Durante el año 2015, Ex-Máquina hizo su aparición en las carteleras de los cines alrededor del mundo, siendo el debut en la dirección del novelista Alex Garland. Con una propuesta íntima y una narrativa profunda, la película fue cosechando críticas positivas tanto de la crítica especializada como del público general, apareciendo incluso en las nominaciones de los grandes premios de la industria durante esa temporada y obteniendo el Oscar a Mejores Efectos Visuales.
Garland, que originalmente era un hombre ligado a la literatura, vio en el cine una oportunidad de desarrollar sus habilidades narrativas, desempeñándose como guionista y productor de varias películas previas a su primera aventura en la dirección. Con “Ex-Máquina” logra desplegar todas esas habilidades, con un guion sorprendente que, como un barco navegando en ultramar, se introduce en territorios inexplorados e intrigantes. Quizás, al final, no tengamos respuestas, pero el viaje nebuloso repleto de preguntas nos lleva a lo más profundo de las reflexiones humanas. Ante eso, puede que tengamos que preguntarnos: ¿estaremos ante una de las mejores películas de ciencia ficción del último tiempo?
MENOS ES MÁS
Estamos en una época del cine donde las películas de alto presupuesto repletan las salas de cine y las plataformas de streaming. Producciones donde el CGI se posiciona como el pilar fundamental del éxito, transformándose en el canon a seguir en la industria actual. En ese escenario, filmes que salen de esos márgenes corren el riesgo de fracasar, ser olvidadas o pasar desapercibidas, pero en algunos casos, logran superar esa barrera impuesta por la industria y demostrar su calidad. Es ahí donde nos encontramos con Ex-Máquina, una película de 15 millones de dólares, un presupuesto bajo para Hollywood si lo comparamos con mega producciones como Star Wars, Mad Max, The Martian o The Revenant, que fueron sus contendoras en la categoría de Efectos Visuales en los Oscar. Todas las anteriores tuvieron un presupuesto sobre los 100 millones de dólares cada una. Las diferencias son evidentes y, por ende, el triunfo de esta pequeña producción en este premio, es aún más increíble.
A partir de aquí es que Ex-Máquina comienza a sorprender, porque es una cinta rica en recursos cinematográficos, donde los efectos visuales son solo un ingrediente más dentro de una fórmula muy bien pensada. Aquí lo visual es un complemento y no un protagonista, un aporte constante para lograr el objetivo: contar una historia íntima sobre ciencia ficción. ¿Y cómo logramos esto? En primer lugar, con un guion que avance paso a paso con precisión y fineza, un relato que permita profundizar en sus personajes, en sus pensamientos, en sus reflexiones y en sus interacciones. El corazón de la película es su guion y, al mismo tiempo, el corazón del guion son las conversaciones. Aquí Garland elige una característica profundamente humana (el habla), para desarrollar una historia de las capacidades y límites del mismo humano con la tecnología.
La historia se sostiene en un triángulo compuesto por Caleb (el joven programador de una empresa), Nathan (el dueño de la empresa) y Ava (una androide creada por Nathan). Los tres, mediante largas y profundas conversaciones, van tejiendo una serie de preguntas y reflexiones respecto a la humanidad, las emociones, los recuerdos y las relaciones. Una excelente muestra de la psicología humana, transparentada a través del poder de las palabras. Lo cuidadoso del guion se evidencia en cómo se van dando las interacciones entre los tres y cómo van fluyendo de forma natural y orgánica. Logrando llevar la ciencia ficción al terreno de la reflexión hablada, sin mostrar explosiones, viajes espaciales o escenas de acción.
Al ser la conversación el punto clave del guion, justamente es el trío de actores quienes se llevan el gran peso de hacer que este conjunto funcione. Las performance de Domhnall Gleeson, Oscar Isaac y Alicia Vikander logran mantener la tensión constante y la profundidad necesaria para la historia. Permitiendo, además, que la película no caiga en ser una eternidad soporífera de palabrería, sino que sea una verdadera introspección de la humanidad y sus capacidades, además de la robótica y sus limitaciones, al parecer, infinitas. Que la película mantenga su historia para llegar al objetivo final, es, sin duda, una obra de perfecta sincronía entre los múltiples recursos cinematográficos que la contienen, como si fuera el cuerpo de un androide perfectamente aceitado y programado.
INTIMIDAD PURA
A lo largo de la historia del cine, la ciencia ficción siempre se ha caracterizado por tópicos, por lo general, a gran escala como los viajes en el tiempo o en el espacio exterior, las sociedades postapocalípticas o la tecnologización del mundo. En este caso, el movimiento en vez de ir hacia fuera, fue hacia dentro. ¿Cómo podemos llevar esos tópicos del género a un espacio reducido y sostenido por solo tres personajes? ¿cómo se logra crear ciencia ficción dentro de una casa, sin grandes recursos?
La clave de Ex-Máquina está en su intimidad. Transformar el espacio más íntimo del ser humano, el hogar y la conversación, en el territorio en discusión y disputa. La inteligencia de Garland para desarrollar esta obra radica en que no es necesario viajar a otro planeta para cuestionar nuestra existencia, como tampoco lo es viajar en el tiempo para reflexionar sobre nuestras acciones. La reflexión es aquí y ahora. En el transcurso de 7 días, que es el tiempo en que transcurre la historia, la película nos lleva en un viaje introspectivo único en su especie donde cada personaje aporta a esa profundidad. ¿Qué es ser humano? ¿Qué nos diferencia de las máquinas y androides? ¿Podremos, en algún momento, no lograr diferenciar la vida humana y sintética?
Durante todo este viaje, el personaje interpretado por Gleeson (Caleb) debe realizar el Test de Turing a Ava, para evaluar si realmente su inteligencia artificial ha llegado a tal nivel de desarrollo que es indistinguible de un ser humano. El test se realiza no mediante preguntas, sino que a través de interacciones naturales, dando espacio a la aparición de diversas respuestas, como también de pensamientos y, lo más peligroso, emociones. Es en este punto, donde la película entra en un territorio minado: ¿qué son las emociones?, ¿pueden sentir las máquinas?, ¿qué es el amor?, ¿puede una máquina sentir amor o aprecio? Pero, de forma inteligente y honesta, no entrega las respuestas, sino que abre la reflexión. En ningún momento, Ex-Máquina busca cerrar la discusión o entregar una moraleja servida, sino todo lo contrario, nos ofrece interrogantes y nos obliga a ser parte de ella. He ahí su riqueza: de la intimidad brotan las más profundas reflexiones humanas.
Si dijéramos que Ex-Máquina explora nuevas fronteras del género de ciencia ficción, no estaríamos mintiendo, sino que siendo justos ante esta obra. En vez de ir por el camino fácil, sobresaturando los tópicos y agotando los recursos, prefiere ir por derroteros sinuosos y complejos, sin enredarse y saliendo triunfante. Es un largometraje que, al igual que sus reflexiones, son necesarias aquí y ahora, debido a que, en un mundo hipertecnologizado como en el que estamos hoy, este tipo de relatos y mensajes pasan a ser urgentes. “Ex-Máquina” tiene todos sus circuitos perfectamente cuidados, cual androide, pero con un profundo sentimiento humano. Sin duda, una de las mejores (y más auténticas) películas de ciencia ficción del último tiempo.
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