Philippe Ollé-Laprune no es de aquí ni es de allá. La experiencia de haber nacido en Francia y luego enraizarse en México, le otorgó una óptica para observar la literatura, de ambos países, desde la lejanía. Tal vez ese sentido de no pertenencia le favoreció a su ojo de editor para transitar en las letras de ambas naciones de una forma más honesta, más libre.
Y es que el editor, escritor y promotor cultural francés radicado en México piensa que leer es una peculiar manera de asir el mundo, y al mismo tiempo de escapar de él.
“Uno se evade en las páginas para percibir mejor la vida y sus misterios. Uno se extrae de su entorno para abismarse en la existencia. Uno toma distancia para aprehender mejor”, escribe en la entrada de su nuevo libro No soy de aquí, ni soy de allá editado por Sexto Piso.
Se trata de un material que reúne el trabajo de veinte años de escritura de un francés que piensa que la literatura es un acto que devuelve dignidad, y que posee obsesiones como lector que le fomentan un trabajo de edición más agudo. Y es que el autor fungió como juez y parte para delinear un texto que aborda narrativas de ambas culturas y se adentra en obras de autores que, bajo su ojo clínico, merecen ser puestas en la mesa principal de los lectores.
En las letras bordadas por Ollé-Laprune podremos recorrer el París de los surrealistas, pero también el París menos conocido de César Moro o de Severo Sarduy; la Centroamérica de Rubén Darío; la Martinica y la batalla por la descolonización y la dignificación de los pueblos negros de Aimé Césaire. También es posible adentrarnos a los territorios de algunos de los narradores más cautivadores de nuestra lengua: Sergio Pitol, Daniel Sada, Juan Villoro y Mario Bellatin.
En la cuarta de forros del material empastado en un color verde trébol, se puede leer que esta propuesta literaria es el retrato de un autor y la bitácora de un viajero que considera a la literatura como un alimento al espíritu para estar más vivos y ser mejores, como un acto de rechazo y de rebelión, y como una sublevación contra las injusticias de la condición humana.
“Es el diario de un emigrante, de un exiliado, de un explorador que busca un territorio donde por fin encontrar la paz, el reposo, la serenidad, la dicha que constantemente nos niega el mundo. Y ese territorio está aquí, encerrado en este libro, y se llama literatura. Quien lo abra y busque lo mismo, no se arrepentirá, y durante el recorrido de estás páginas, hallará una forma de dicha”.
Realizado el viaje al mundo capturado por Philippe, Siglo Nuevo se interesó en la carpintería que realizó el autor para formar su obra, pero sobre todo en la faena que le representa asumirse como editor.
No eres de aquí, ni eres de allá, ¿Es ese sentido de no pertenencia el que te ha permitido acercarte a la literatura tanto francesa como castellana de una manera más crítica?
Quién sabe...(Risas) quizá la idea de no tener un anclaje demasiado marcado, de no tener la sensación de pertenecer “a” te da bastante libertad, pero hay que ser también honesto. No soy de aquí ni soy de allá, pero soy un poquito de ambos también. Es decir, me reconozco, tengo conocimiento, no es como decir que no soy de china ni de África, porque ahí si no te podría de decir por dónde ni cómo. Ahí es un juego de donde eres o qué significa pertenecer a una cultura, a un lugar, o a un idioma.
¿Cuáles fueron tus primeras influencias literarias de Hispanoamérica?
Cuando era muy joven la literatura del (llamado) boom nos impactó mucho. La literatura de García Márquez era algo muy excitante para un joven francés, estaba Julio Cortazar que vivía en París y que era más cercano, digamos, de una forma u otra y, también, había un mundo latino que era bastante cercano. Después me fui a vivir a Centroamérica, estuve viviendo en honduras y ahí conocí a autores y obras que me sorprendieron porque no tenían nada que ver con lo que yo pensaba que era América Latina, por ejemplo, me acuerdo haber comprado dos novelas de Salvador Elizondo, y dije qué le pasó a este señor, y me di cuenta, después, conociendo un poco más el panorama, que hay literaturas muy diversas y amplias. Si tu lees a Horacio Quiroga, también lo leí me acuerdo en Honduras, o descubría a Roque Dalton, gente que no estaban en el canon, porque había finalmente pocos autores. Yo había leído en Francés lo que te cuento de García Márquez, etcétera. También fue un brinco al idioma español, empezar a leer en español, me di cuenta de que lo que teníamos en Francia en la mesa de literatura de América Latina no era necesariamente todo lo que representa esa neurosis enorme.
¿Por qué esta necesidad de fungir como puente entre la literatura Francesa y castellana?
