Nuestra Lilus
Opinión

Nuestra Lilus

Gorrioncita hermosa

pico de coral

te traigo una jaula

de puro cristal.

Y Lilus quiso a su convento. Ahí le enseñaron que en el mundo solamente los niños están cerca de la verdad y la pureza. Le hablaron de los astros y planetas, de la Vía Láctea. Le dijeron que hay hongos venenosos, saltimbanquis y viento austral y viento norte, ángeles de alas transparentes que vuelan en el espacio en órdenes armoniosos. Supo de la virgen, se llenó de asombro y la coronó de flores. Le anunciaron que un día iba a ser persona mayor y que no podía ser ropavejero, porque eso era mal visto. Entonces le explicaron lo “mal visto” y la honorabilidad. Si quería tener niños, en todo caso debía buscarse primero un marido. Y le hablaron de las profesiones. Ser millonario es provechoso; ser jardinero es digno de alabanza. La prepararon para su noche de bodas. Debía bañarse con agua de rosas y tomar una cucharada de miel. Esperar luego sobre el lecho a su marido, paciente, sumisa, digna. Que quisiera a los animales y no juzgara, que no juzgara el adulterio porque es lo que más se juzga y menos se entiende.

Un día, Lilus salió del convento para tomar su pluma y entrevistar a Todo México. No era difícil –cuenta– porque a todo el mundo le gustaba que llegara una muchacha más o menos bonita que les preguntaba cualquier cosa.

¿Sus dientes son de leche?, preguntó Lilus.

Son para comerme a una muchachita preguntona, respondió Diego Rivera.

Con la Tigresa se sorprendió:

Yo creí que era usted una yegua muy arisca, un caballote muy grande…

Por sus preguntas directas e inesperadas, la llamaban L´enfant terrible de las entrevistas. Recogió todas las voces y dejó testimonio de la crisis permanente en que vivimos los mexicanos. Y como una cosa lleva a la otra, Lilus se fue de novelera. Hasta ahora ha escrito más de treinta novelas, ensayos y cuentos. “Estoy escribiendo, siempre estoy escribiendo”.

En el camino de las letras apareció el Estrellero que desde París le escribía: “Quiero hablar pero no contestas y me lleno de ira y me pregunto ¿dónde demonios estás? ¿Por qué no estás? ¿Por qué no te encuentro? Al salir de mi cuarto encontré en la puerta de enfrente dos pares de zapatos. Unos eran chiquitos, como los tuyos, los otros grandes y feos. Pensé que podían ser los tuyos y los míos y que estábamos adentro tomados de la mano y que tú dormías ronroneando con los ojos medio abiertos, entre seria y burlona, como que me quieres y no…” Y lo quiso; y entre un libro y otro parieron sus estrellitas.

Por allá de los años 80 del siglo pasado, Lilus se tropezó con nosotras, un grupo de mujeres que creían que la vida podía ser algo más que jugar a la casita. Después de muchos encuentros las mañanas de los jueves, muchos conciliábulos, muchas correcciones, lecturas y relecturas, los vuelos de nuestra alma a puros azotones. Porque nos azotamos. Las fronteras, los prejuicios derrumbados por la escritura y la lectura, hicieron nuestra vida más rica, más plena. Y entre nosotras, Lilus se quedó atrapada. Primero maestra, luego maestra para siempre.

Después de su ejemplo jamás regresaríamos a la vida de todos los días, porque la escritura nos había marcado y guardamos el sello ardiente entre los dos pechos, a la altura del corazón. Hoy, tranquila y sonriente en su casa de libros y flores, en medio de doctorados Honoris causa, premios, homenajes y reconocimientos, Elena Poniatowska (nuestra Lilus) está cumpliendo noventa: No llevo cuenta ni del dinero, ni de los gatos ni de los años, dice. Sonrío porque tengo el labio superior muy corto y mi boca se abre sola, pero también sonrío porque tengo mucha disposición a la felicidad.

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