Hay un océano en el aire, incrustado estrellas como de granos de arena una playa. El navegante de origen catalán, Mauricio Obregón, decía que la humanidad se interesó por conquistar el cielo luego de surcar los mares durante siglos. Esto fue un tema que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética se tomaron demasiado en serio en la época de la Guerra Fría.
El 16 de junio de 1963, a las 12:30 horas, la aeronave soviética Vostok-6 abandonó para siempre el suelo en el cosmódromo de Baikonour (Kazajistán). La piloteaba Valentina Tereshkova, una mujer paracaidista que dos años antes se había reclutado en Moscú para una misión espacial. Al final fue la elegida entre cinco candidatas para ser la primera mujer en ir al espacio.
Tereshkova guardó el secreto de su entrenamiento, ni siquiera su madre sabía lo que pasaba. Tuvo que inventarle una historia donde la habían seleccionado para un equipo de paracaidismo y así justificar las largas jornadas de trabajo. “Me creyó porque estaba acostumbrada a creerle a sus hijos”. A ella le invadía el deseo infinito de volar, no importaba que tan duras fueran las pruebas. Tenía 26 años cuando cruzó la atmósfera.
El sueño del viaje
La cosmonauta nació el 6 de marzo de 1937 en la comunidad de Bolshoye Maslennikovo, al norte de Moscú. De niña escapaba de casa para ver pasar al ferrocarril y su desfile de vagones. En su inocencia pensaba qué tan feliz debía ser el maquinista al ver tantas cosas en su viaje: ciudades, paisajes, personas. Su primer sueño fue estudiar en el instituto ferroviario.
Sin embargo, su padre murió durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre tuvo que entrar a una fábrica textil para mantener a Valentina y sus dos hermanos. Más adelante, la salud de esta decayó y la futura cosmonauta tuvo que seguir los pasos de su progenitora en la industria textil.
La Unión Soviética ya había presenciado el vuelo de Yuri Gagarin en 1961, quien realmente fue el primer ser humano en ser lanzado al espacio. Entonces Tereshkova ya entrenaba como paracaidista, pues su sueño cambió tras el viaje de Gagarin; ahora soñaba con ser cosmonauta. El deseo se cumpliría tiempo más tarde por casualidad.
Al enterarse de que Estados Unidos pretendía, por primera vez en la historia, llevar a una mujer al espacio, los soviéticos decidieron trabajar en su propia misión y adelantarseles. Se lanzó el llamado. Tereshkova fue una de las 400 mujeres soviética que respondió.
“La preparación era bastante dura y complicada, tanto físicamente. Nuestros colegas hombres eran pilotos, nosotras paracaidistas. Había que comenzar por lo básico: aprender la técnica cosmonáutica, a manejar los dispositivos abordo de las astronaves. Y por supuesto, los vuelos. Nosotras éramos paracaidistas, pero en el equipo de los cosmonautas, en el centro de preparación, nos enseñaron a volar tanto en aviones de transporte como en los reactivos”, comenta Valentina Tereshkova en una entrevista cedida a la cadena Rusia Today, con motivo del 50 aniversario de su vuelo.
El 21 de mayo de 1963, un grupo de especialistas comandados por Serguéi Koroliov, principal ingeniero en el área de cohetes, llegó para supervisar el trabajo de las chicas. Ninguna de ellas sabían quién sería elegida para pilotear la misión. Tereshkova tenía incertidumbre, inquietud, pero a la vez confianza, pues ya estaba preparada.
“Yo no dudaba pero, como todo el mundo, tenía ciertas inquietudes. Estaba segura, porque la preparación la había pasado con éxito y todas pasamos muy bien el examen estatal. Nos esforzamos muchísimo, teníamos unas ganas colosales y además, Yuri Gagarin siempre estaba con nosotras. Era el comandante del equipo de cosmonautas y quería mucho a nuestro grupo femenino”.
En el océano del aire
Valentina Tereshkova había ensayado hasta el detalle más insignificante del vuelo cósmico. Se adiestró en vuelos de ingravidez, hizo pruebas de aislamiento, en centrifugador, repasó las teorías de cohetes, naves espaciales e ingeniería. La Vostok-6 se convirtió en su hogar desde antes del despegue, se familiarizó con ella hasta conocerla a profundidad. Aunque comenta que nunca pensó en los riesgos de la misión. Si se concentraba en ellos, era mejor no volar. No había temor en que existiera algún fallo, nunca contempló un accidente.
Pero, ¿cómo era el espacio? Tereshkova y las demás cosmonautas sólo habían visto fotografías y construido imágenes en sus mentes a partir de los relatos de Yuri Gagarin. Hasta ese momento, el espacio sólo existía en su imaginación, se trataba de un viaje hacia lo desconocido.
Tereshkova dejó la Tierra con sus sueños empacados dentro de su traje espacial y amarrados con el cinturón que la aseguraba al asiento. El infinito la esperaba. Desde la ventanilla vio las llamas que surgen cuando el metal de una aeronave traspasa la atmósfera, justo como lo narraban los cosmonautas que ya habían viajado al espacio. Pero ningún relato se acercaba a lo que vio con sus propios, en ese concierto de astros y estrellas. A la par del espectáculo, tuvo una lección como ser viviente: se percató de que la Tierra era un lugar muy pequeño en el universo, con poca superficie terrestre y rodeada de agua.
“Es difícil expresarlo. Me dio mucha lástima no ser pintora. La belleza que se despliega ante ti cuando estás en la órbita, es difícil imaginársela. Eran los primeros vuelos, todavía no podíamos ver el enorme panorama que ahora se transmite desde la Estación Espacial Internacional. Por eso las impresiones eran increíbles. El entusiasmo con el que comentábamos todo lo que veíamos quedaba registrado en la grabadora abordo”.
La nave estaba preparada para soportar sólo 11 días de vuelo. La misión se programó para durar 24 horas y al final duró tres días. A pesar de la belleza del paisaje, el viaje no fue del todo placentero para la piloto. Sufrió náuseas y jaquecas. Además, la nave presentó un error que podría sacarla de órbita y alejarla de la Tierra. Tereshkova tuvo que ingeniárselas y seguir instrucciones para corregirlo.
Los objetivos de la misión eran claros: estudiar los efectos de los vuelos espaciales en el organismo humano, específicamente, hacer un análisis comparativos de estos vuelos en una mujer. Tereshkova también debía efectuar una serie de observaciones, experimentos, capturas fotográficas y sesiones de comunicación con la base en la Tierra y con su colega Valeri Bykovski, quien tripulaba la Vostok-5, una nave espacial lanzada dos días antes.
Tras casi 70 horas en órbita y 48 vueltas a la Tierra, abandonó la cápsula de vuelo el 19 de junio de 1963. Descendió en paracaídas a las 11:20 horas desde seis mil metros de altura. Aterrizó en Karaganda, Kazajistán, ya despojada del anonimato y convertida en leyenda. Su madre se enteró del viaje hasta que las noticias lo narraron.
A pesar del éxito de Valentina Tereshkova, tuvieron que pasar 19 años para que Svetlana Savítskaya, otra mujer soviética, realizara de nueva cuenta un viaje espacial.
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