Miguel Littin clandestino en Chile
Nuestro mundo

Miguel Littin clandestino en Chile

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En los últimos años hemos presenciado un auge de los géneros literarios de no ficción: crónica, testimonio, autobiografía, entre otros. No obstante, en nuestra lengua existe una larga tradición de esas literaturas. Los antecedentes más directos están, por ejemplo, en el trabajo de los poetas, quienes en muchos casos también escribían para los periódicos acerca de temas de interés (Manuel Gutiérrez Nájera, Laura Méndez de Cuenca, Rubén Darío, José Martí, entre muchos otros). Más tarde, durante el llamado boom latinoamericano, también se gestaron libros maestros de no-ficción.

Una de esas piezas maestras es La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile, publicado en 1986 por Gabriel García Márquez. La que narra en el libro es una odisea tan increíble que cualquier editor la hubiese rechazado de no ser porque ocurrió en la realidad. El asunto es este: en los años más crudos de la dictadura chilena, cuando la junta militar mantenía un rigor de fierro, existía una lista de cinco mil exiliados chilenos a los que el gobierno de Pinochet les prohibía regresar. Entre ellos estaba el director de cine Miguel Littin. Pero la nostalgia por la patria siempre puede más, de modo que Littin se las arregló para entrar disfrazado a Chile y grabar una película de cuatro horas en donde se exhibía la situación real que guardaba su país: desempleo, violación de los derechos humanos, mordaza a la libertad de expresión, corrupción entre las autoridades

Después de varias semanas, Littin salió de Chile para contar su historia no sólo en forma de película, también como el volumen de crónica que hoy nos ocupa. Para decirlo en términos contemporáneos, podríamos llamarle un detrás-de-cámaras del documental hecho por Littin. Se trata de un libro de 153 páginas que bien podría ser una novela de espionaje en la que intervienen agentes de inteligencia, generales dispuestos a hablar e incluso abuelas rebeldes capaces de poner bombas y lanzarse de un avión con un paracaídas. Pero como ya dije, la aventura no puede ser tomada a la ligera por el sencillo hecho de que ocurrió en la realidad, y es por ello que Littin necesitaba un narrador experto que la contara sin trivializarla.

Al lector común quizá no le son tan evidentes las habilidades de carpintería que García Márquez utiliza para narrar la situación que enfrentaban los chilenos en aquel momento aciago. Lo que sí resulta evidente es las dificultades que atravesaba un país en el que el gobierno de ultra derecha pretendía lograr crecimiento económico sacrificando libertades individuales. En ese sentido asistimos a la descripción de un Chile doméstico, narrado a nivel de cancha, con abundantes descripciones de espacios y lugares y con muy pocas cifras y estadísticas. Eso le confiere calidez al libro y nos permite involucrarnos con los lugares en forma emotiva, como lo hacen los exiliados con su tierra.

Desfilan en estas páginas personajes emblemáticos como Víctor Jara, Violeta Parra, Pablo Neruda y por supuesto la memoria siempre presente de Salvador Allende. Pero también conocemos historias locales como la de Sebastián Acevedo, hombre que se prende fuego en la plaza principal de San Fernando reclamando por sus hijos desaparecidos, detenidos por agentes de la dictadura.

Este libro fue publicado cuando Pinochet aún gobernaba en Chile. Es importante recordarlo porque tras la apariencia de fortaleza que deseaba trasmitir ese gobierno, el narrador nos muestra un régimen cada vez más débil, tambaleante y moribundo, en el que ni siquiera los generales más jóvenes estaban de acuerdo con su comandante supremo. En palabras de García Márquez, los militares se creían predestinados a acordar con los civiles un retorno sin dolor a la democracia. Vemos así a un Pinochet solo, acorralado, que cada vez debe tomar más medidas de seguridad y sostiene cada vez menos contacto con su pueblo. Ya sabemos cómo terminó esa historia.

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