Se construyó solo, porque fui editor de literatura latinoamericana de Francia, editor de José Agustín, fui el editor de Juan Vicente Melo y de otros autores de América Latina y obviamente se dio así, no lo decidí una mañana, “ahora seré puente”. Justo me vine aquí y fue un trabajo al revés que era un poco poner a la literatura de lengua francesa en México, entonces eso fue muy interesante porque también fue un espejo, tenía que releer mucha literatura francesa que yo no tenía tan presente, estar más al tanto. Hablar más de qué era lo que alimentaba esa literatura, se dio así, pero no fue una decisión marcada de una mañana.
¿Ahora, cómo fue la tarea de la curación de textos?
Para este libro fue releer muchas cosas, editar textos que se repitieran, hay algunos autores que tienen dos textos. Fue eliminar, digamos, cosas que no me parecían, eliminar textos que se repetían, algunas correcciones y también agregar textos inéditos, tener algunas cosas para darle cuerpo y forma al libro.
¿Qué autores mexicanos han pesado más para ti?
Hay muchos, la verdad es muy difícil. Tuve sorpresas muy gratas por ejemplo con los dos que te mencioné. José Agustín y Juan Luis Santonelo son dos autores que me apasionan todavía. Ahí dedico (en el libro) un texto largo a Sergio Pitol que fue un amigo muy querido. Hay un texto que me gusta mucho sobre Mario Bellatin y Henri Michaux que me tomó mucho tiempo escribir y es largo, que habla sobre los puntos de encuentro entre las obras de ambos y es muy revelador.
Actualmente ¿cómo visualizas el panorama de la literatura que se está gestando?
Creo que es muy buena época, es un momento de autores que no tienen la obligación de rendir cuentas. Es una generación mucho más libre, una generación que no tiene un sentido de la tradición tan rígida. Son mucho más libres, más internacionales, para bien y para mal.
Se pudiera decir que actualmente no existe un canon literario como tal...
El problema es que cuando hablamos del canon de las listas de autores, de las antologías, de la selección, hay muchas injusticias y muchas construcciones que no son muy sanas, como observador te puedo decir que se fabrican cosas que no tienen mucho interés, pero hay que ser justos y poner en la mesa los textos mismos y leerlos […] aparte hay todo un mundo que a mí me preocupa un poco: los centros de formación a la creación literaria, eso no había antes, no existía esos mecanismos. Hoy, es cierto que muchos que salen de esos centros de formación están publicando, veremos con los años, no estoy convencido de eso.
Fue a raíz de la que lectura no es un acto pasivo que supongo que tu comenzaste a escribir, ¿cuál fue el género con el que iniciaste?
Yo publiqué muy tarde, a escribir, todos escribimos cositas cuando estamos jóvenes, pero yo publiqué mi primer libro cuando tenía más de 40 años, que era un libro pequeño de ensayos, porque yo tengo una historia de editor, y luego editor de antologías, que es una cosa que he hecho mucho y para contestar muchas preguntas en las antologías tuve que reflexionar qué significa equilibrar, qué significa dale presencia a tal y finalmente pues terminé escribiendo. Por ejemplo hice una antología de literatura mexicana del siglo XX en Francia que es un libro muy grande, 100 años de la literatura mexicana, más de 70 autores y mi amigo editor me invitó hacer el prólogo. Finalmente hice un librito que existe en el Fondo de Cultura que se llama México: visitar el sueño.
Cómo es esto de generar libros siendo juez y parte
Todos somos un poco juez y parte, somos autor, editor, crítico, hay mucha gente que tiene muchas responsabilidades, pero todo es parte de una misma dinámica. Yo no lo veo contradictorio, lo veo como una construcción de una misma cosa.
Escribes que la literatura es un acto que devuelve dignidad, ¿cómo sembrar esta idea en un país como México, que según el Inegi cada año reduce el número de sus lectores?
Eso hay que verlo de cerca. Hay diferentes maneras de acercarse a la lectura, lo que si sufre es el libro (físico), muchos jóvenes leen ya en sus celulares, en sus computadoras. Lo que sí es preocupante es que tradicionalmente hubo un problema con la esperanza del libro en el país, de echo parece ser, según tengo entendido, que México es el país que se recupera más lentamente del lado de la venta de libros de América Latina y Colombia y Argentina están maso menos al nivel que tenían en la prepandemia y aquí todavía no. Debería de haber una política mucho más enfocada a lo que se llama lectura pública, en eso si te doy toda la razón.
También escribes que vivir en la literatura es aprender a no estar en ninguna parte, ¿esa idea, como de exiliado, es en la que te encuentras?
No estoy exiliado, porque tengo muchos amigos que no pueden regresar a sus países de origen. Hay esa paradoja enorme de la literatura de que tiene que estar anclada a una realidad geográfica y al mismo tiempo te invita a un espacio que no se traduce en lo concreto. De repente leo El jugador de Dostoyevski y uno, pienso que lo escribió para mí y dos, que estoy en un mundo que no es realmente el mundo concreto que pretende describir el autor, es su mundo, es una ficción, es vivir en una ficción. Obviamente está fuera. Y yo, no soy ni de aquí ni de allá.
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