Apología de la holganza
Opinión

Apología de la holganza

Miscelánea

El hombre es el único animal que trabaja.

Lyn Yutang

Toda la naturaleza se dedica a la holganza, sólo el hombre debe trabajar por el sustento. Con excepción de los exiguos caballos de tiro que aún subsisten, y de los bueyes; ni siquiera las mascotas de MALO están obligadas a trabajar.

Los lavanderos lavan la ropa de los peluqueros y mozos de restaurante, los mozos de restaurante atienden a los peluqueros y a los empleados del lavadero mientras comen, y los peluqueros cortan el cabello a los lavanderos y a los camareros. Así está hecha la vida. Ganarás el pan con el sudor de tu frente; es el implacable mandato.

La cuestión del sustento ocupa mucho más del noventa por ciento de nuestras actividades diarias. Incomprensible civilización en que los seres humanos trabajamos hasta encanecer para conseguir el sustento; olvidándonos de jugar. Nada tengo contra el trabajo que da sentido y dignidad a la vida. Gran privilegio sería que todos pudiéramos ganar el sustento haciendo algo que nos gusta tanto, que lo haríamos aunque no nos pagaran por ello. Lo mejor de la música, la literatura, el arte, se generan para el placer del creador. En el mundo cibernético de hoy, lo prestigioso es el movimiento, la productividad, la velocidad. El tiempo no da tregua y hasta yo, que ya hice todo lo que tenía que hacer en la vida, voy como el conejo blanco, que en el cuento de Alicia en el país de las maravillas repite: ¡Dios mío, voy a llegar tarde!” No hay lugar para el sosiego.

La velocidad es el signo de los tiempos. El hombre que se apresura en un aeropuerto con un teléfono celular en la mano, es signo de éxito. “Time is money”. Contra la civilización de la velocidad, está el sosiego. Ningún ser humano con prisa puede considerarse totalmente civilizado. Afirma Hill Durant.

Llegado agosto, hemos re-corrido ya más de la mitad del año sin librarnos del todo de la pesadilla del COVID. El amargo recuerdo de la reclusión nos conmina a salir. A donde sea pero salir. Antes de que las luces navideñas anticipen el desliz del tiempo (ese extraño fluido que según algunos filósofos no existe; se agota cada instante sin que sepamos nunca cuánto nos queda) y nos arrojen a las prisas navideñas; lo que toca es una tregua. Cambiar de aires, relajarnos. No recomiendo en este momento volar para sufrir en los aeropuertos, especialmente el AICM degradado y sin mantenimiento, perder las maletas que aprovechan cualquier oportunidad para escapar por su cuenta; atascarse en las autopistas, apretujarse en las playas, esperar en largas filas de los restaurantes para después de una conflictiva vacación, volver a casa más agotados de lo que nos fuimos y con la cartera vacía.

Espere un poco, ya habrá tiempo más adelante. De momento me atrevo a recomendarle quedarse en casa y reivindicar la pereza sin culpa. Desenchúfese de los objetos que le procuran desasosiego. No me atrevo a sugerir que se desconecte de su celular porque ni siquiera sé si yo consiga hacerlo. Del despertador sí, nada como abrir los ojos cuando el cuerpo lo pide. Con un café en la mano y sin quitarse la pijama, disfrute la lectura de su periódico. Póngase cómodo y descanse antes de calzar unos tenis y salir a caminar sin prisa ni propósito, sólo a vagabundear con escalas obligadas en el bar que le quede al paso: una cerveza helada por aquí, un vinito más allá.

De vuelta a casa pruebe saludar amistosamente y por su nombre a los árboles y a las aves del camino:  hola querido pirul, buen día pequeño, al colibrí, están preciosas; a las bugambilias. Olvídese de los abominables alimentos “sanos”; dele gusto al cuerpo. Y ¡atención!, antes de cansarse, tómese una buena siesta. Después, relajado y contento, entréguese a las alegrías de la amistad, los deleites de la conversación, la música, la lectura. Una ventaja adicional de la pereza, es que es gratis. Sé que mi propuesta es una locura pero la otra es  seguir alterados. Elija usted pacientísimo lector.

Comentarios