En enero de 1971, una lectora le preguntó a Rosario Castellanos: “¿Dónde está el origen de nuestra falla como pueblo?¿Por qué nuestra apatía, nuestros múltiples complejos negativos?”. La respuesta de la escritora fue tan inteligente como ácida: “Por lo pronto, vamos a mandar al diablo ese dogma tan socorrido como falso (pero, ay, tan satisfactorio para nuestra vanidad) de que somos peculiares y únicos”, escribió y aclaró que, más que una genuina sed de conocimiento, olfateaba en esos enfoques un afán de justificación.
He encontrado esta anécdota en un libro apasionante y muy bien documentado: El culto a la derrota (Ediciones del Lirio, 2022), de Brian L. Price, profesor de Letras Hispánicas en Brigham Young University. El volumen de 268 páginas explora en cuatro capítulos las posibles respuestas a una pregunta: ¿Por qué el espectro del fracaso recorre la imaginación histórica de México? Para profundizar en las maneras en que los mexicanos nos vemos a nosotros mismos, el autor recurre a un puñado de novelas esenciales, entre ellas Los pasos de López de Jorge Ibargüengoitia, Noticias del imperio de Fernando del Paso, El seductor de la patria de Enrique Serna y La invasión de Ignacio Solares.
Tras advertir que en los últimos años ha habido en nuestro país un aumento notable en la producción de novelas históricas, Price aclara que no estudia esta retórica del fracaso ni como accidente ni como epifanía, sino como el producto de “una decisión narrativa deliberada”. No es que seamos así, es que así decidimos contarnos. Después repara en dos características del género: la primera, que las novelas históricas nos permiten reinterpretar la historia, y segunda y más importante, que nos dan la oportunidad de cuestionar las bases sobre las que se construye la sociedad contemporánea.
Price identifica cuatro formas principales en que las novelas lidian con el fracaso, y dedica un capítulo a cada una. El primero corresponde a un uso correctivo de la ficción histórica. Como ejemplo ilustra cómo Jorge Ibargüengoitia construyó el estilo sarcástico de la más célebre de sus novelas, Los pasos de López, que reelabora en clave satírica la lucha del padre Hidalgo. No se trata del chiste por el chiste, sino de un rechazo a la historia sacralizada en los libros de texto. Aunque eso bastaría para hacer del libro de Price una lectura notable, contiene mucho más: con detalle, citando obras y autores, el académico muestra cómo a través de los siglos la figura de Hidalgo y la lucha insurgente han mutado en el discurso oficial y en el imaginario popular, favoreciendo discursos de izquierda y de derecha según los tiempos. “Las hostilidades duraron cuatro breves meses, pero la batalla por el poder interpretativo causó estragos entre los intelectuales durante la mayor parte del siglo XIX”, señala antes de demostrar que también el rol del pueblo en la gesta independentista ha ido transformándose con el tiempo: de turba sanguinaria a multitud sabia según convenga.
El capítulo tres disecciona las estrategias utilizadas por Enrique Serna en El seductor de la patria, novela que reconstruye la vida de Antonio López de Santa Anna. Aquí el conflicto de la novela está tras bambalinas: son diferentes manos las que se disputan el derecho de escribir (y por lo tanto, interpretar) la biografía de Santa Anna. Resulta central la figura de Manuel María Giménez, secretario del general, para comprender cómo el verdadero poder no radica sólo en la voz de un mandatario, sino en la pluma de aquellos encargados de transcribir sus órdenes. Price nos recuerda que la publicación de El seductor de la patria, en 1999, coincidió con el ascenso de la derecha política en México, y por ello debe ser leída “como un texto que intenta inmunizar al lector contra la retórica seductora del poder autoritario”.
Por cómo nos enseña a poner en tela de juicio los relatos históricos, por cómo desentraña las complejas relaciones entre historia y literatura, y porque es un brillante ejemplo de cómo argumentar en un ensayo, El culto a la derrota es un libro imprescindible.
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