Dios tiene tripas
Nuestro mundo

Dios tiene tripas

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Entre los debates que han preocupado a la Iglesia, uno que se desarrolló en el siglo II de nuestra era resulta sorprendente: ¿iba Jesucristo al baño? Tras este asunto que parece menor, hay una discusión clave para su época: si el llamado “hijo de Dios” era un hombre o sólo aparentaba serlo. Entre quienes defendían la segunda posibilidad estaba Valentín El Gnóstico, ex obispo de Roma que sostenía que Cristo comía y bebía, pero no defecaba.

He recordado esta antigua discusión mientras leía Dios tiene tripas, meditaciones sobre nuestros desechos, de la multipremiada ensayista Laura Sofía Rivero. Este libro, ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2020, y recién publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, toma como punto de partida algunas corporalidades para trazar la historia de ciertas ideas y echar luz sobre la manera en que está conformada nuestra vida contemporánea. Vale aquí recordar que, con Tomografìa de lo ínfimo, uno de sus libros anteriores, esta ensayista obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Sor Juana Inés de la Cruz en 2017, al tiempo que comenzó la construcción de un público de lectores que hoy sigue creciendo.

Pero volvamos a Dios tiene tripas: con once capítulos dedicados al papel higiénico, a la diarrea y las flatulencias, a la latrinalia (es decir, las pintas y leyendas que aparecen en las paredes de muchos retretes comunales) e incluso a una guía para desenvolverse con fortuna en baños públicos, este libro parecería una de esas obras que usan la escatología para provocar al lector, aunque no sepan qué hacer una vez obtenida su atención. Todo lo contrario: nieta literaria de Jonathan Swift, el célebre escritor satírico irlandés, Laura Sofía Rivero pone su estilo ágil y ácido al servicio de una causa: descifrar qué hay tras los prejuicios sobre el tema incrustados en el imaginario popular. Así ocurre cuando nos recuerda que, a pesar de lo que nos hacen creer desde pequeños, la caca no es inútil e indeseable sino que, entre otros usos, sirve como una valiosísima fuente de información médica. Observar nuestras heces es comunicarnos con regiones ignotas de nosotros mismos. También cambia nuestra perspectiva del mundo cuando nos dice que limpiar no es eliminar la suciedad de manera absoluta, sino transferir la suciedad a otra superficie. Vista así, la posibilidad de asear nuestros cuerpos y nuestros espacios es un privilegio que conlleva responsabilidades éticas que preferimos ignorar. ¿A dónde van a parar las miles de toneladas de desechos que generamos diariamente?

En paralelo, Dios tiene tripas ilumina aspectos pocos conocidos de personajes y/o lugares célebres. Al recordarnos que uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, padeció en secreto una diarrea crónica por más de veinticinco años, Laura Sofía Rivero contribuye a desacralizar la Historia.

Con gran talento para elegir el dato preciso, la autora demuestra que la manera como enfrentamos las ideas que ponen en entredicho nuestro modo de vida no ha cambiado mucho desde el siglo II. Por ejemplo, saber que cada año fallecen en el mundo tres millones de niños a consecuencia de la diarrea, y que 99 por ciento de esas muertes ocurren en los países llamados tercermundistas, no es un asunto de buen o mal gusto, sino un hecho que evidencia las enormes diferencias en el acceso a servicios de salud. Saber que menos de la mitad de la población mundial tiene acceso al papel higiénico, aunque este sea considerado un artículo de primera necesidad, nos lleva a pensar en las tremendas injusticias en la distribución mundial de la riqueza y en lo estúpidas que son ciertas dinámicas de las sociedades de consumo.

Además de un libro de muy alto calibre literario, Dios tiene tripas es una brillante demostración de que si callamos determinados asuntos no se debe a que sean sucios, sino a que son considerados herejías porque revelan las grandes incongruencias de nuestro tiempo.

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