A principios de febrero, Netflix nos tomó por sorpresa al publicar en su catálogo gran parte de la filmografía del director español Pedro Almodóvar. No sólo eso, sino que encabezó la selección con el estreno nacional de su última película: Madres paralelas. El hecho de estrenar directamente este filme sin el acostumbrado recorrido por las salas de nuestro país, deja bastante claro que el cine ha cambiado sus esquemas de distribución y exhibición. Esto es algo positivo para las producciones cinematográficas, porque generan un mayor número de espectadores. Sin embargo, también resulta pertinente mencionar que son cada vez más los contenidos y plataformas disponibles. La gran cantidad de contenido muchas veces termina por agobiar al usuario. Por ello, se buscan parámetros o indicadores que orienten al momento de elegir una película. Se cuentan los números de galardones que la película ha recibido, los minutos de aplausos generados y nominaciones merecidas, o como en este caso, si se trata de un director con una carrera sólida, con una filmografía de manufactura impecable y además, accesibles para el público en general.
UN TOQUE DISTINTO
En esta ocasión muchos espectadores pudieran sentirse confundidos o desconcertados, puesto que el director entrega una película que, aunque encaja perfectamente con el resto de su filmografía, es un tanto peculiar. En ella, emplea su reconocido talento para excederse y llevar el melodrama a grandiosos extremos, pero esta vez lo hace con un objetivo diferente: no busca solamente divertirnos o entretenernos con ácidos comentarios sociales, sino impulsar a la reflexión seria. Su batuta apunta específicamente a la memoria histórica de su país y de paso, como en el resto de sus obras, desdibujar los límites morales impuestos por la sociedad.
El director muestra su característica rebeldía desde el inicio y decide abrir esta película trastocando una escena que es un lugar común en la industria audiovisual: un fotógrafo captura imágenes de una modelo mientras le ordena poses para que luzca atractiva y sensual. Aquí, invierte el habitual juego de poder mediante un giro de perspectiva de género. En primer plano aparece Janis, el personaje principal, armada con una cámara fotográfica y pidiéndole al sujeto retratado que sonría, que relaje su cara o mire hacia otro lado. Él se muestra tímido y cohibido, ella luce confiada, profesional y certera. Janis, al ver que sus instrucciones imperativas no diluyen la tensión y no genera la confianza que busca, le pide al hombre que la mire directamente a sus ojos, acción que establece el primer acercamiento entre los dos y en la que advertimos un ligero coqueteo.
Es en este punto donde el director evita que nuestra atención se fije demasiado en la historia romántica y revela de inmediato que el hombre, llamado Arturo, es un experto forense dedicado a exhumar fosas comunes remanentes de la Guerra Civil española. El interés principal de Janis no es romántico, aunque claramente hay una atracción mutua. Janis tiene en mente la posibilidad de que se lleve a cabo una excavación en las afueras de su pueblo natal, lugar en el que fueron fusilados varios hombres inocentes durante el régimen franquista. Ella desea rescatar los restos de su bisabuelo quien fuera también fotógrafo de profesión. Con la ayuda de su abuela materna, Janis recabó información suficiente acerca de las víctimas para conformar un dossier que incluye también retratos, tomados por su bisabuelo antes del terrible suceso. El director nos presenta las fotografías de las víctimas en primer plano una a una, pareciera como si miraran fijamente a la cámara, a nosotros.
ABORDAR EL TEMA DE LA MEMORIA
Posteriormente se retoma a la interacción entre Janis y Arturo y antes de iniciar con la predecible relación romántica, el forense le comenta que está dispuesto a ayudarla; va a presentar el proyecto de excavación a una Fundación que se dedica al rescate de la Memoria Histórica, pero le advierte que es algo que llevará algo de tiempo. Y en efecto, esto no se retomará, al menos no de manera explícita, sino hasta el acto final, dos años después del inicio de la historia. Como esto sucede durante los primeros minutos de la película, es una información que relegamos y pasa a un segundo plano, cual coro acompañante que poco a poco se diluye para dar voz principal a los conflictos personales de Janis.
