Samuel Riba está aburrido. El retiro no a los 61 años le sienta bien. Se considera el último editor culto, pero hace dos años que cerró su editorial. El prestigio obtenido no lo exentó de tomar la dirección de la ruina. Su vida se desgrana en sinsentidos y rehúsa narrarle a sus padres las peripecias de su fracaso. Entonces sujeta la mano de un sueño, de una película onírica que observó dos años atrás durante su estancia en el hospital: Riba paseaba por las calles de Dublín, lugar donde nunca ha estado, pero que en el sueño conocía a detalle. El recuerdo lo insta a decidirse. Hará maletas y viajará a la ciudad natal de James Joyce el 16 de junio, día en que se celebra el Bloomsday.
Samuel Riba es el protagonista de la novela Dublinesca (Seix Barral, 2010) escrita por el catalán Enrique Vila-Matas. Le ha dicho a sus padres que viajará a Dublín para dar una conferencia sobre el Ulises de Joyce y del paso de la constelación Gutenberg a la era digital. Esto es falso, pero trata de creerse su mentira. Sus padres no tienen ni la más remota idea de quién es James Joyce y él se introduce a profundidad en su propio enredo. El sueño de Riba también presagia su recaída en el alcohol y el posible viaje a la capital irlandesa.
Odisea moderna
Dublín registra una población de poco más de un millón de habitantes y una superficie de 117.8 kilómetros cuadrados. A comparación de otras ciudades europeas, es relativamente pequeña. Su fundación se atribuye a los vikingos, alrededor del año 841, empleándose como base militar. Su nombre podría significar “laguna negra”. La ciudad es fiel testigo de la lucha que los irlandeses tuvieron durante más de 700 años para independizarse de la corona británica, pues nunca quisieron cambiar su fe católica hacia el anglicanismo. En esta urbe nació el escritor James Joyce, el 2 de febrero de 1882.
Cuarenta años más tarde, el 2 febrero de 1922, Joyce publicó en París su obra cumbre: Ulises. Sus 18 capítulos, cada uno con voz y arquitectura propia, se distribuyen en alrededor de 800 páginas. Joyce partió de La Odisea de Homero para diseñar una estructura que emulara al mito griego, pero adaptada al siglo XIX. Allí diseñó un personaje que pueda englobar los vicios y virtudes del héroe Ulises. A ese personaje lo llamó Leopold Bloom, aunque el verdadero protagonista de la novela es el lenguaje.
“Al valerse del mito, con el manejo de un paralelismo entre lo contemporáneo y lo antiguo, Joyce adoptó un método que otros deberán asumir. No habrá imitadores, como sucede con los científicos, que se valen de los descubrimientos de Einstein para emprender sus propias investigaciones posteriores e independientes. Se trata simplemente de una forma de controlar, de ordenar, de darle forma y significado al enorme escenario de futilidad y de anarquía que constituye la historia contemporánea”, escribión T. S. Elliot en el ensayo Ulises, orden y mito, publicado en 1923, en la revista literaria The Dial.
Si Ulises es un héroe griego, Leopold Bloom es una especie de héroe judío. En su libro La cultura. Todo lo que hay que saber, el filólogo Dietrich Schwanitz escribe: “De este modo, Joyce quiere recordarnos que nuestra cultura es un país atravesado y bañado por dos ríos: uno de ellos nace en Israel, el otro en Grecia. Y los ríos son dos textos fundamentales que alimentan nuestra cultura con ricas historias”.
A Leopold Bloom lo acompaña su esposa Molly Bloom y Stephen Dedalus, alterego de Joyce y protagonista de El retrato del artista adolescente. Las acciones en Ulises ocurren sólo durante un día: el 16 de junio de 1904. Joyce da cátedra de su tacto narrativo, pues muestra con maestría cómo desarrollar una historia que, en la vida real, se tornaría imposible de vivirse en tan pocas horas.
El 10 de junio de 1904, mientras caminaba sobre Nassau Street, en Dublín, Joyce observó a una joven mujer castaña. Descubrió que la mujer era empleada del Finn’s Hotel y originaria de Galway, ciudad ubicada en la costa oeste de Irlanda. La chica se llamaba Nora Barnacle, quien no poseía grandes créditos académicos y su relación con la literatura se narraba en pleno desinterés. No obstante, poseía genio y espíritu. La primera cita entre Joyce y Nora ocurrió seis días después. Esta es la razón de que en Ulises todo transcura durante el 16 de junio de 1904.
En Ulises, Joyce hace que el lector dé un recorrido por lugares icónicos de Dublín: la Biblioteca Nacional de Irlanda, el cementerio de Glasnevin, David Byrne’s Pub, Grafton Street, Eccles Street o el Hospital Materno Nacional de Dublín, entre otros.
