“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”
(Héctor Viel Temperley. Hospital Británico)
La mayoría del tiempo el ser humano ignora lo que le pasa por dentro. Saberse de más lo encaminaría al abismo del sufrimiento. No conocerse, no obstante, le abre el telón de una vida más soportable.
El conocimiento absoluto de lo que pasa detrás de la piel podría paralizarnos, pero en una cara contraria, pregona el escritor checo Milán Kundera: “aquel que no piensa en el cuerpo, se convierte más fácil en su víctima”. Sentirnos bien nos vuelve ignorantes de nuestro propio organismo.
Enfrentarse a los conflictos del cuerpo, fue el detonador que llevó al escritor monclovense Luis Jorge Boone a explorar en el relieve de los dolores de otros. A él, una piedra lo hizo caer y le procuró un dolor que se anidó en su espalda para complicarle la existencia. Emprender el periplo a la salud lo encaminó a reflexionar entorno a la enfermedad, el dolor y el cuerpo.
Como un lector en búsqueda de empatía, Boone se acercó a la literatura doliente y se dejó explicar a través de distintas narrativas el espectro del dolor: “el más terrible de los lenguajes del cuerpo”.
La historia de su No salud se desdobla en el ensayo Cámaras Secretas: Sobre la Enfermedad, el Dolor y el Cuerpo en la Literatura publicado recientemente por Editorial Siruela, un material en el que, partiendo de su propia experiencia, el también poeta y narrador contrapuntea reflexiones de autores como Sylvia Plath, Abigael Bohórquez, Susan Sontag, Joan Didion, David Huerta, Roberto Bolaño, Oliver Sacks, Carson McCullers o María Luisa Puga, plumas que expusieron sus padecimientos a través de la literatura. “La paradoja de la enfermedad es su potencial creativo”.
Es así que desde el abordaje de su dolor privado, el autor del poemario Contramilitancia nos devela como la estética puede emerger desde la convalecencia, y en un estado de desgracia, darle al dolor el don de un maestro transformador que nos cincela hacía la mejor versión de nosotros mismos. “La grieta, la herida, es la boca por la que se canta, es por donde entra la luz”.
¿Fue el dolor un vehículo a la metamorfosis, una cárcel, una aflicción? O ¿el padecimiento le ofreció a Luis Jorge Boone una manera de redescubrir su identidad?
Es septiembre, el autor está en Arteaga para presentar su libro de cuentos Suelten a los perros en el marco de la Feria Internacional del Libro Coahuila 2022, pero el interés se inclina más bien en su ensayo y en las cámaras secretas de la literatura, esos rincones sombríos de la salud donde se hallan narraciones sobre el dolor, el sufrimiento y se dialoga con las partes de un cuerpo que habitamos, pero que poco nos atrevemos a conocer por dentro.
En tu ensayo publicado por Editorial Siruela, citas El mapa del territorio, novela en la que Michel Houellebecq, propone la existencia de un detonador exterior para que un creador viaje a su centro de vacío, a su núcleo de claridad. En tu caso, se puede decir, que el estallido para Cámaras secretas lo provocó una piedra que te hizo caer y que te procuró lesiones corporales. Pero… ¿Por qué explorar en la literatura para revelarte los conflictos del cuerpo?
