Las postales de Martha Cooper
Arte

Las postales de Martha Cooper

Imágenes de una expresión llamada hip hop

A finales de los años setenta, la mirada de una mujer fue capaz de capturar la esencia de una subcultura emergente en las calles de Nueva York. Para entonces, los muros de la ciudad estaban revestidos de grafiti, de texturas coloridas impregnadas en aerosol. El gobierno había declarado la guerra contra esta práctica en los Five Foroughs (Cinco Distritos): Bronx, Brooklyn, Manhattan, Queen y State Island. Una nueva subcultura, el hip hop, estaba en pleno nacimiento.

La anécdota narra que Martha Cooper (Maryland, 1942) llegó a Nueva York en 1977 para practicar el fotoperiodismo. Consiguió trabajo como fotógrafa en New York Post, siendo la primera mujer contratada por este diario secundario de la urbe. Antes también había sido la primera mujer en ser becaria de la National Geographic, algo que pensó sería el trabajo de sus sueños, pero que finalmente no fue así. Cooper siempre buscó el contacto humano, tomar fotografías por gusto, por capturar historias hechas de entorno y gente.

En aquella época era muy duro para una mujer entrar en el mundo de la fotografía para revistas. Fue el auge del fotoperiodismo en blanco y negro. No tenía ni idea cómo podía hacer carrera como fotógrafa”, comenta en el documental Martha: A picture story (2019), dirigido por la australiana Selina Miles.

Armada con su cámara y sentido humano, Cooper cumplía los encargos del periódico a la vez que tomaba imágenes a la población de Nueva York. Cuando los sucesos sensacionalistas escaseaban, el diario recurría a llenar esos huecos con sus fotografías: ancianos dando de comer a las palomas en Central Park, transeúntes en las calles, desfiles, músicos, la Gran Manzana siempre tenía algo para fotografiar.

Era una época complicada para Nueva York. Crímenes, desempleo e incendios daban la pauta social. De los cinco distritos, el Bronx se percibía como el más afectado por las circunstancias. En una ciudad en crisis, los dueños de los edificios optaban por quemarlos, pues eso les resultaba más barato que bajar el costo del alquiler a sus inquilinos. Cooper entró con su cámara en medio de ese aquelarre.

Dotada de tacto social, la fotógrafa comenzó a enfocar a los niños que jugaban y se divertían en las avenidas, mientras todo a su alrededor parecía desmoronarse. Las ruinas eran gran lugar para explorar y la imaginación de los infantes brotaba a chorros. Todo se movía y vivía en pos de inocentes descubrimientos. Fue precisamente uno de esos niños quien marcaría el inicio de su trabajo más famoso.

SUBWAY ART

Mientras fotografiaba infantes, uno de ellos le mostró a Martha su libreta con unos dibujos extraños. Se trataba de bocetos de grafiti que el chico estaba practicando antes de plasmarlos con aerosol en una pared. En ese entonces, las autoridades le habían declarado la guerra al grafiti que se adueñaba de cada rincón de la ciudad.

Fue la primera vez que entendí qué eran los grafitis. Y al ver mi interés me dijo: ‘Bueno, te puedo presentar a un rey’”.

El ‘rey’ resultó ser Dondi, uno de los mejores grafiteros que tenía Nueva York. El artista reconoció a la fotógrafa gracias a una imagen que ella había tomado: una niña columpiándose frente a una pared que Dondi había pintado.

Era, puedo decirte, muy elocuente. Me explicó estos grandes dibujos, obras de arte increíbles”.

Cooper empezó a acompañar a los grafiteros neoyorquinos durante sus pintadas. Acudía de noche a las yardas de trenes, mientras los jóvenes tomaban a los vagones como lienzos y plasmaban en colores lo que pedía su creatividad. Todo fue así, fortuito, sin proponérselo, sin tener ambición de pasar a la inmortalidad u obtener beneficio a cambio. Los artistas urbanos la habían arropado porque se interesó en ellos como personas.

Una noche estuve ocho horas mirándole hacer una pieza (a Dondi), un vagón de arriba a abajo. Fue increíble. Empecé a subir al Bronx y buscar sitios desde donde ver los trenes. Nunca los había visto, nunca me había dado cuenta. Realmente nunca había observado estos trenes. Me obsesioné con los grafitis”.

Al principio, Cooper no entendía por qué esos jóvenes pintaban sus apodos con aerosol, pero con el tiempo comenzó a darse cuenta de que era una práctica lúdica, un juego donde los artistas buscaban crear sus propios estilos cada vez más sofisticados. Si los museos de la ciudad albergaban costosas obras de artes, los grafiteros tenían de galería a las calles donde cruzaban los trenes.

Sin recursos para pagar actividades extraescolares o espacios dignos para la recreación, muchos jóvenes encontraron en el grafiti un desahogo para sus frustraciones.

Henry Chalfant era otro fotógrafo interesado en retratar este fenómeno, pero mientras él se inclinaba más por el arte, Cooper se enfocaba a analizar la emergente subcultura. No obstante, ambos unieron su talento y buscaron publicar un libro con sus fotografías. Tocaron puertas en editoriales neoyorquinas, pero todas se negaron. Ya las autoridades habían declarado la guerra al grafiti y consideraban a Cooper como agitadora del movimiento pictórico.

A los fotógrafos no les quedó más remedio que tomar un avión y viajar a la Feria del Libro de Frankfurt, en Alemania, en busca de una oportunidad. Quizá en ese entonces el grafiti no tenía tanta presencia en Europa y eso permitió que la primera editorial que consultaron en la feria accediera a publicarles. La primera edición de Subway Art (1984) tuvo un pequeño tiraje de tres mil copias, resultó un rotundo fracaso en ventas y ante la decepción, Cooper decidió retirarse de la temática.

RECONOCIMIENTO

El grafiti es el arte visual de la subcultura hip hop, expresión urbana que incluye otras prácticas artísticas como el breakdance o la música rap. Pronto, la manía de decorar superficies con aerosol salió de Nueva York y se propagó por todo el mundo.

Años más tarde, Cooper, quien había pasado años sin ser reconocida, de pronto recibió una llamada procedente de Alemania. Se le propuso buscar fotografías en sus archivos, imágenes que pudieran ser ventana hacia la cultura hip hop en Nueva York, pues no sólo capturaba grafitis, sino también a jóvenes bailando en la calle. El resultado fue la publicación del libro Hip Hop Files: Photographs 1979-1984 (2004), con fotografías inéditas que habían permanecido guardadas por más de dos décadas.

Entonces, Martha Cooper comenzó a viajar por todo el mundo, asistiendo a eventos, conferencias, festivales. Se percató de que había un sector que admiraba su trabajo, que Subway Art había influenciado a miles de jóvenes que ahora se dedican al grafiti. Tal es el caso de los artistas brasileños Os Gemeos, quienes en Martha: A picture story narran cómo las imágenes de Cooper influyeron en ellos.

Actualmente, Martha Cooper tiene 79 años, es directora de fotografía del City Lore e ícono indiscutible del hip hop. Sin embargo, ella nunca ha querido estar del otro lado de la cámara ni acaparar reflectores. Le incomoda que se le considere leyenda y prefiere continuar realizando su trabajo como el primer día en que tomó una cámara.

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