No me preocupa tanto la militarización de las policías. El Ejército y la Marina son organismos armados por definición, y para combatir el crimen organizado se requieren corporaciones bien adiestrados en el uso de las armas y con capacidad de fuego. No sorprende así que hasta los gobernadores y alcaldes de oposición se resistan a prescindir de una policía militarizada. Lo que me preocupa realmente es la intención de militarizar todo lo demás.
El presidente López Obrador nunca prometió, ni como líder de la oposición ni como candidato a la Presidencia, militarizar buena parte de la vida pública de nuestro país. Pero esto es exactamente lo que está haciendo. No solamente ha militarizado la Guardia Nacional, sino las aduanas, la construcción y administración de aeropuertos y trenes, la distribución de vacunas, la remodelación de hospitales, la construcción de sucursales de Banco Bienestar, el combate al robo de combustible, la distribución de tanques de gas, el apoyo a los programas Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro, el manejo de una nueva aerolínea y muchas otras tareas.
¿Por qué me preocupa? Porque México hizo un esfuerzo muy importante para salir del militarismo después de la revolución de 1910-1917. Si bien esta lucha armada ha sido glorificada por los gobiernos del PRI y Morena, sabemos que fue una contienda sangrienta y destructora. Alrededor de un millón de vidas se perdieron por acciones bélicas y enfermedades. Algunos de los personajes que la historia oficial hoy dice que fueron héroes, como Doroteo Arango, alias Pancho Villa, eran realmente criminales que saqueaban propiedades, asesinaban a civiles y violaban a mujeres.
La violencia no concluyó incluso cuando la revolución terminó formalmente y se proclamó la Constitución de 1917. El presidente Venustiano Carranza enfrentó una rebelión del general Álvaro Obregón en 1920 y huyó de la capital para ser asesinado por efectivos del general Rodolfo Herrero. Obregón fue asesinado, a su vez, en 1928, cuando se había ya reelecto como presidente. Tras la creación de un partido hegemónico en 1929, los militares revolucionarios pasaron a dominar los nuevos gobiernos. Ocuparon los cargos públicos más importantes y se enriquecieron de manera escandalosa. Tuvieron que pasar varias décadas para que empezaran a dejar los cargos públicos, incluida la Presidencia de la República, a los civiles.
Hoy vemos a un presidente que, sin haberlo prometido en su campaña, sin considerar la opinión de la gente, ha emprendido la remilitarización del país. No hay ninguna razón para pensar que los militares puedan llevar a cabo las funciones públicas mejor que los civiles. De hecho, debido a que los gastos militares son sistemáticamente ocultados por supuestas razones de seguridad nacional, el resultado es que estamos teniendo una administración mucho menos transparente, y en la opacidad, como sabemos, prospera la corrupción como la que exhibieron los generales después de la revolución.
¿Por qué la insistencia de López Obrador de dar a los militares todas esas tareas que no tienen nada que ver con sus funciones constitucionales? El mismo presidente no lo ha explicado, pero una posible respuesta viene a la mente. Las fuerzas armadas son, por naturaleza, disciplinadas: se les instruye a ser obedientes. Y al presidente le gusta que se le obedezca sin chistar. El problema es que la historia nos dice que los militares son obedientes hasta que deciden no serlo; y entonces toman control del gobierno.
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