Voto y alternancia
Opinión

Voto y alternancia

Jaque Mate

Este cinco de junio se llevarán a cabo elecciones en seis estados: Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas. Como ha ocurrido en todos los procesos electorales en nuestro país desde 1997, no tenemos certeza sobre cuáles serán los resultados. Esto es importante. México vive ya una democracia, la cual se demuestra por la alternancia de partidos en el poder.

No la experimentamos durante la mayor parte de nuestra historia. No la tuvimos, por supuesto, en los 200 años del imperio azteca, ni en los 300 de la Colonia. Tampoco, sin embargo, en los primeros 170 años de vivir en una república supuestamente democrática. Cuando un grupo diferente llegaba al poder, lo hacía siempre por la fuerza de las armas, no por el voto. En los años del viejo PRI, los ciudadanos conocían el resultado de cada elección meses antes que se llevara a cabo. El PRI siempre ganaba.

Cuatro reformas electorales en los años noventa abrieron las puertas a la alternancia: una en 1990, dos en 1994 y una más en 1996. Juntas crearon la autoridad independiente, el Instituto Federal Electoral, y establecieron reglas justas.

En las elecciones intermedias de 1997, ya con un IFE independiente, el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados; también el gobierno del Distrito Federal, la Ciudad de México, en las primeras elecciones en la entidad. En el 2000, el otrora partido único vivió un verdadero desastre: perdió la Presidencia de la República a manos del panista Vicente Fox, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados por segunda vez, la mayoría absoluta en el Senado por primera vez y el gobierno de la Ciudad de México por segunda ocasión. Sufrió también derrotas importantes en los estados, aunque conservó una mayoría de las gubernaturas.

¿Puede existir una democracia sin alternancia? Teóricamente, sí. Los votantes podrían siempre favorecer a los mismos candidatos y partidos. La experiencia nos dice, sin embargo, que es difícil que esto ocurra en una democracia. Los países donde siempre ganan los mismos no suelen ser democráticos, aunque tengan elecciones. Fue el caso de la Unión Soviética desde su aparición hasta 1991, del PRI de 1929 a 1997, de Cuba desde la revolución de 1959 hasta la actualidad y de Rusia también ahora.

Yo no sé cuál será el resultado de las elecciones de mañana, aunque conozco los adelantos de las encuestas de opinión. Aun así, el voto podría ser completamente distinto. Esto es lo hermoso de la democracia.

Lo más probable es que en la mayoría de las votaciones ganen los partidos que se encuentran en la oposición. Habrá también, quizá, algún triunfo de los partidos gobernantes. Esto simplemente mantendría la situación que hemos vivido en nuestro país en los últimos años: un 60 por ciento de las elecciones son ganadas por partidos de oposición. En tres de las cuatro elecciones presidenciales han triunfado también candidatos de oposición, incluido el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Quizá nuestra democracia sea imperfecta. Todas lo son. Pero preocupa que el gobierno quiera cambiar radicalmente el sistema electoral ahora, cuando por fin logramos la alternancia. Esperemos que un presidente que alcanzó el mando gracias a la alternancia no quiera ahora eliminar la equidad de reglas y la imparcialidad de autoridades que nos permitieron alcanzar la democracia.

Comentarios