Los seguidores de Joyce celebran a su autor y a su obra cumbre cada 16 de junio en Dublín. La celebración es conocida como Bloomsday (un juego de palabras que tiene similitud con la expresión inglesa “Doomsday”, es decir, “Día del juicio”). Las actividades consisten en realizar representaciones teatrales de la novela, visitar algunos de los lugares icónicos que aparecen en el texto, vestir ropas típicas de principios del siglo XX, comer riñones de cordero (el platillo que Leopold Bloom degusta en el capítulo VI) y hacer lecturas en voz alta sobre del texto, entre otras.
Viaje hacia lo desconocido
En la novela de Enrique Vila-Matas, Samuel Riba prepara su viaje a Dublín. Acudirá acompañado de tres amigos escritores: Javier, Ricardo y Nietzky, quienes representan a los personajes joyceanos Stephen Dédalus, Martín Cunnigham y Arthur Power. El trío partirá primero y el 15 de junio recibirá al editor en el aeropuerto.
Mientras tanto, las vísperas le muestran a Riba refugio al interior de los libros. Se pierde en Crónica de Dalkey, del también irlandés Frann O’Brien. En esa novela, James Joyce aparece como un camarero dentro de un bar de Dublín, donde se rehúsa a ser relacionado con Ulises, pues considera que la obra está repleta de inmundicia.
Cuartillas atrás, Riba ya había leído en Internet el poema Dublinesque, de Philip Larkin, cuyos versos surcan el funeral de una prostituta dublinesa. En el capítulo VI de Ulises, Bloom asiste al entierro de Paddy Dignam y reflexiona sobre la muerte física y la putrefacción. El corazón de este capítulo joyceano es el lugar donde Riba y sus amigos aterrizan. Sólo que, en vez de asistir al sepelio de Dignam, acuden al sepelio metafórico de la galaxia Gutenberg.
“Se refiere al funeral por el mundo de Gutenberg, por el mundo que ha conocido, que ha idolatrado y que le ha cansado”, escribe Vila-Matas. La editorial había acabado con Riba y cuarteado su salud. Nunca llegó ese gran autor que lo ayudaría a dar el salto hacia las élites literarias. No, a la puerta de su oficina no tocó un Thomas Wolfe ni un F. Scott Fitzgerald ni un Ernest Hemingway, como sí le sucedió al editor Max Perkins, quien tuvo la fortuna de descubrir a esos tres talentos del siglo XX.
Lo de Riba era trabajar con autores que no lo llevarían a ningún lado, aunque los respetara. Era leer con dolor la narrativa de los números rojos que, tras ocultarse bajo lo superfluo de los textos, aparecen al final de cada editorial en bancarrota. Por eso ir al Bloomsday y escenificar el sepelio al que acude Bloom en el sexto capítulo de Ulises, sería sepultar a la imprenta y su ideología ante la inminente llegada del mundo digital y el nuevo mundo que rehúsa comprender.
“Ha admirado siempre a los escritores que cada día emprenden un viaje hacia lo desconocido y sin embargo están todo el día sentados en una habitación”. Lo desconocido, arriesgarse, partir, saltar a la mar como Butes en el mito griego de Los Argonautas… eso significaba viajar a Dublín, una ciudad desconocida ficcionada por sus sueños.
Pero a Riba lo persiguen sus fantasmas. Teme que el viaje lo haga caer de nuevo en el alcoholismo. También lo asecha el gran autor que nunca llegó. Su entorno se siente como el relato Los muertos, incluido en el libro Dublineses de Joyce. Se recuerda la frase que le dijo a su madre en las primeras páginas: “Dublín está lleno de muertos”.
Después de las cinco de la tarde del 16 de junio de 2008, en pleno Bloomsday, Samuel Riba, los tres escritores y otros personajes llegan al cementerio Glasnevin de Dublín. Al editor lo aborda la emoción cuando observa las verjas de hierro descritas por Joyce en Ulises. Escucha a Ricardo decir que Ulises “es una especie de síntesis universal”. Realiza el funeral de Gutenberg y el único personaje que rompe en llanto es ajeno a la escritura. Vila Matas escribe que ningún escritor se deja llevar por las lágrimas, por lo que el personaje que llora podría referir a la sensibilidad de los lectores.
“La novela propone el renacimiento, la reaparición del autor”, dijo Vila-Matas en una entrevista para El País. El funeral efectuado por Riba es despedida y recibimiento de la literatura. Cientos de turistas realizan el mismo ritual año con año, cuando acuden a Glasnevin para representar el sexto capítulo joyceano sobre las tumbas. Así, el Bloomsday sepulta y revive la obra de Joyce en el ciclo de la eternidad.
Ese renacimiento provoca que Riba acceda a escuchar a Dublín, que se sienta en un nuevo lugar y recurra a su tendencia de leer la vida como un texto, pese a cargar con los signos del pasado. Como buen lector de Joyce, Riba sabe que el mundo logra funcionar a través de la insignificancia y que el mayor hallazgo en Ulises es entender que la vida está hecha de cosas triviales.
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