Canasta básica cultural
Finanzas

Canasta básica cultural

Necesidad que no se contempla en el presupuesto

¿Cuántas veces ha ido al teatro este año?, ¿En este año ha regalado un libro?, ¿Considera que exista plenitud apartado de bienes culturales? Hacernos estas preguntas es reconocer las oportunidades económicas de tener acceso a un bien cultural.

El consumo cultural obedece a los principios de pertenencia relacionado a gustos y hábitos. Pero visto desde un sector socio económico, o incluso demográfico, es reconocer que el acceso a las oportunidades de consumo cultural están mayormente centralizadas.

Tomando cómo ejemplo la diferencia de oportunidades culturales que se ofrecen a comparación de alguna ciudad capitalina de nuestro país. Ciudades cómo Mérida, Guadalajara, Guanajuato y la misma ciudad de México son escenarios de los eventos culturales más distinguidos nacionalmente. Aunque no ajeno a ellos, en el país existen infinidades de eventos culturales, sin embargo, no en todos lados se tiene la misma prioridad. Pero ante la idea de cubrir un deseo de acercamiento a la cultura, ya sean obras de teatro, eventos musicales, cine, literatura o danza, debemos cuestionarnos si realmente el mexicano puede costearse este tipo de eventos o si la estructuración salarial debería contemplar los fenómenos culturales como bienes y servicios.

La importancia del arte

La pirámide de Abraham Maslow es una teoría sobre la jerarquización de las necesidades humanas, dividiéndose en cinco niveles: El primer nivel hace referencia a las necesidades fisiológicas (comer, dormir, respirar y de reproducción). El segundo nivel habla sobre la seguridad (familiar, de trabajo, recursos, hogar). Como tercero encontramos el ámbito social o afiliación como la amistad, el afecto o incluso la intimidad. Luego el estima y reconocimiento que incluye el respeto y la confianza. Por último está el de la autorrealización que incluyen logros, estudios, creatividad y aceptación.

Si bien el arte o la cultura no forma parte de las necesidades básicas, bien podría situarse en el último peldaño. Sin embargo, con anterioridad, la cultura ha sufrido una separación y estandarización, ya que, desvinculada de las necesidades básicas, ha recibido una cierta exclusividad haciéndolo incluso un producto elitista. Pero contrario a esa idea errónea, el arte está relacionado a los instintos y necesidades humanas como: crear, comunicar, empatizar, denunciar, protestar y, de manera importante, establecer lazos sociales. Demostrando que el libre acceso y ejercicio del mismo es de vital importancia para el desarrollo humano y personal.

Oportunidades de desarrollo cultural

Según el artículo 4° reformado en 2009: “Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y servicios que presta el Estado en la materia. El estado promoverá los medios para la difusión y desarrollo de la cultura”.

Elevando así, a rango constitucional, el acceso a los bienes y servicios culturales. De igual manera el Programa Sectorial Derivado del Plan Nacional de Desarrollo 2020-2024, publicado en el Diario Oficial de la Federación, establece en su objetivo prioritario 5.5: Fortalecer la participación de la cultura en la economía nacional a través del estímulo y profesionalización de las industrias culturales y empresas creativas, así como de la protección de los derechos de autor’’.

Paternalismo Cultural

El acceso a las artes, en nuestro país, se da mayormente gracias a los subsidios. Este apoyo económico es significativo tanto para el productor como el consumidor, accediendo así a boletos económicos para las funciones, libros a precios accesibles o incluso ampliar el alcance de los eventos culturales. Sin embargo, su problemática gubernamental es depender de una (in)correcta administración financiera. Un ejemplo particular sería el caso del Festival Lerdantino (realizado en Lerdo, Durango), que aún teniendo cifras alentadoras en su última edición, 2019, con una derrama económica de poco más de 60 millones de pesos, no fue impedimento de que el festival sufriese un letargo debido a ajustes presupuestales.

Demostrando así, que el consumo cultural no puede depender totalmente de las iniciativas de gobierno, si bien es positivo la existencia de apoyos financieros a los artistas, es deseo del espectador consumirlas y para ello hace falta invertir en un gasto, que puede considerarse superfluo, debido a las limitaciones económicas de los ciudadanos.

No se come de cultura

En este año el salario mínimo general tuvo un aumento del 22 por ciento, pasando de 141.70 a 172.87 pesos diarios y en la zona fronteriza de 213.39 a 260.34. Este 22 por ciento lo convierte en el porcentaje más considerable de los último 34 años y lo cual generó una gran expectativa y alivio para el bolsillo de los mexicanos. Sin embargo, no fue suficiente para hacer frente a la inflación que sufre nuestro país, lo cual ha llegado a perjudicar los costos básicos de consumo, haciendo que el aumento salarial sea mero estimulo visual contrariado de lo que resulta a la hora de repartirlo entre las necesidades de consumo. Entonces ¿Podemos permitirnos consumir cultura por nuestro propio bolsillo? Haciendo una comparativa, durante su última temporada, primavera-verano, la Camerata de Coahuila ofreció ocho conciertos, la presentación de Carmina Burana y la Ópera La Cenerentola, sumando así diez eventos. Estas funciones tuvieron un costo en abono, promedio, de 2,085 pesos, que divididos por evento saldrían en 208.50 pesos, precio considerable de relación a un costo por boleto individual de $250 en la zona más económica (galería 2). Acceder al boleto de costo económico equivale a invertir casi un día y medio de salario mínimo, lo cual probablemente más del 24 por ciento de nuestro país, 14 millones de mexicanos, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), no puedan tener acceso al apenas alcanzar un salario digno.

Tomando otro ejemplo que plantee un escenario más accesible, son los costos en las salas de cine donde un boleto, en sala tradicional, puede alcanzar hoy día los 87 pesos; lo cual representa casi media jornada laboral. Un ejemplo cercano a la regulación de los costos en consumos culturales, y ya que sacamos a tema el cine, sería el caso de Cinépolis. Durante los 70, y estamos hablando de un contexto en donde el gobierno además de administrar al país expropiaba empresas, sufrió la regulación gubernamental. Esto ayudó a que el acceso a las salas de cine tuviesen un precio fijo e inamovible para el público de unos 40 centavos de dólar, más o menos 1.82 pesos, hablando claramente de los setentas. Sin embargo estas regulaciones a las empresas, siendo de beneficio para el consumo mexicano, reducían las oportunidades de inversión ya que las ganancias no eran permisibles.

Oportunidad de sustento cultural

La insolvencia económica es una preocupación nacional. Jornadas de hasta doce horas, completar la despensa y ni se diga salir de vacaciones, son factores anémicos que debilitan el tejido social. Y ante esta perdida del poder adquisitivo pudiese sonar menor, o irrelevante, imaginar una canasta básica de bienes, servicios y productos culturales. Esto hace que el reto principal sea dar notoriedad a una producción cultural la cual no es valorada económicamente por la sociedad ya que es considerada un producto intangible. Y para cubrir esa necesidad existen dependencias relacionadas al tema que constantemente ofrecen oportunidades de desarrollo en esta área, sin embargo ofrecer el producto a la mano no es el incentivo que la ciudadanía requiera, sino una correcta regulación y administración, para un libre desarrollo y pueda generar así su propia costumbre de consumo cultural.

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