Esa novela de Houellebecq me gusta mucho porque el mismo autor se mete en su proceso y revela cómo se le ocurren las cosas: el núcleo de necesidad. Esa expresión él la usa en su novela hablando del mismo Houellebecq como un personaje de ficción. Y ahora que lo mencionas, sí, yo lo que hago en el libro, al final, explico un poco cuál es mi núcleo de necesidad, de decir “yo pasé en cama un buen tiempo convaleciente, de no poder caminar bien, no poder sentarme bien, no poder estar acostado, tener dolor crónico durante mucho tiempo. Y luego ir aprendiendo a salir poco a poco”. Pero cuando volteó para atrás me doy cuenta que todo ese tiempo, lo que hacía un poco (en un actitud medio terapéutica) era leer sobre el dolor, porque fui consciente del dolor, es decir, no somos conscientes de lo que no queremos ver, de lo que no nos interesa o de lo que tememos, de lo que nos sobra de alguna manera. (Por ejemplo) de niño lo que menos te interesa saber es que si te subes a un árbol te puedes caer y partirte la cabeza, eso no te interesa, eso te sobra de tu mundo y por lo tanto cuando cuentas tus aventuras casi no está, casi no aparece esa posibilidad. Solamente, por desgracia, hasta cuando nos suceden las cosas, que nos duelen, que nos lastiman, somos consientes de que esa otra narrativa es una posibilidad. Me di cuenta que el dolor era una posibilidad de narrar una perspectiva, para relatar la propia vida. De alguna manera me llevó por todas esas lecturas y luego se me fue ocurriendo hacer algo con esas lecturas, escribir un pequeño ensayo, después escribir otro, luego tomar nota para otro [...] hasta que fui más consciente de que tenía que hacer una exploración a consciencia y una exploración cabal. Así fue que decidí redondearlo para que fuera un libro. Como un universo en sí mismo.
Coincides con la idea, que revela la misma novela de Houellebecq, de que uno nunca decide la escritura de un libro…
Sí. Claro que hay algo de voluntad, que hay algo de elección, pero también es cierto que nuestra vida no la elegimos toda, tiene mucho que ver con el azar, con las exigencias del mundo, mucho que ver con la perspectiva de los demás y la importancia que les damos, cómo nos ven, las expectativas que tienen de nosotros mismos. Creo que ese asunto de la elección o no, siempre es multifactorial, no puedo decir que yo haya elegido, (porque) a veces necesitaba hacerlo, a veces no tenía de otra, a veces era lo único que podía hacer, a veces me hubiera gustado escribir un libro mejor, diferente o más grande, o más abarcador, y me salió este. Desconfío de esta narrativa que dice que la creación es enteramente voluntad, y no, la creación es muchas otras cosas.
Cómo destilaste las lecturas que le dan soporte a tus reflexiones contenidas en este ensayo que comenzaste a delinear hace diez años.
Siempre he sido un lector (desde niño) muy curioso, activo y de todos los géneros. Esto me abrió el panorama de que podía contar mi vida desde la perspectiva de la enfermedad, del dolor, de la postración, no podía hacerlo antes, porque no tenía esa experiencia y me di cuenta de que hay un montón de ejemplos de esto, materiales que desarrollan el asunto del cuerpo y la enfermedad, así junté muchísimos textos. (Luego) llegó un momento en que dije “para escribir un ensayo hay que tener bibliografía, hay que tener material de estudio, hay que tener referencias”, entonces me ponía a mudar todos los libros de los estantes y de la biblioteca y me compraba otros y los llevaba al escritorio y sobre algunos escribía, subrayaba, entre lo que se me ocurría y decidía si entraba o no. Fui haciendo mi propia selección de esa otra gran lista que tenía. Fui un poco mezclando todo, pero filtraba lo que me pudiera servir.
Abordas el dolor y la enfermedad, temas universales, pero que son poco comunes en el debate social. ¿Cuál crees que sea el contrapeso de tu ensayo aterrizado en un momento en que la humanidad parece estar más ligada a conceptos como la algofobia?
