mínimo de criterios operantes en los artístico y en las relaciones de la persona con sus circunstancias”.
Por su parte, la narrativa alcanzó en esta misma centuria un trepidante auge, caracterizado además por lo variado de sus propuestas. Escritores que, incluso, cultivan más de un género en su trayectoria, y que se han hecho merecedores de un puesto cimero en el panorama literario de la nación y del resto del mundo.
Sin dudas, las figuras cimeras de la narrativa cubana en el siglo XX son Alejo Carpentier, Virgilio Piñera, dramaturgo y narrador, José Lezama Lima, novelista, poeta, ensayista, Dulce María Loynaz, poeta y novelista, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas y José Lorenzo Fuentes.
LOS CONTEMPORÁNEOS
La historia literaria de Cuba se sigue escribiendo a través de nuevas plumas, que al querer y no, sus estilos han sido influidos por sus antecesores en la Isla.
Uno de los nombres que más proliferan es el de Leonardo Padura, un escritor que ha crecido enraizado a la revolución. Sus ojos son testigos de varios momentos de su nación que han sido registrados a través de su literatura, una que se arraiga fielmente al significado de asumirse cubano.
Su obra tiene reconocimiento internacional, uno de los reconocimientos más importantes de su carrera lo recibió en el 2015, el ser merecedor del Premio Princesa de Austrias.
Autores más jóvenes como Carlos Manuel Álvares y Dainerys Machado Vento, son parte de la nueva narrativa cubana que se liga al tema del exilio contemporáneo.
Álvarez asume a su país con furia y recorre Cuba con la mirada de un exiliado que lejos de querer apartarse de las grietas de su tierra se hunde en ellas para poder entenderlas. Es una de las voces de una nueva camada de periodistas que también se asoman a la literatura para dejar, quizá, un registro más amplio de su tiempo y de su propia experiencia.
Sobre el exilio actual, expuso en una entrevista que otorgó a El Siglo de Torreón: “Es un exilio muy diverso, alimentado por distintas zonas migratorias a lo largo de muchas décadas, un exilio que ya se convirtió por sí mismo en un país, es decir que no te exilias del país, también de la comunidad del exilio, así de fuerte y de poderoso es y tiene distintas zonas, que van de un exilio mucho más ortodoxo anclado a la lógica de la Guerra Fría de un mundo que ya no existe, hasta un exilio mucho más fragmentado, más global, cosmopolita , tal como corresponde a un mundo globalizado como el de hoy”. Y es precisamente, el exilio, un tema fundamental en la obra de este joven escritor.
La obra de la también periodista y escritora Machado Vento también se centra en esta isla, la isla de sus recuerdos de su raíz. A Siglo Nuevo expresó durante el año pasado que: “A La Habana le ofrezco mis mejores maneras, mis mejores recuerdos, los mejores poemas, las mejores referencias literarias que he tenido; es decir, las que me han llegado se las devuelvo sin intención de capitalizar su imagen”.
Cómo podríamos concluir un tema tan lleno de voces literarias que emergen desde la isla. Y es que La Habana, Cuba, seguirá siendo escrita por nuevas generaciones, plumas que beberán de una misma tinta, la tinta que los identificará siempre cubanos.
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