El más reciente éxito de Marvel, Thor: Love and Thunder, ha generado, además de grandes ganancias, especulaciones entre el espectador, rumores sobre innumerables escenas descartadas y personajes eliminados, orillan a un potencial corte de director. Está discusión entre internautas ha proliferado el hashtag #ReleaseTheWaititiCut, costumbre instaurada por el movimiento #ReleaseTheSnyderCut dónde los consumidores, en uso de una exigida tendencia, donde han caído en cuenta que son generadores creativos de sus propios contenidos. Sin embargo, Taika Waitit, director de la más reciente entrega del dios del trueno afirmó:
"Los cortes de director no son buenos. Los directores necesitan ser controlados a veces y si yo dijera: ah ¿Quieres ver la versión de mi director? ¡Son cuatro horas y media!"
Sin embargo, esto no exime la posibilidad de un corte extendido. La maquinaria industrial que rodea al mundo del celuloide se alimenta de diferentes formas. Y en esta época de postcine el espectáculo ya no es trascendental en la obra sino lo que sucede a su alrededor, las tendencias, las especulaciones, la discusión y la comprobación son los elementos de un nuevo modelo de consumo.
Este dominio de mercado, tan estructuradamente capitalizado, ha sido combustible para que artistas realcen sus estándares creativos a modo de interponerse a un modelo hegemónico. Así es cómo a mediados de los noventas, y bajo esta máxima, un grupo de directores daneses fundaría una contracorriente que, buscando centrarse en el cine de autoría y rechazando las prácticas de las súper producciones, buscaría legitimar la destreza artística por encima de la posibilidad económica creando así el Dogma 95.
Una cierta tendencia del cine
En el cine los movimientos cinematográficos son lo equivalente a las escuelas estéticas. Ejemplos como el expresionismo alemán, el neorrealismo italiano o la vanguardia francesa han contribuido atributos expresivos que, innovando los usos y costumbres del quehacer fílmico, han hecho frente a los estilos hegemónicos de su época. Durante un tiempo hacer cine no era fácil, los directores de Hollywood no eran considerados autores (aún prevalece esa idea) sino fichas a favor de una industria, la cual era constantemente bombardeada por el artista europeo. Y a esto había que sumarle las complicaciones de producir metrajes ya que las dificultades técnicas, sumado a los elevados presupuestos para filmar, hacían del oficio una dura tarea. Sin embargo, a finales de los años cincuenta, una serie de avances técnicos, con nuevos equipos fílmicos más dinámicos y ligeros, darían apertura a un grupo de cineastas motivados por infraestructuras más accesibles. Con ello el surgimiento de la nueva ola francesa exploraría, con crítica, nuevas dimensiones creativas, reivindicando la figura del creador permitiéndole dejar su sello personal en cada obra. Este sería un movimiento de reacción contra las conversaciones y modelos que dominaban un cine que se masificaba así mismo, más que ser para las masas.
Figuras cómo Jean-Luc Godard, Agnès Varda, Andrè Bazin o Éric Rohmer formarían parte de esta influyente y aún vigente ola de cine. Este nuevo cine de autor desembocaría en inspirar autores como: Hitchcock, Hawks, Bergman o Fellini, quiénes harían películas totalmente diferentes e inspiradas en ellos, baratas, en blanco y negro, sin decorados y rodadas en 16 mm.
Francois Truffaut, representante distinguido de la Nouvelle vague, escribiría en su ensayo Una cierta tendencia del cine francés: “Si bien al público le gusta corromperse utilizando la literatura como pretexto también quieren hacerlo de forma social... Uno se da cuenta de que el público popular prefiere quizá las insignificantes películas ingenuas extranjeras, que les muestran a los hombres "tal cómo deberían ser".
La permeabilidad de este movimiento francés llevaría a un grupo de cineastas daneses a fundar el Dogma 95. Está convencionalidad surgida a mediados de los noventas buscaría la purificación del cine, rechazando los altos costos, la espectacularidad de los efectos especiales y el egosistema que alimenta solamente al director de la obra que se nutre de todo un equipo de colaboradores. Centrados en la historia y la interpretación actoral se buscaría hacer resistencia al canon cultural dando importancia a la creatividad y la comunicación con el espectador.
Inicio
En el año 1995 un grupo de directores, movidos por la incongruencia de la industria cinematografía y desencantados con el devenir del séptimo arte, instaurarían las bases de una nueva corriente generando así la llamada "democratización del cine" y para ello usarían de spotlight la cuadragésima octava edición del Festival de Cannes. De cara al centenario de la primera proyección cinematográfica (realizada por los hermanos Lumière) este grupo de directores daneses intentaría revolucionar el rumbo de la industria. Considerado el último gran colectivo de cineastas, la instauración del movimiento Dogma 95, liderado por los hoy reconocidos Thomas Vinterberg y Lars von Trier, definiría una contracorriente de cara al dominio constituido de hacer cine y que, además, generaría aperturas a futuros cineastas. Peleados con el pretencioso estilo del cine francés, así como el espectacular y superficial estilo estadounidense enunciarían un manifiesto dedicado a un arte más purista.
