En la terquedad de la memoria
Literatura

En la terquedad de la memoria

Registros de la vida periodística de Julio Scherer

La memoria, indispensable y portentosa, es también frágil y vulnerable.

Luis Buñuel

Cuando Luis Buñuel aborda el concepto de la memoria en la apertura de su libro Mi último suspiro, una revaloración traspasa la piel del lector: este don, esta gracia es quizá el elemento más importante para la existencia del ser humano. Sin memoria no existiría la historia ni toda expresión periodística, literaria o artística. Se trata del puerto donde zarpa la imaginación, de la cantera poblada de recuerdos, de la tierra fértil para cultivar la creatividad.

¿Cómo se escribiría un texto si el autor no pudiese recordar la estructura para construir una frase? ¿Qué pasaría si de pronto todo se fuese a negros y no hubiera oportunidad de recuperar esas imágenes que brindan identidad? Buñuel añade: “Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea solo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida”.

El periodista Julio Scherer García conocía bien las propiedades de este patrimonio. En noviembre de 2006, Rafael Rodríguez Castañeda (entonces director de la revista Proceso) le pidió un texto para el número especial por el trigésimo aniversario de la publicación que encabezada (el mismo Scherer fundó Proceso en 1976). El comunicador se negó, no ostentaba el impulso suficiente para comenzar el trabajo y el tema sobre el golpe a Excélsior de 1976 ya no tenía cupo en sus cuartillas; lo había agotado.

Pero Rodríguez Castañeda no renunció a su causa, negoció con el maestro: “Reproduzcamos un texto significativo. Podríamos elegir entre algunos”. Scherer por fin accedió y comprendió que no podía abordar otro tema que el de Luis Echeverría Álvarez, el presidente que orquestó el golpe a Excélsior para sacarlo de la dirección.

Así que se preparó para instalarse ante su máquina de escribir Olivetti y teclear con la maestría de un pianista en primera persona. El llamado ‘yo literario’ le otorgó alivio a pesar de su carácter vulnerable (tan vulnerable como la memoria). Al reflexionar decía que escribir con esa voz exigía honradez, inteligencia y sensibilidad. “Instalado en mi propio yo, sentí a Echeverría más cerca que nunca, lo oí respirar”.

Durante la realización de ese texto, conversó con Anne Marie Mergier, entonces corresponsal de Proceso en Europa. Ella también había ensayado la técnica del yo en un reportaje especial dedicado a Fidel Castro. La periodista le dijo que la experiencia en esa escritura la encaminaba de manera natural a publicar un libro en el mismo tono. A Scherer le pareció notable esa coincidencia, él también ensayaría un volumen de recuerdos.

Registros mnésicos

La redacción de La terca memoria afronta a Julio Scherer con algunos de los momentos más importantes de su vida; lugares, encuentros donde fue guiado por el ejercicio periodístico. Se trata de reportajes sobre sus propios recuerdos y los personajes clave para abordar la complejidad mexicana. Fiel a su filosofía, el periodista denuncia y acusa con pruebas a los operadores de la corrupción que lega su sombra hasta la actualidad. En palabras del autor, es “un libro escrito con todo el coraje del mundo”.

El volumen abre con anécdotas sobre el periodista Gastón García Cantú, el escritor y caricaturista Abel Quezada y el polémico político y empresario Carlos Hank González. Acude a Francisco Galindo Ochoa y Amado Treviño, para luego dar un breve recorrido durante su estancia de Excélsior a través de personajes como Rodrigo de Llano, Elena Guerra y la periodista lagunera Magdalena Mondragón.

El ilustre Carlos Quijano, el empresario Juan Sánchez Navarro, el periodista Juan Francisco Elay Ortiz dan preámbulo para la aparición del expresidente Miguel Alemán Valdés y sus cuadros de corrupción. “El presidente Alemán fundó una colonia para él y algunos de sus íntimos en unas de las playas más hermosas de Acapulco”.

Pero Scherer también otorga lapsos vividos con sus amistades más cercanas y sus inicios como reportero en Excélsior, antes de volver a Miguel Alemán Valdés y describir cómo trató de limpiar su nombre con la construcción de Ciudad Universitaria. El Instituto Politécnico Nacional, su encuentro en Nueva York con el papa Paulo VI durante su visita a la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) continúan con esta película memorial.

La parte final del libro está dedicada a los intelectuales: Héctor Aguilar Camín, Mario Vargas Llosa, Daniel Cosío Villegas y hasta un encuentro con el cineasta Guillermo del Toro, cuyas reflexiones creativas le inspiraron a redactar la siguiente frase: “El riesgo es la única manera de saber de uno mismo y de los otros, la única manera de mantenerse vivos. El riesgo le da sentido al tiempo”.

El último capítulo muestra el silencio que el expresidente Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún expresaron sobre la construcción de una residencia en su rancho La Estancia, en Guanajuato, lugar que en 2006 también visitó Felipe Calderón en compañía de su familia.

Encuentro con Mondragón

En poco más de una cuartilla, Julio Scherer despliega la memoria e inicia el relato situando su encuentro con Magdalena Mondragón (periodista lagunera y primera mujer en México en dirigir un periódico) en Ixcateopan, “un polvoso pueblo” del estado de Guerrero, localizado a aproximadamente 168 kilómetros al norte de Chilpanchingo, donde existe una zona arqueológica.

La narración indica que tanto Scherer como Mondragón eran guiados por la arqueóloga Eulalia Guzmán, “una anciana de penetrantes de ojos oscuros, dueña de un magnetismo y fortaleza física impresionante”.

Los periodistas arribaron al sitio junto a otros colegas. Era la búsqueda de los restos del tlatoani Cuauhtémoc. La fecha del encuentro queda a imaginación del lector. No se menciona dato temporal. Aunque se sabe que en septiembre 26 de 1949, Eulalia Guzmán declaró haber dado con la osamenta de Cuauhtémoc.

Scherer resalta la trayectoria de Mondragón y cita su ensayo Los presidentes me dan risa (1948), “una historia mordaz a propósito del presidencialismo, algo al fin del páramo de la crítica escrita, era dueña de su descaro”.

Iguala se encuentra a 60 kilómetros de distancia de Ixcateopan, en un valle rodeado por nueve montañas. Allí se trasladaban los periodistas cada atardecer, desayunaban en el mercado y ella recalentaba un mezcal por las mañana mientras “se gozaba en sus desplantes”.

La segunda parte del relato narra cómo Mondragón asistía a las reuniones con Manuel Ramírez Vázquez, nombrado subsecretario del Trabajo durante el gobierno de Miguel Alemán. Mondragón cubría las fuentes laborales y en una ocasión tuvo que hacerse notar ante el subsecretario. Scherer describe a la lagunera como una mujer “bajita, con el cuello estirado”.

Mientras el subsecretario se extendía en sus declaraciones, ella parecía perder la paciencia, por lo que tuvo que recurrir a un ademán para capturar su atención. El autor no da más espacio a la anécdota, pero genera el registro de cómo uno de los periodistas más influyentes del país brindó homenaje a quien quizá es la escritora más importante que ha parido La Laguna (sin olvidar a Enriqueta Ochoa, cuya poesía se sitúa en otro lugar).

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