Es posible que no quieras ser el que se toma el último pedazo de pastel,
pero por otra parte, sería un pecado dejarlo allí, sin comer.
Sólo con nacer ya era culpable del misterioso pecado original. Imagino que consiste en el hecho de que al nacer, mordemos el fruto del bien y del mal. Hay vidas gloriosas, héroes, santos, mártires, y sin embargo nadie sale de aquí sin culpa. El pecado forma parte de nuestro ADN y siempre hay un momento en que la vida nos prueba. Me consta porque he sido una activa pecadora.
El pecado me seduce, me tienta, y dado que la única forma de vencer la tentación es caer en ella; yo me dejo caer. En todo caso, me arrepiento de las ocasiones en que por miedo retrocedí. Una vida sin pecado sería tan aburrida como Adán y Eva en el Paraíso. Cuento con la mentira como recurso incondicional, es por eso que me escandaliza cuando sin pudor alguno, mi amiga Cotilla viene a decirme que ella nunca miente. ¡Bah! otra de las mentiras que se cuenta. Quien se miente a si mismo no tiene salvación. Yo miento porque si dijera lo que realmente pienso me quedaría sin amigas. La gente que anda a los verdadazos cae muy mal. La cortesía, la publicidad, la vida social y sobre todo la política, se sostienen a base de mentiras.
Quienes llevan la cuenta afirman que MALO miente algo así como ochenta veces cada mañana, mientras mascotas y corcholatas cantan agradecidadas: “Voy viviendo ya de tus mentiras, es por eso que te quiero tanto/ más si das a mi vivir, la dicha con tu amor fingido, miénteme una eternidad, que me hace tu maldad feliz”. ¡
Que sería del arte, la literatura, el cine, ¿sin la posibilidad de inventar mundos irreales? “Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento” dicen que dijo Anatole France. Soberbia, Ira, Avaricia, Envidia, Lujuria, Gula, Pereza, no me resisto, todos los pecados me resultan tentadores, aunque claro está, dependiendo de las circunstancias, tengo mis preferencias. Mi padre siempre me acusó de soberbia y tal vez tenía razón, aunque no ha sido ese mi pecado más significativo. En este momento la gula empieza a perfilarse como uno de mis favoritos. La pereza, que hasta ahora había pasado desapercibida, hoy ocupa lo mejor de mi tiempo. En cuanto a la ira, tengo mis momentos de mucho enojo, aunque según lo veo, no califican. Para convertirse uno en un manojo de ira (esa locura breve que nos coloca en el camino de la autodestrucción, perdida de control que nos hace arrojar palabras hirientes como piedrazos sin que después encontremos la manera de sanar las heridas) se requiere una gran energía de la que yo carezco. Soy pusilánime, miedosa, prefiero soltar mi bilis con gotero. "Ningún pecado ha costado más caro a la raza humana que la ira”.
En cuanto a la avaricia, yo diría que soy más bien manirrota y desorgaizada. Me gusta ganar dinero para gastarlo sin pichicaterías. La envidia, ese pecado que sólo hace daño a quien la siente y que como los celos es una pulsión natural, actuá en mí positivamente. Cuando algo me parece envidiable, voy a por ello. Trabajo y me esfuerzo para conseguirlo. Cuando alguien me asegura que nunca ha sentido envidia o que el dinero no le interesa, desconfío.
En cuanto a la lujuria, he tenido mis momentos, muy disfrutables por cierto. Nunca he deseado a la mujer de mi prójimo porque desde que nací, tengo una contundente preferencia por el hombre.
¿Qué con cuáles pecados soy más indulgente? Sin duda con los míos.
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