Pienso que nos hace falta dejar de engañarnos unos a otros, es decir, engañar a nuestros hijos diciéndoles una de las mentiras más bonitas pero también una de las más dolorosas: “yo nunca me voy a morir” y también nosotros decirnos “yo nunca me voy hacer viejo” “yo nunca me voy a enfermar” porque además es tu responsabilidad no enfermarte, y no cierto, es decir “es tu culpa si te enfermas, si tienes dolor, si te lastimas” y tampoco es cierto; tenemos una responsabilidad en el cuidado, pero cuántas veces, por genética, hay una enfermedad que se activa a los 40, hay una enfermedad que se va activar a tus 20, existe una condición con la que naces, tenemos esta idea, por lo menos las generaciones anteriores, de que tenemos que conseguir una salud absoluta y para eso teníamos a la medicina y teníamos que confiar en los médicos y ponernos en sus manos y tomar todas las pastillas y tener todas las terapias, etcétera. Me gustó mucho que ahora en Aguascalientes hablábamos el presentador y yo sobre bienestar, y un médico decía: “claro, no estamos luchando contra la muerte, estamos luchando por el bienestar”. Es muy distinto, es una perspectiva radicalmente distinta, de pronto queremos que nuestros viejitos se curen de absolutamente todo, pero la vejez no tienen cura, también queremos ver en todo, algo que curar con una pastilla. En ves de pensar “es que ese músculo no va a volver a funcionar”. Yo quisiera volver a tener 20 años otra vez, solamente para poder dormir como dormía en aquel entonces. Y tenemos esa fantasía que apoya mucho la excesiva medicalización y la excesiva clasificación de enfermedad de cualquier circunstancia adversa de nuestro cuerpo. Y albergamos la fantasía como de “cuando me curé me voy a volver a sentir totalmente bien, al 100 por ciento, como si hubiera vuelto a nacer”, cuando eso jamás sucede siempre nos vamos adaptando a las circunstancias de manera diferente. Creo que nos abrimos a eso, pero nos falta muchísimo, no les hablamos a los hijos, a las personas frágiles, las engañamos todo el tiempo de que van a estar bien, por compasión, por piedad, por cobardía, por tantas cosas, pero, creo, cada vez podemos estar más abiertos a que estos discursos entren en juego en la sociedad y el libro de alguna manera también dice: lo que me ayudó a mí fue a no engañarme y decir tempranamente en mi vida “ya no soy joven, ya tengo achaques. Tengo que cuidar mi cuerpo de otra manera”.
Escribo para entonar el sufrimiento, puntualiza Julián Herbert en Canción de Tumba. En ese sentido ¿Para qué escribió Luis Jorge Cámaras secretas?
Para darle un lugar en la historia al dolor. Me gusta mucho la distinción que hace el budismo entre dolor y sufrimiento. El dolor es una condición normal, nos pegamos y nos duele, perdemos algo, a alguien y nos duele, el sufrimiento es alimentar esa cosa. Sufrimos porque tenemos pensamientos recurrentes y porque estamos apegados, porque rechazamos ciertas ideas, pero ese sufrimiento lo que me da la idea, lo que dice Julián, sí claro, entonar, buscarle el tono al dolor, buscarle aquello que puede atravesar el aire y también de alguna manera, puede adelgazarse, terminarse, y después pasamos a otra cosa. No es que el dolor se vaya a ir, pero dejamos de construirle un castillo, más bien cantamos una canción, nos dolemos ahí y lo que quería era, que después del dolor, y de cantar esa canción del sufrimiento, quería conciliar esa experiencia y ese aprendizaje y darle un lugar en mi vida, acomodarlo. Como dice el psicoanálisis, que no busca que las cosas desaparezcan mágicamente, o que te dejen de doler, o que ya no importen, sino que ese dolor histérico, ese dolor exagerado se convierta en dolor normal, en dolor que tiene un lugar. Creo que, el como acomodar ese gran tiradero fue lo que me dejó la experiencia del dolor y decir, esto es un rastro y yo lo he seguido, entonces puedo contar esta historia, por lo tanto le estoy buscando un lugar en mi vida, (la pregunta fue) ¿qué lugar es el que tiene?
En una parte del ensayo tocas el tema de los que curan, es decir, los doctores. Y citas el dictum bíblico: “Médico, cúrate a ti mismo”, en el entendido de que los galenos pueden ser parte de la cura de los otros, más nunca de la propia. Crees que exista un paralelismo con el que escribe.