Entre sus requisitos el rodaje debía llevarse a cabo de la forma más natural posible, sin estudios, sin iluminación artificial, sin mezcla de sonidos, un formato de 35 mm, etcétera. Su estilo dogmático planteaba una dedicación parcial a la historia, las planeaciones estéticas salen en la marcha y cuestiones que corresponden a la postproducción quedan parcialmente prohibidas. Está normativa instaurada por los daneses, abría puerta a la idea de que no hace falta un grande capital, económico ni humano, para realizar una obra fílmica. La llamada "democratización" rompía la idea de que para hacer cine había que ser estudiado o especializado, ofreciendo la oportunidad a cualquiera que tuviese una cámara e intenciones de crear. Norma que iba incluida con un llamado voto de castidad por parte de los directores:
"Juro como director renunciar a mis gustos personales. Ya no soy un artista. Juro evitar crear una obra, pues creo que el instante es más importante que el todo. Mi objetivo último es extraer la verdad de mis personajes y ambientes. Juro hacer todo esto con todos los medios a mi disposición y sacrificando para ello cualquier consideración estética o de buen gusto" (Lars von Trier, Thomas Vinterberg).
Esta serie de reglas daría a los directores la potestad de otorgar un sello de autenticidad Dogma 95.
Certificación
Con cámara en hombro y un énfasis potenciado sobre el guion y la interpretación, la nueva corriente de directores se opondría a los universos prefabricados y la ficción artificial. Buscando no ser queridos, sus películas descolocarían a consumidores tratando consolidar así una revuelta en el cine. Está corriente daría inicio con La Celebración, llamada también Dogma 1 de Vinterberg y Los idiotas de Lars. Películas que manifestarían un realismo visual y narrativo que sería aclamado.
De temáticas variadas, aun respetando la regla del no hacer películas de género, se hacían distinguidas por sus matices variados. Pero serían apenas tan sólo 35 películas, certificadas, las que confirmarían esta corriente. Ante la libertad artística, pero la muy regulada forma de hacer cine, se volvió muy complicado para muchos directores adentrarse en un estilo tan atípico. Aun así, se produjeron obras distinguidas como: Mifune (1999), Dancer in the Dark (2000), Lovers (1999) o The King is Alive (2000).
Un film contemporáneo que intentó pertenecer al movimiento fue El Proyecto de la Bruja de Blair (1999). Y a pesar de cumplir con todos sus requisitos técnicos su rebote sería faltar a la regla de género, cosa que no le permitió el certificado de autentificación. Esta certificación sería una de las mayores incongruencias del movimiento ya que, al demostrar una forma diferente de hacer películas a su vez se cerrarían, cayendo en cuenta que cualquiera podía hacer cine. Institucionalizaron la libertad creativa. El movimiento llegó a señalarse cómo un subproducto de la Nouvelle vague, pero mayormente pretencioso y limitado. El crítico Armond White afirmaría que el manifiesto se puso más cerca de hacer cine porno amateur. Su exagerada y religiosa necesidad de hacer cine tan primitivo, sin contar el culto que promovía, terminó por disolver un movimiento bien intencionado, pero mal ejecutado.
Decadencia
Dentro de sus limitantes el tropiezo principal fue haber producido un estándar de hacer cine, los revolucionarios recayeron en la estandarización y el generalizar. Esta bomba dogmática les explotó a ellos mismos y no pasó mucho tiempo para que los propios precursores fuesen incumpliendo su mismo credo dando por terminado el movimiento en 2002. A partir de aquí un director ya no necesitaba tener su trabajo verificado. La dupla fundadora había comenzado a trabajar en nuevos proyectos experimentales y se habían vuelto escépticos sobre la interpretación de su movimiento como marca o género. Quebrando totalmente el movimiento en 2005, los directores manifestarían haber creído fielmente que las películas habían obedecido las reglas en declaración a su propio voto de castidad.
"Creo que Dogma 95 fue inspirador para bastantes personas y sirvió para iniciar un movimiento digital. Personalmente, me pareció extremadamente edificante y fantástico hacer películas..." , Thomas Vinterberg.
Ya sea que acepten o critiquen el Dogma es importante reconocer que intentar combatir a la industria estadounidense en plena década de los 90's implica tener valentía de querer cambiar el rumbo existente. La popularidad de su, aunque suene contradictorio, género, mantuvo su popularidad. Ya que dentro de su discurso la accesibilidad despertó el interés al sugerir que uno puede realizar una película de calidad sin depender de un estrafalario recurso como nos lo vende el cine comercial.
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