El anuncio de la muerte del expresidente Luis Echeverría Álvarez hizo que mi memoria de niña se conectara con el presente. Esos recuerdos, a su vez, me llevaron a pensar en cómo la vida va haciendo piruetas, en un constante avanzar y retroceder, subir y bajar, como en el juego de serpientes y escaleras.
No se como te vaya a ti en la remembranza de tu niñez, a mí me provoca nostalgia, agradecimiento y al mismo tiempo sufrimiento. Las improntas de la niñez no se borran, no se ha inventado el láser que desaparezca los recuerdos incómodos. A veces quisiera que al más puro estilo de los reallity shows, se hubieran grabado las escenas de la vida cotidiana, porque ahí está la ruta del autoconocimiento, la comprensión del si mismo y la autocompasión (el amor a nuestra esencia).
Leí un extraordinario artículo de Héctor de Mauleón analista y columnista nacional, que abordaba y contextualizaba la época echeverrista, lo que nos remonta a la parte alta de los setenta. Parece tan lejano ese tiempo, seguro cometeré muchas imprecisiones porque luego los hechos se confunden y no siguen la línea recta.
Por esos días la cultura del esfuerzo se ponderaba, estudiar era entrar a un mundo más elaborado al que pocos tenían acceso, se veían los títulos como la tabla de salvación que garantizaba una vida digna para siempre, a las mujeres nos enseñaban a llevar una casa, que, por cierto, es la labor más difícil aún hoy en día, pero al mismo tiempo nos proponían ser cultas, informadas, participativas.
Crecimos en medio de la simplicidad y las aspiraciones mesuradas. Todo nos sorprendía, el primer viaje en avión, la carretera sinuosa a Mazatlán, la Torre Latinoamericana en la ciudad de México, el funicular de las Grutas de García en Nuevo León, la fiesta de San Isidro Labrador en el estadio donde jugaba el equipo Laguna, la alberca techada del Club, el resbaladero gigante del que te tirabas en costales, los 33 sabores de helados de la nueva nevería, las películas de terror reservadas para corazones fuertes como El exorcista o La profecía, las kermeses escolares, el viaje en el camión de ruta por toda la colonia, los tinacos de Torreón Jardín que almacenaban tanta agua que luego chorreaba por sus paredes, comprar un chocolate “gringo” en el tabarete de Matamoros y Ramón Corona.
Eran buenos tiempos, sin embargo, cuando LEA llega, el mundo era un hervidero: Vietnam, actos terroristas, la revolución sexual, las drogas, la crisis del petróleo, época de dictaduras en toda América Latina, la amenaza del comunismo latente, Watergate y la caída de Nixon. En México “la dictadura perfecta” que cita Vargas Llosa, se consolidaba, el remedo de elecciones no daba cabida a la alternancia democrática, el gobierno posrevolucionario no veía la necesidad de que ocurriera, seguro pensaron que el status quo era inamovible, a pesar de que había visos de que las cosas no estaban bien, los movimientos guerrilleros, el déficit público que se incrementó exponencialmente, la deuda exterior impagable.
En las casas de muchos de nosotros se hablaba de política y de los tintes populistas, primos hermanos de los comunistas, según las conclusiones simples a las que se llegaban. Pero cada quién estaba en lo suyo, si el gobierno, si los impuestos, si las revisiones o auditorías de Hacienda, si lo cara que era la vida, si cuando había que bajar la bastilla para seguir usando la falda del colegio, si cuando eran necesarias las dobles suelas de los zapatos, si cuando en lugar de comprar azúcar blanca se compraba azúcar morena, pero ¿saben? no lo notábamos, no moríamos por ropa de marca o comidas fuera de casa dos o tres veces por semana, lo que era valioso era ir al circo tomada de las manos de papá y mamá, sacar buenas calificaciones, aparecer en el cuadro de honor, que te sacaran a bailar en los quince años de tus amigas, que pudieras comprar el disco y la revista de moda.
Al escribir lo que te comparto, no dejo de admirar esa circunstancia que nos formó, que nos dotó de la fuerza para como se decía antes, labrarnos un futuro que hoy es presente. Escribo esto que te comparto escuchando a Abba y el himno de muchas de nosotras, Dancing queen, a Gloria Gaynor con I will survive, y algo se mueve en mi corazón. Finalmente somos la suma de todos los recuerdos.
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