Una playlist aleatoria
Nuestro mundo

Una playlist aleatoria

Nuestro Mundo

Aretha Franklin afirmaba que el rocanrol era una música muy saludable. Y no se equivocó. Yo estoy de acuerdo con ella. Para mí, la música es un lugar que recorro despreocupado, mientras rehúyo a las obligaciones que impone nuestra existencia. Admiro por eso a los músicos y siento por ellos una gran envidia. Pero también a quienes crean listas de música para el goce de los demás. Pienso que uno de mis placeres favoritos tiene que ver con crear, compartir y escuchar listas de canciones. Siempre hay temas por descubrir o silenciar. Así como también hay conversaciones que alimentan las necesidades de quienes gastamos una parte de nuestros ingresos en música. Gracias al melómano, la música puede escucharse a sí misma, para soportar la puesta en escena de la cotidianidad.

Hay personas afortunadas que aún conservan su discoteca, centenas o miles de discos o discos que cumplen una función importante entre coleccionistas: no dejarse manipular por los autómatas algoritmos. También el melómano se esmera por no permitir que las olas de la tecnología lo arrastren, pero es irremediable. En él habita un demonio acostumbrado a escuchar música sin restricciones ni ataduras, ajeno al yugo de los formatos analógicos. Su búsqueda no se conforma con las prácticas místicas de la tienda de discos, ese almacén de antigüedades más o menos surtido que tenía un catálogo selecto al oído de fanáticos y curiosos. Oliver Sacks suponía que la musicofilia era comparable a la biofilia. La música, para él, era percibida como algo vivo. Una cosa es cierta: una pieza musical es un proceso activo, suena en nuestra mente cuando recordamos un tono, una melodía.

Reunir todas las canciones que me gustan en una sola lista es una aspiración desmedida. Por eso me detengo a elegir con minucia cada tema que deseo escuchar conforme a la hora del día y a la actividad que voy a realizar. Crear una lista para dar un paseo fortuito no debería resultar igual que otra lista para ejercitarme. Conozco el placer de escuchar música mientras deambulo por el parque o por las calles de la ciudad que habito. Pero también amo explorar nuevas rutas y otros géneros musicales. Porque no debería uno justificarse, porque el gusto no está confrontado con la experimentación. Así, para alcanzar el placer de gozar la música es necesario deshacerse de prejuicios y poses, confiando en la información que el algoritmo ha recopilado para despertar nuestro asombro o matarnos de rabia.

Escuchar música debería tratarse de un simple ritual cotidiano pero no por ello aburrido ni predecible. La mayor complicación tendría que radicar en permitir que el algoritmo de nuestra app favorita divague por el infinito musical antes de que se agote la paciencia o la suscripción. Si uno quiere algo menos inesperado, no tardaremos en crear una lista entre los tantos álbumes que fueron recopilados. Elegir un artista o una banda o una orquesta o un ensamble. El melómano sabrá escoger, discernir o dejarse guiar. Pero una vez que se ha encontrado la canción adecuada, no se debe hacer esperar al botón de agregar a la lista de reproducción, porque olvidar o perder tal o cual tema puede resultar fastidioso y hasta inquietante, y el verdadero goce, podría convertir toda la experiencia en frustración. El tema que nos importa es lo que vale.

Mientras la música entra por lo oídos, sobreviene la emoción de recordar o el éxtasis del asombro auditivo. Cuando salgo a caminar me basta con abrir Spotify y seleccionar el descubrimiento semanal que me ha propuesto el foquin algoritmo. No siempre hay canciones que me hacen arder de emoción o que me decepcionan, toda propuesta me basta durante esos minutos de vagabundeo. Así, durante ese tiempo de aventura, mis oídos han de saber entregarse al persistente aleteo de la música. De pronto, si escucho algo que me provoque una plácida emoción, no tardo en memorizar tema y autor. A este breve acto sigue el momento de agregar a la biblioteca de contenido descargado.

Se diría que crear una playlist es un hecho anodino, carente importancia, irrelevante. Quienes procuramos esta actividad sabemos que escuchar, elegir y curar una lista implica todo lo contrario a la insensatez. Yo agregaría que resulta de veras inmamable quien alega contra esta práctica orientada al puro goce: la pasión de escuchar música no se limita a un formato ni a un modo sino todo lo contrario. Como sea, se trata de un acto íntimo entre uno y la música que ha elegido para sí mismo. Para estar a gusto. Y, por qué no, para volverse loco o morir en paz o en guerra.

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