Esta acción claramente es deliberada e intencional, puesto que el mismo director nos da una pista explicita en un diálogo de la secuencia inicial. Arturo le pregunta a Janis el por qué rechazó unos cráneos de utilería que el equipo de producción había reservado para la sesión fotográfica, a lo que ella contesta: “Me parece demasiado obvio ponerle a un antropólogo forense una calavera”. Janis, como Almodóvar, está defendiendo así su postura como artista y tomando plena responsabilidad creativa al elegir construir una representación por medio de imágenes.
De esta manera, queda implícito que la película de Pedro Almodóvar no busca excavar directamente una tumba para mostrarnos restos óseos sin miramientos, como quizá lo hubieran hecho sus múltiples imitadores. Tampoco busca revictimizar a los muertos ni explotar a sus descendientes de manera fácil y sin respeto alguno. No. Al relegar este tema a segundo plano y evadir referencias directas al mismo, el director decide enfocar su cámara en las generaciones actuales de su país. Detrás de la elegante y enmarañada trama se asoma constantemente un tema durante todo el metraje: la culpa de negar la verdad en búsqueda del beneficio propio.
Es así como el director retoma su admiración por las películas de misterio, en especial aquellas grandiosas escenas fabricadas a la perfección por su admirado Alfred Hitchcock, y nos hace creer que estamos envueltos en un misterio. Primero, juega con nosotros al ponernos en el centro de la relación clandestina entre un antropólogo forense casado y una fotógrafa decidida. Atestiguamos su cortejo y el proceso de seducción. La cámara se desliza entre ellos y las cortinas del apartamento de Janis flotan con el aire hacia las calles de Madrid. La música es contundente, orquestal y las cuerdas nos advierten que algo importante está por suceder. Intuimos que será probablemente un asesinato o una decepción, pero no. Se trata de un nacimiento. Es en ese momento cuando la historia vuelve a cambiar. La historia romántica pasa ahora a segundo plano.
EL NACIMIENTO
De pronto vemos a Janis en una sala de parto, sola. En pantalla le acompaña Ana, una joven, muy joven, que también está a punto de parir. Durante las contracciones, casi sincronizadas, las dos se apoyan y forman un vínculo especial. Nuevamente el director decide retomar el tono atmosférico anterior y asistimos a un parto, pero desde una perspectiva angustiante, casi como una película de terror. Hay acercamientos de los rostros de las dos mujeres y sus gritos enmarcados en planos de ángulos aberrantes. Entre estos, se contraponen momentos dulces y tiernos, así como el toque siempre característico del director al invertir escenas habituales: es un parto asistido solamente por mujeres, no hay ningún doctor que diga “puje”, ni un enfermero oportuno, tampoco el hombre débil que se desmaya ante el dolor de “su mujer”.
A partir de esta secuencia se estrecha la relación entre estas dos mujeres ya que comparten tiempo mientras sus hijas permanecen en observación, al ser diagnosticadas con inadaptación extrauterina. Se enteran de que ambas decidieron ser madres, aún cuando se les ofreció terminar tempranamente con su embarazo por ser un evento inoportuno y no planeado; sabe destacar que los “importunados” son figuras masculinas. Es entonces cuando conocemos a Teresa, la madre de Ana, una mujer de mediana edad a punto de obtener un papel en la obra de teatro Doña Rosita la soltera. No es casualidad que la mujer se sienta atraída por una obra cuya protagonista sea la antítesis de una madre dedicada ni tampoco que haya sido escrita por Federico García Lorca, dramaturgo y poeta que fue asesinado durante la Guerra Civil española y cuyos restos fueron arrojados a una fosa clandestina. Janis, al advertir que Teresa no es una figura que precisamente disfrute de ser un arquetipo maternal, le dice a Ana que quisiera seguir en contacto.
