Ni vencedores ni vencidos
Opinión

Ni vencedores ni vencidos

Miscelánea

No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento

del pueblo mestizo, que es el México de hoy"

Placa en la Plaza de las tres culturas

Cumpliendo como estamos, los quinientos años de la “conquista,” lo invito pacientísimo lector, a comentar el tema. Estará usted de acuerdo en que la destrucción del mundo panhispánico (brutal y reprobable) no puede desligarse de su contexto: sucedió a principios del Siglo XVI. Arriesgarse, alejarse, perderse, descubrir, guerrear, conquistar; eran las formas en que funcionaba el mundo. Si no fuera por que Eva se arriesgó a morder la manzana; sin hambre, ni frío, ni curiosidad, seguiríamos aburridísimos en el Paraíso. El mundo rico y diverso que conocemos hoy, lo hicieron y lo siguen haciendo posible los aventureros, que como Cristobal Colón, buscando la India se tropezó con América, y con su hallazgo cambió la concepción que se tenía del mundo.

Hombres como ellos, no terminan nunca de ampliar nuestros horizontes. Ahora mismo se invierten fortunas inimaginables en naves que nos permitan asomarnos al universo, pisar la Luna, viajar a Marte, y si es posible conquistarlo; si no, ¿para qué? La osadía de Hernán Cortés al internarse en un mundo desconocido y misterioso, donde los habitantes naturales, pelearon en contra o apoyaron a favor, a los hombres blancos y barbados que llegaron de ultramar; bueno y malo, fue lo que tuvo que suceder para iniciar un proceso de cambio violento y autoritario que obligó a los indígenas a abandonar su lengua, religión y organización social (herida que no acaba de cerrarse) para dar inicio a la amalgama de culturas, razas, creencias que somos los mexicanos de hoy, que comenzamos a entender al fin, que “ni la conquista fue el inicio de 500 años de resistencia indígena, ni a derrota de Tenochtitlán fue producto de una guerra liberadora de pueblos oprimidos”. Cumpliendo ahora los 200 años de la rendición de los naturales y legítimos dueños de las tierras que habitaban, cabe recordar que la gran Tenochtitlán a donde llegó Cortés, no era un país, sino una serie de comunidades dispersas que luchaban entre sí.

De hecho, el concepto de nación mexicana, surge a partir de la conquista, y el mestizaje que estimuló Hernán Cortés, quien tuvo una primera hija en Cuba con una india zaina. Posteriormente con Malintzin procrearon a Martín Cortés, y con Isabel Moctezuma, a Leonor Cortés Moctezuma, nada menos que nieta del emperador.

En nuestra complejisima historia, hay todavía mucho que descubrir sobre aquellos sucesos. Sin embargo, a la luz del tercer milenio, es incuestionable la riqueza que nos aportamos los unos a los otros en el intercambio humano, genético y cultural. Hoy que conmemoramos la caída de Tenochtitlán, me gustaría recordar algunos de los beneficios de la fusión; aunque sólo sea en cosas tan elementales como el ganado y los alimentos: América aportó a Europa el maíz, el tomate, la papa (que por cierto salvó del hambre a muchos pueblos europeos en tiempos de guerra) el pimiento verde, el cacao, el guajolote, el aguacate, el cacahuate, el tabaco, frutas y maderas tropicales; sin hablar del oro y la plata que despertaron la avaricia de los conquistadores. Los europeos por su parte, aparecieron sobre un animal que llamaban caballo, y que debe haber parecido aterrador a los americanos que nunca lo habían visto. En cuanto a los otros animales que los europeos trajeron al Nuevo Mundo, están las ovejas, vacas, cerdos y cabras. El algodón, la cebada, trigo, arroz, naranjas, limones, y que suerte, la vid que nos trajo la alegría del vino; también llegaron de ultramar. Seguimos en el parto doloroso de una América en continuo proceso de construirse. Conseguida la Independencia de México, había que encontrar la forma de darnos un buen gobierno. Lo seguimos intentando. Se hace camino al andar. Mientras tanto, aquí seguimos, dándole vueltas a la noria.

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