Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial los Estado Unidos no sólo se posicionarían como una potencia política y económica, sino que también se definirían como el agente cultural más importante de occidente. Europa sería de los principales consumidores, verían sus películas, escucharían su música, conocerían su historia e incluso su filosofía. Pero en los ochenta, otra nación pasaría a definir un nuevo nicho cultural el cual también impactaría los modelos estadounidenses. Pero antes de ello habrá que trasladarnos al año 1945, durante el marco de la Segunda Guerra; dos armas nucleares, llamadas Little Boy y Fat Man, impactarían las ciudades costeras de Hiroshima y Nagasaki en Japón. La envergadura de ambas calamidades nucleares no únicamente contribuiría a la rendición del país nipón, sino que se cobraría la vida de más de doscientas mil personas. Tal impacto se conservaría latente en el colectivo japonés a tal grado de ser tema común en sus más distinguidas obras culturales y filmográficas.
Un ejemplo de ello sería Godzilla (1954) que dirigida por Ishiro Honda ofrecería una representación simbólica de las afectaciones que el desastre nuclear ejerció en la sociedad japonesa. Otro ejemplo más distinguido sería La tumba de las luciérnagas de Isao Takahata, segundo largometraje del Studio Ghibli en el año 1988. Mismo año en que también se estrenaría Akira, de Katsuhiro Otomo: La historia daría inicio en el año 1988 dónde la ciudad de Tokio sufriría un ataque que daría comienzo a la Tercera Guerra Mundial para elípticamente ser trasladados al año 2019 a una reconstruida y rebautizada Neo-Tokio que sufre la decadencia social, la ocupación militar y la podredumbre burocrática, mezclada en un drama sobre insurreccioncitas, pandilleros y poderes psíquicos en una urbe ciberpunk. Esta obra posicionara a Otomo como una de las mentes creativas, del manga y la animación, más distinguidos del país, a la par de causar el boom del anime en occidente causando un fenómeno mundial con la capacidad de influenciar a cientos de miles de personas.
Inicios del mangaka
Oriundo de la prefectura de Miyagi en Japón, Katsuhiro Otomo nacería en 1954, llevándole a desarrollarse en los turbulentos años sesenta. El futuro autor sería espectador de manifestaciones estudiantiles y obreras contra un gobierno japonés dominado por la ocupación estadounidense, hegemonía establecida por su victoria en la segunda guerra. Este contexto caótico serviría tiempo después como inspiración para algunas de sus obras más (re)conocidas. Adicto entusiasta del cine norteamericano en especial de películas como 2001, Odisea en el espacio (1968) de Stanley Kubrick y de metrajes como Rebeldes sin causa (1955) o Easy Rider (1969) lo cual sería de inspiración para muchos de sus personajes siendo jóvenes rebeldes, problemáticos, sin preocupación de la autoridad y deslindados de las presiones generacionales de sus padres. También quedaría cautivado por la reciente revolución del anime y el manga liderado por Osamu Tezuka con obras como Kimba, el león blanco (1950) y Astroboy (1952).
Tras graduarse de la escuela secundaria Otomo haría su debut en el mundo del manga con la obra A Gun Report (1973). Un año después realizaría su primera obra titular, en la revista Action, Boogie Woogie Waltz (1974), una antología de historias cortas que ahondan la urbanidad de Tokio trata el abuso de drogas, la perversión sexual y la música rock. Años después comenzaría su primera obra serializada, Fireball (1979), manga que quedaría inconcluso pero que serviría como referente temático de sus obras como las supercomputadoras, los poderes psíquicos y un entorno dominado por un estado totalitario postnuclear. Pero su primer éxito no se lograría sino hasta la llegada de Domu (1980-1982) historia de terror sobre una comunidad suburbana sometida bajo el control telepático de un líder desconocido. En 1982 emigraría de la revista Action a la Young Magazine donde comenzaría su obra más ambiciosa. Akira tomaría ocho años en ser finalizada, obra que distinguiría a Katsuhiro como una figura reconocida en su país con la capacidad de incluso permear otras fronteras. El éxito logrado por su impacto lo limitaría a realizar una publicación más: Sarura (1990), para después retirarse del mundo del manga y tomar una nueva dirección en el mundo audiovisual.
Otomo es considerado uno de los tres grandes pilares que han revolucionado el cómic japonés situándolo, en términos de época, entre los maestros Osamu Tezuka y Akira Toriyama (Dr. Slump, Dragon Ball).
El salto a la animación
A la par de su carrera como autor de cómics Otomo daría el salto al mundo de la animación. En 1982, mientras finalizaba Domu, colaboraría como diseñador de personajes en el anime Harmagedon. Su destreza artística y guionista le valdría en 1986 realizar su debut como director profesional dirigiendo un capítulo de The Labyrinth Story. Le seguirían una serie de pequeñas colaboraciones en Neo Tokio (1987) y realizando Apertura de Robot Carnival (1987). Sería hasta 1988 que realizaría su primer largometraje, adaptando su propia obra Akira, la cual en ese entonces se encontraba inconclusa.
Katsuhiro permitiría la adaptación de su obra, siempre y cuando le permitieran fungir como líder creativo. La expectativa era tal que muchas empresas tuvieron que conciliar para la realización de la película, la cual ostentaría, en ese momento, como la animación más costosa jamás hecha. El éxito de su taquilla a nivel nacional fue considerado apenas aceptable, durante su estreno en occidente sería alabado por la crítica, directores de renombre como George Lucas y Steven Spielberg enunciarían fascinación por la obra del japonés, pero contrarío a ello la considerarían una experiencia lo bastante densa como para aprobar el filtro de consumo estadounidense. Contrario a ello, la taquilla se dispararía al cielo, posicionando a Akira como una de las obras más revolucionarias, y más en el campo de la animación, de finales del siglo pasado, causando así el llamado boom del anime a principios de los noventa. Después de ello, Otomo viviría su periodo de realizador lo cual le daría más distinción en obras de tal nivel como Memories (1995) o Steamboy (2004). Esto sin contar su posición como productor, supervisor e incluso guionista como lo fue en el caso de Roujin Z (1991) y Metrópolis (2001) este último basado en el manga homónimo de Tezuka que se nutre a su vez del largometraje de Fritz Lang. El impacto del autor sería de gran inspiración para futuros realizadores de la industria, incluso de renombre, como lo fue en uno de sus pupilos, Satoshi Kon; Perfect Blue (1997), Paprika (2006) y Paranoia Agent (2004).
Trascender
Reconocer a Katsuhiro Otomo como mente creativa es atribuirle la genialidad de darle notoriedad a las producciones niponas. Si bien ya existían realizaciones animadas trascendentales como Astroboy (1963), Heidi (1974) o Mazinger Z (1972) su mayor notoriedad se daría gracias a autores como el mismo Otomo o Takahata y Miyasaki de los Studios Ghibli. Y quienes ofrecerían, desde la perspectiva animada, temáticas maduras, de conciencia y máximas trascendentales.
Durante la Anime Expo 2019 se anunciaría la producción de un nuevo proyecto titulado Orbital Era que realizado por la casa productora Sunrise nos traería de regreso a Otomo como mente creativa, guionista, diseñador y director de esta obra que al parecer aún sigue cursando su etapa de producción. Significando así su tercer largometraje, y su regreso desde Steamboy en 2004, anunciando que aún nos queda mucho del autor por lo menos para una entrega más.
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