Los seres humanos somos migrantes por naturaleza. Por eso nuestros antepasados más remotos, que provenían de África, se extendieron entre hace 100 mil y 70 mil años por Europa y Asia para llegar posteriormente a América y Oceanía. Siempre hemos buscado mejorar nuestra situación migrando a nuevos lugares.
Esta tendencia natural, sin embargo, se ha combinado desde siempre con la resistencia de quienes ya están asentados en algún lugar a recibir pacíficamente a los nuevos arribos. El rechazo procede de un miedo ancestral al extraño, al diferente, al que habla otro idioma o tiene una tonalidad de piel distinta.
Estos dos factores persisten hasta la actualidad. Son la explicación tanto de las oleadas de migrantes que seguimos viendo como de las leyes restrictivas que los países imponen a los inmigrantes.
Lo curioso es que la historia nos demuestra que los pueblos más dispuestos a aceptar a migrantes son también los que logran una mayor prosperidad. Hay buenas razones. Las comunidades que aceptan a inmigrantes están más abiertas al comercio y al intercambio de ideas, y esto las fortalece. Las que se quedan encerradas, en cambio, pierden su capacidad de innovación y se empobrecen.
Las naciones con más inmigrantes se cuentan hoy también entre las más prósperas. En Canadá 24 por ciento por ciento de la población nació en el extranjero, en Estados Unidos la cifra es de 13 por ciento. En México, en cambio, sólo 0.9 por ciento de la población nació fuera del país. México ha mantenido siempre sus fronteras cerradas a los inmigrantes. Una de las consecuencias ha sido una mayor pobreza para todos los mexicanos.
Después de la tragedia de San Antonio, en la que 53 migrantes murieron asfixiados en la candente caja de un tráiler abandonado, el presidente López Obrador pidió a Estados Unidos que realice una reforma migratoria. Y tiene razón. En este momento la economía estadounidense registra una fuerte escasez de mano de obra. Es un buen momento para incrementar, no para disminuir, la inmigración a la Unión Americana.
Pero lo mismo deberíamos estar haciendo en México. Nuestras leyes migratorias son mucho más restrictivas que las que criticamos en nuestro vecino del norte. Esa es la razón por la cual el porcentaje de personas nacidas en el extranjero es tan pequeño en nuestro país. Los mexicanos no nos estamos beneficiando del ímpetu y de los conocimientos de los inmigrantes. Esta es una de las razones de la pobreza de México.
La resistencia a los migrantes sigue prevaleciendo en todos los países del mundo. Ningún partido en el poder puede darse el lujo de simplemente abrir las fronteras a todos los migrantes. Lo que deben hacer los gobiernos de los países receptores es ir abriendo las puertas de manera gradual y permitiendo una integración cabal de los nuevos arribos. Al mismo tiempo, si los gobiernos de países expulsores quieren evitar tragedias como la de San Antonio, deben tomar medidas para generar más empleos en su propio territorio. Lo único que buscan los migrantes es un empleo bien remunerado. Si pueden obtenerlo en casa, la mayoría se quedará allí.
Queda claro que la migración internacional no se detendrá. Las leyes restrictivas lo único que hacen es volverla más peligrosa. Lo que debe hacer Estados Unidos es, por supuesto, establecer reglas más sensatas que permitan un flujo razonable de migrantes. Pero también México debe empezar este camino. Nuestras leyes, después de todo, son mucho más restrictivas que las estadounidenses.
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