Bueno sí, porque en realidad, si lo llevamos al terreno de la creación, de la expresión, lo que quiero es hacer notarme, primero de decir, “mira no eres el único que ha tenido dolor, mira no eres el único que ha escrito con dolor, mira no eres el único que ha tenido que darle a esto un lugar en su vida”. (ahorita me duele la espalda, ahorita tengo un dolorcito en la espalda, hay paleativos y hay acomodos, pero a veces no se puede). También digo, bueno el dolor va pasar, no tengo porque clavarme tampoco en eso. Creo que mi manera de contarme a mí mismo la historia de mi dolor, puede por, la grandeza de la creación y por la grandeza de las otras mentes que lo van a leer, convertirse en una especie de espejo, donde ellos vean que su dolor también ocupa un lugar en sus vidas y que no tienen que pelearse con el, sino que tienen que conocerlo, de alguna manera, aceptarlo y encontrarle un lugar. Hay una frase que me gusta mucho que se la oí decir a un actor: “El arte está por encima de todos, nadie está por encima del arte”. Me gusta mucho porque eso quiere decir que estamos trabajando por algo que es más grande que la vida en sí. No lo escribí (el ensayo) para acomodar una experiencia que me hacía falta, sino para poner algo en el mundo que hable de eso a los demás.
En una entrevista comentaste que entras a la poesía, al ensayo, a la novela, por la herida, desde lo que te duele, pero…. qué destellos visualizas para decidir el género con el que habrás de comunicarte.
No es que uno diga, “voy hacer un pastel y quiero que sea de tres pisos, o quiero que sea chiquito”, en realidad va, un poco, llegando todo al mismo tiempo, la forma y el fondo. Un poco lo que decía, creo que era Alejandro Sanz, que a veces el tenía la canción, la música, la melodía, y después le llegaba la letra, o al revés, pero el momento más feliz, decía, es cuando llegan juntas. Lo entiendo, porque cuando digo, esto podría ser y sé que aquello que me está llegando le veo la forma de poema o aquello que me está llegando le veo la forma de un cuento y empiezo a crear desde ahí, sí creo que son los momentos más felices, no son tantos tampoco, porque muchas veces apuntas, dices: yo pensé que iba a escribir una novelita muy breve, con un par de historias al principio, y resultó que se disparó hacia muchos lados, se multiplicó y llegó a ser una novela larga.
En una parte mencionas a la poesía como enfermedad y como un arrebato que nos transforma. ¿Para ti representa una forma de lucidez? ¿Y qué tanto te reveló ese género en este ensayo que nos entregas?
Sí, la poesía para mí es una especie de lucidez pasajera. Pero también lo es la fiebre, por ejemplo. En la fiebre uno piensa cosas de una manera más afilada. Incluso en el dolor, incluso en la angustia que no se presenta en la calma, o hay un silencio de la mente porque está tan invadida por otras cosas que no puede pensar, bueno, incluso ese silencio es un filo de la mente, es un filo con el que la mente penetra en ciertas experiencias, lo que creo es que, para mí la poesía es una lucidez muy específica, donde las cosas y sus contornos se alinean unos con otros y se van acercando y se van configurando de una manera armónica y en realidad esa manera de ordenar las cosas en la mente de la poesía te enseña a hacer ciertas cosas o actuar en la crítica, por ejemplo, o en la lectura a buscar esas armonías, esos ángulos en los libros, también en las tradiciones, en las obras o en las constelaciones que es lo que hago en este libro, un poco lo que hacía también George Steiner, buscaba estas tradiciones, estos temas o estas investigaciones, o estos desarrollos temáticos y se ponía a ver que autores se comunicaban entre ellos, a veces abarcaba a un solo autor, una sola obra, un solo género y veces hacía constelaciones, que específicamente Cámaras secretas, es una constelación de autores, autoras, poetas, poemas, etcétera, que van trazando como una especie de estrella que se le da muchas vueltas, que tiene varias maneras de entrar y tiene varias maneras de recorrerla, pero que habla de los mismo, del dolor, del cuerpo, de la enfermedad.
