La definición más común del romance, en costumbre, se encuentra ligada a las relaciones amorosas, o a una pasión enérgica. Sin embargo, este sistema líquido, atendiendo a los conceptos de Zygmunt Bauman, se solidifica y desvanece constantemente, no está soportado de manera permanente. Realmente establecer un significado de romance se pierde y más cuando nos vamos a su raíz en el romanticismo. Aquí la figura de yo, o lo individual, se vuelve heroico o pasional cuando se trata de expresar un sentimiento o gritarlo. Dicha filosofía puede ser palpable en 1984 de George Orwell, donde Winston Smith, nuestro protagonista, busca la libertad de decir que dos más dos son cuatro en un mundo manipulado y distópico que atenta contra la integridad del individuo. O simplemente la sublimidad del Caminante sobre un mar de nubes (1818) de Friedrich que, como forma de expresión, plantea la libertad de frente a una naturaleza que invita al hombre a manifestarse. Por ello los pensamientos y los sentimientos de los autores han sido determinantes, no solo para plasmar sus obras, sino para movilizar socialmente el rumbo de nuestro mundo.
Principios
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, y principios del XIX, principalmente en Europa, sería reinstaurada la estética y filosofía grecorromana. Este reciclaje estático, de proporciones épicas, significaría el regreso a los modelos “clásicos”, encaminados por el frenesí dejado por el movimiento barroco, dando espacio al denominado neoclasicismo. Aquí el pasado casi mítico de la antiquísima Grecia y Roma retomarían un espacio para seguir influyendo en la semblanza artística europea. Sin embargo, los dibujos, las formas y los pigmentos irían perdiendo relevancia y progreso, todo para rescatar la edad de oro añorada y que provoca nostalgia. Durante este periodo el valor subjetivo, e intencional, de los artistas se verían estancados. El arqueólogo e historiador de arte Johann Winckelmann, expresó que, si existiese forma alguna para alcanzar grandeza, si es que fuese posible, sería solamente a través de la imitación de los antiguos, ya que sólo ese gusto podría ser replicable en suelo clásico. Por ello este periodo neoclásico sería considerado un evento racional y sereno, aunque esa posición, enajenada en el pasado, terminaría por considerarse fría y sin mucha intención de generar un discurso crítico, o progresista. Sin embargo, a la par de esta corriente, específicamente finales del siglo XVIII, se desataría una tormenta discursiva definida por los sentimientos desbocados, pasionales y subjetivos de los artistas quienes darían espacio a un nuevo modelo que sería bautizado como romanticismo.
La creación de la libertad
Originado paralelamente en Alemania y el Reino Unido, el romanticismo sería un movimiento creativo e intelectual que perduraría durante casi cien años, de 1770 a 1870, resultado de una visión colectiva agotada de tanto racionalismo e ilustración. Este movimiento infería que el mundo más bien era irracional y abstracto, lleno de sentimientos e imperfecciones, el cual se encontraba cubierto bajo una falacia de serenidad e intelectualidad. Se le consideraría poco coherente y sistemático, en comparación de su antecesor neoclásico, sin embargo, se destacaría como corriente decisiva y de impacto. Aquí se exploraría la condición humana, encarnando las esperanzas, preocupaciones y aspiraciones de la época, volviéndose portavoz de los movimientos revolucionarios, mayormente adoptados por una clase media, reaccionando en contra de las definiciones burguesas y aristocráticas sobre las ideas de ciencia, filosofía, política, literatura e incluso la estética. Los artistas serían figuras rebeldes, exaltarían la figura del Yo, demostrarían una atracción por lo oscuro, los héroes solitarios antisistema, la fe de un mundo mejor, el amor, la muerte y le darían un espacio importante a la naturaleza. Dramático, violento y con tintes de erotismo, esta libertad individual pronto se extendería por Europa y posteriormente se propagaría a otras partes del mundo que, conservando sus rasgos comunes, se adaptaría al entorno logrando que cada país concibiera su propio movimiento romántico. Este valor del Yo, sumado a las tradiciones de cada región, engendraría un nuevo concepto identitario: el nacionalismo.
“Mi profesión, amigo, es desatar tormentas”, Franz Liszt.
Revolutio
“Los volcanes arrojan piedras, y las revoluciones hombres”, Víctor Hugo.
Durante la llamada Era de la revolución, periodo que abarcaría desde mediados de 1770 a finales de 1840, se instaurarían nuevas corrientes que suplantaran el antiguo régimen, resultado de diferentes levantamientos. La transición de feudalismo a capitalismo, la sustitución de la sociedad estamental por la sociedad de clases y la eliminación de las monarquías absolutas que serían remplazadas por un estado liberal, serían los resultados obtenidos por movimientos que sucedieron casi a la par como lo fueron la revolución estadounidense, o también llamado de las trece colonias, la revolución industrial, en el Reino de Gran Bretaña, y la revolución francesa. Esas confrontaciones entre sistemas e individuos generarían nuevos extremos y configurarían un nuevo formato discursivo e ideológico establecido durante mencionadas hegemonías.
Redefiniendo
Estos movimientos sociales, conjugados con el movimiento romántico serían causantes de un giro copernicano. El término, concebido por la revelación de Nicolás Copérnico ante la hazaña demostrativa de que la tierra no constituía el centro del universo mismo, definiría los cambios radicales en los comportamientos y las ideas de los individuos influenciados por un suceso único. Y para ese entonces la figura del artista sería consagrada como la de un genio creador, el arte ya no imitaba a la naturaleza, sino que la recreaba y conceptualizaba. