Apple se ha convertido en una empresa que más allá de ofrecer innovaciones tecnológicas representa un símbolo de estatus y confort a expensas de los altos costos de sus modelos y aditamentos. Esto ha hecho que año con año se vuelvan centro de atención y más en vísperas de anunciar sus productos nuevos, sin excepción de ser progresistas o polémicos.
Durante el año 2020 se presentaría la salida al mercado del Iphone 12. El equipo, desde antes de su salida, se rumoraba vendría sin sus característicos audífonos y un sistema de carga, cuestión que la comunidad no esperaría que se hiciese realidad hasta su llegado anuncio. Lisa Jackson, que en ese entonces ostentaba el cargo de vicepresidenta de iniciativas políticas y sociales de la empresa, enunciaría que la toma de nuevas políticas medioambientales formaría parte de la responsabilidad social corporativa de la empresa de la manzana. Su objetivo: volverse neutral ante las emisiones de carbono. Sus políticas, que ya se aplicaban a sus estructuras que contaban con supuestas energías 100 por ciento renovables, precisaban un cambio que afectaría tanto a sus estructuras como en sus cadenas de suministros y la logística a nivel mundial. Esto también se vería aplicado en sus nuevos modelos de Iphone, producto ícono de la empresa, ya que las nuevas unidades les serían eliminadas los auriculares y el adaptador de carga los cuales serían comercializados aparte. Esto hace que el packaging (empaque) de los iPhone reduciendo su tamaño dándoles la capacidad de transportar 70 por ciento más producto volviéndolo dinámico a espacios, tiempos, gastos y "contaminación" del proceso logístico. Entrecomillar la contaminación, es señalar la idea de esta actividad pseudoprogresista e inconveniente de comercializar aditamentos aparte, en vez de planificar productos menos corrosivos al medioambiente. Dicho esto, algunos países han buscado actuar de cierta manera respecto a estos productos.
Un ejemplo de ello sería Brasil que se pronunciaría ante la idea de que ese producto sin cargador parece más bien una oportuna ojiva de negocios más que una idea ambientalista, buscando obligar a la empresa a responsabilizarse por otros medios y no escudarse para ofrecer un producto "incompleto". Mientras tanto, al otro lado del charco, la Unión Europea, provocaría una alerta a la empresa del fallecido Jobs. Ya que en un plan convincente y práctico se planea aplicar una política en la telefonía móvil al obligar a todas las empresas a adaptar la tecnología a una conectividad USB de la llamada entrada tipo C, estableciéndose estándar y obligatoria, en aras de un óptimo producto que combata la reducción de residuos. Ante ambas cuestiones la empresa se ha opuesto de sobremanera. Es importante hacer frente no sólo a esta sino a futuros, o más bien actuales, porvenires de praxis empresariales. Por ello es que un modelo como la economía roja surge como alerta y demostrando las consecuencias de nuestro consumo desmedido como individuos.
Economía y pigmentación
La economía de colores surge como una necesidad de materializar políticas con enfoques de un desarrollo sostenible que vaya de la mano con el cuidado del medio ambiente. De esa manera se busca agrupar cierto tipo de actividades, ya sean sostenibles, de desarrollo o que difícilmente son identificables dentro de algún sector existente. Todo esto mientras a la par de planificar políticas públicas optimizadas para aquellos individuos que se desplazan dentro de este tipo de economías. Ya con anterioridad hemos tratado en la revista temas similares como la economía naranja, que engloba aquellos ingresos provenientes de bienes y servicios emergentes de actividades artísticas y culturales, o como la economía negra, también conocida como Capitalismo Gore que data de una economía que surge de actividades ilícitas. Esas economías se centran en una producción específica, y por lo general sui generis, a las consideradas en nuestras prácticas rutinarias, sin embargo ¿Qué pasa cuándo nuestro problema no es la producción sino el mismo consumo que se produce? Ante ello existe una economía que intenta advertir los riesgos de un consumo desmedido lo cual puede empezar a generar fricciones entre una industria de consumo y los avances de las políticas públicas. A esa economía se le conoce como: economía roja.
Economía Roja: El Clico Económico vs El Ciclo Medioambiental
Cuidar los efectos ocasionados por un modelo capitalista necesitado de ansiosos consumidores nos ha llevado a la necesidad de tener que desarrollar un sistema de consumo responsable, ya no aplicado a la consciencia individual, sino que la urgencia cada vez se ve reflejada en las políticas de los países. La economía roja es un consumo de bienes y servicios que tiene como elemento dinamizador un crecimiento económico el cual no siempre es necesario, ya que la adquisición, consumo o gusto de bienes no se encuentra regulado tomando en cuenta las problemáticas generadas por acciones de sobreproducción. Actualmente nuestro país vive un proceso económico muy variante por los procesos inflacionarios, pero ¿Qué es esta dicha inflación? A ciencia cierta no es otra cosa que el impacto insostenible de consumir más de lo que producimos. Tomando esto, ¿Qué pasa cuándo consumimos más de lo que producimos? Apelando a que nuestro benefactor de producto es un planeta Tierra que durante años se ha encontrado sobreexplotado y constantemente exprimido por los insaciables modelos de mercado y producción. Por ello es importante atender que nuestro desarrollo indefinido no puede utilizar un modelo productivo que utiliza los recursos naturales como si dichos proviniesen de una fuente ilimitada. La nueva era industrial ha utilizado parcialmente dichos recursos mientras que lo desechado, en su mayoría residuos intratables, se bota sin medir las afectaciones de invadir nuestros biomas. Por ello es que la economía roja se presenta como esta alarma que intenta hacer frente a un decadente sentido de bienestar a expensas de una sobreexplotación de recursos, afectaciones climatológicas y desigualdad social.
La responsabilidad es de ¿Todos?
Desde su descubrimiento, el petróleo se ha convertido en un activo económico y comercial muy destacado a nivel mundial. Según datos de BBVA Research, actualmente en nuestro país se producen más de 1,500 millones de barriles diarios. Sin embargo, procesos como el refinamiento del petróleo o la quema de combustibles fósiles aporta casi una cuarta parte de las emisiones totales de dióxido de carbono (CO2) que hay en nuestro planeta. A esta práctica le siguen sectores como el textil, al cual reconocemos más actualmente como el fast fashion, e incluso el sector alimentario, el cual afecta los recursos de producción, vuelve inaccesible la tierra que se ve afectada por transgénicos y la emisión excesiva de gases de efecto invernadero. En base a este incontrolable deterioro de nuestro planeta se han presentado prácticas que se han visto reflejadas en la ciudadanía, logrando prácticas obligatorias como la reducción de uso de popotes o el retirar las bolsas plásticas de los grandes mercados para ser remplazados por bolsas ecológicas. Pero, dichas prácticas, se vuelven patéticas de cara al problema cuándo el generador del mayor problema es el menos perjudicado. Hace unos años saldría a la luz un estudio realizado por la Oxfam, dónde revelaría que, de 1990 a casi la fecha, establece que apenas un 10 por ciento de la población mundial, la cual se divide entre un 9 por ciento ricos y un uno por ciento más ricos, se anexaban un 52 por ciento del total de emisiones acumuladas en nuestro planeta. Cifra que duplica las emisiones de un sector más amplio, representado en los estratos inferiores, un 40 por ciento de la población perteneciente a una clase media es responsable de un 41 por ciento y el resto del 50 por ciento, perteneciente a una clase baja, apenas aporta con un 7 por ciento. Demostrando así que la contaminación en nuestro planeta forma parte de un sector privilegiado mientras que la mayoría de los afectados por estas complicaciones son los que menos aportan a ello.
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