Durante el metraje, Ana y Janis se reencuentran varias veces en diferentes circunstancias. A veces como aliadas, otras como amigas, compañeras, socias o incluso como madre e hija. En momentos, su relación se torna un tanto intensa y confusa, lo cual es una consecuencia lógica por las situaciones que se van complicando involuntariamente. En una escena en específico, se muestra la brecha generacional y social que las separa, y una vez más el tema “oculto” de la película se hace evidente: Ana le comenta a Janis que su padre piensa que excavar fosas del pasado es inútil, a lo que Janis se altera y la reprende por no preocuparse por la memoria histórica del país. Esta confrontación simbólica con la ideología de derecha española es parte medular y constante en la filmografía del director. Sin embargo, es claro que a estas dos mujeres las une un amor solidario que finalmente trasciende sus diferencias y bien merece el uso de la palabra sororidad.
FRATERNIDAD FEMENINA
Esta fraternidad femenina, presente también desde su ópera prima, se manifiesta también en los personajes que rodean a Janis. El marco de apoyo para Janis como madre primeriza está conformado por su mejor amiga Elena, Brigida la mujer encargada del aseo y un par de niñeras; una estudiante de intercambio más bien despistada y una educadora profesional.
Al mismo tiempo, el director decide también enfocarse en lo angustiante que resulta ser madre. A pesar de que Janis en un inicio se presenta como una mujer independiente, madura y resuelta, se entera de algo que la cimbra por completo, una verdad que pudiera apartarla de su hija. Una vez más se ensombrece la atmósfera, Janis empieza a actuar como sospechosa o culpable de un crimen. En una escena, ve a su hija dormida a través de un monitor especial para bebé mientras rebana una zanahoria con un afilado y brillante cuchillo. Está a la defensiva, se comporta de manera extraña y temerosa. Como buen admirador del thriller, Almodóvar nos da información privilegiada que compartimos con la protagonista, lo que nos hace cómplices virtuales de lo que está sucediendo en pantalla. Al sembrar la duda en su protagonista por medio de contraluces artificiales propios de una cinta de cine negro o del expresionismo alemán, nos hace cuestionar nuestros propios límites morales al sentir empatía genuina por una persona cuyas acciones están determinadas por el miedo de perder lo que más quiere. Incluso, si esto implica ocultar información a los demás.
Conforme la película avanza, la relación con las personas que rodean a Janis se va transformando, así como nuestra percepción. Comprendemos que la madre de Ana se comporta así por diferentes circunstancias de su pasado y que Ana es una muchacha mucho más madura de lo que aparenta, simplemente se revela como una víctima de la separación y posición ideológica de sus padres. Del mismo modo, el antropólogo forense es quizá una persona menos egoísta de lo que pensamos, puesto que advertimos que antepone las necesidades de los demás sobre las propias. Se nos engaña deliberadamente con preconcepciones erróneas acerca de estos personajes, para al final llegar a una comprensión de sus acciones. Hay que recordar que la motivación inicial de Janis no es el poder o el amor romántico, sino la búsqueda de la verdad histórica de su país. Por lo tanto, rumbo al final de la película deberá enfrentarse a sus propios secretos y mentiras, así como responsabilizarse de las consecuencias de sus actos.
La última parte de la película es la que probablemente resulta más desconcertante para muchos espectadores, pero es sin duda la más emotiva. En los últimos minutos la dirección de arte, la fotografía y el tono actoral dan un giro impredecible y son muy distintos al resto de la cinta. En un tono respetuoso y con formalidad casi documental, el director se decide y abre la fosa. Un acto que, probablemente, nosotros no percibimos con las grandes implicaciones políticas y sociales que conlleva, puesto que es un capítulo que rara vez se habla en la historia española y del cual no tenemos una referencia inmediata. Sin embargo, Almodóvar no se olvida de dar una conclusión satisfactoria a sus personajes y más bien nos recuerda que son mensajeros de una verdad mucho más grande y quizá universal.
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