“Escribir no es búsqueda, sino la invención de un mapa para quien se encuentra perdido”, citas en tu ensayo. ¿Qué fue lo que más te asombro de ti, que no conocías, y que descubriste en la hechura de este texto?
Que podía escribir un libro tan largo de ensayo (risas). Mis otros libros de ensayo son colecciones, son antologías que yo mismo hice, esto es un solo ensayo, en capítulos y en partes. Me mostró eso: que soy capaz de escribirlo, que tenía la disciplina, que tenía el empuje, que tenía la voluntad. También me enseñó que yo mismo puedo ser ese mecanismo narrativo del que habla la auto ficción. Yo nunca había hablado de mí mismo siendo tan específico, escribiendo sobre experiencias que nunca había manejado, o sea, esa vez que me caí en el parque lo platiqué a parientes y a amigos varias veces pero nunca lo había escrito, buscar la frase, el tono, el ritmo para contar eso que he contado muchas veces, pero ahora escribirlo y de alguna manera lo que también suponía, no puedo clavarme en la autocompasión, tengo que escribirlo, sí con esta cosa media filosófica que sale a veces, la mística, con esta cosa medio melancólica, que tiene siempre la mística y que tiene la poesía también, pero con sentido del humor, dije “si no tiene sentido del humor, va a estar muy patético”. Al final dije: “quiero intentar esto”. Y sí, hay pasajes donde leo y me reconozco.
Afirmas que el sufrimiento es un elemento primordial en el arte y la creación que tanto de ese padecimiento habita en el universo de tu obra...
Lo que pasa es que nos podemos enamorar del sufrimiento, y podemos decir que somos es el único ser viviente que merece compasión. Nos damos toda la compasión que somos capaces de sentir y nos damos cuenta de que en realidad, sentir compasión por nosotros mismos no llega a ningún lado, es cerrar un candado, y que lo más útil para la vida es sentir compasión por los demás, si encararnos con el sufrimiento nos lleva a eso yo digo que está bien y la verdad es que la ficción, la poesía, la literatura a mí me gusta que sea un camino hacia los demás, a conocer a los demás y no sólo decir “que bellísima prosa, o que verso tan magnifico, que verso tan perfecto”, sino también que me lleven a decir, no sabía que existía este sufrimiento de los demás, no me daba cuenta, nunca le había dado importancia que existía esta perdida, este dolor, estas desgracias, que no está cerca de mí pero que existe en los demás
Para finalizar cuál crees que sea el estado actual del ensayo cómo género, que no resulta el más popular, pero que, a diferencia de otros escarba justo en las cámaras secretas de diversos temas…
Acabo de hacer una selección de 42 ensayistas mujeres y hombres para la UNAM como parte de una serie de libros colectivos que se hacen de cuento, crónica y ensayo, yo hice la segunda edición del género ensayo. Hay muchos, muchas ensayistas en México que tienen su propia búsqueda y además su propia idea del ensayo. Si bien no está hasta en el proscenio de los géneros, el ensayo está mucho más vivo que hace 30 años. Ahora hay ensayistas jóvenes como Laura Sofía Rivero y hay maestros del ensayo, autores de muchísima carrera como Francisco González Cruz, que tiene ochentaitantos y esta niña tiene veintitantos, entonces hay muy jóvenes y gente de mucha carrera haciendo ensayo. Me gusta que en mi vida se haya dado así, que hace como un año y medio me hayan dejado leer a estos ensayistas y hacer la antología que es más una lectura, y después que salga este libro (Cámaras secretas) que es ahora sí es una escritura mía y decir que el ensayo es una forma que nos hace sentir, a diferencia de la poesía por ejemplo, el ensayo nos hace sentir lectores serios.
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