Este 2021 que pronto llegará a su fin registró conflictos entre el gobierno federal y lo que, no sin cierto sarcasmo, se mencionó como “los científicos”, a los que se añadieron los universitarios y estudiantes de posgrado. Del Conacyt, fueron los primeros; de la UNAM, los segundos y del CIDE, los últimos. Dejo al lector la tarea de desentrañar las siglas de esas instituciones pobladas por lo que el escritor ruso Máximo Gorki llamó “clase intelectual”.
El conflicto con los del Conacyt fue por –se divulgó– corrupción; el de la UNAM, por desapego de las necesidades populares y el del CIDE no me enteré bien. Todo ello me llevó a releer a Gorki, cuya lectura –me dijo mi declinante memoria–, escribió como conciencia crítica de lo que él mismo calificaba de clase intelectual, misma que incluía personas de la ciencia, la técnica y el arte.
Busqué mi desastrado tomo II del Teatro completo, de Gorki, para reencontrarme con Los veraneantes, drama con tema de lo que quizá se reflejó en los conflictos que mencioné, principalmente en cuanto a la UNAM, es decir, el desclasamiento no de la institución, sino de alumnos, docentes, investigadores, et al.
Gorki escribió Los veraneantes entre 1901 y 1904, año éste en que publicó la obra y en que se estrenó en Petersburgo. En ese tiempo algunos estudiantes e intelectuales integrados a la lucha popular fueron reprimidos con ferocidad por el zarismo, lo que no lograba sofocar la atmósfera revolucionaria pero tampoco la incomodidad de intelectuales desentendidos de la realidad del pueblo. Acerca del contenido de su drama Gorki le decía a un director de escena:
“He querido dar la imagen de aquella parte de la intelectualidad rusa que había emergido de las capas democráticas y, habiendo alcanzado cierta altura en su posición social perdió el vínculo con el pueblo que está emparentado con ella por su sangre, ha olvidado los intereses de él, la necesidad de hacerle más amplia la vida”.
No puedo dejar de ver en esas palabras un reclamo similar al que generó el conflicto con mi amada UNAM. Pero otro aspecto que esa tensión pudo reflejar es el del joven idealista que, desclasado, se apoltrona en la vida pequeñoburguesa y hasta cae en el temor de que se derrumbe el Estado que lo mantiene. Riumin, uno de los intelectuales veraneantes dice:
“Había jurado que toda mi vida la dedicaría a la lucha a favor de todo aquello que me pareciera bueno, honrado. Y hete ahí que he dejado pasar los mejores años de mi vida [tiene 32], y nada he hecho, nada. Al comienzo, sólo me estaba preparando, estaba esperando como si tratara de acomodarme para la lucha, y, sin haberlo notado, me he acostumbrado a vivir en el mayor sosiego, empecé a apreciar dicho sosiego, temer por él, por su suerte.”
María Lvovna, médica, por su parte, entre reproches propone a los intelectuales ser solidarios para que se olviden de su soledad. Después de que Barbara Mijaílovna, esposa de un abogado, ha increpado a los intelectuales por su conducta quejumbrosa, los exhorta a ser distintos y entre otras cosas les dice:
“Movidos no por la lástima, no por la misericordia, tendríamos que trabajar para el ensanchamiento de la vida… hemos de hacerlo para nosotros mismos… para que no sintamos la maldita soledad… Para no ver el abismo entre nosotros, que nos hallamos en las alturas y nuestros parientes de sangre, que vegetan allá abajo, de donde ellos nos están mirando como a unos enemigos que viven del trabajo de ellos. Nos habían enviado [las masas democráticas] hacia adelante para que encontrásemos para ellos un camino para una vida mejor… pero nosotros nos hemos ido abandonándolos, y nos perdimos; nosotros mismos nos hemos creado la soledad […]”.
La obra de Gorki me recuerda el reproche a los intelectuales de la UNAM y de instituciones similares.
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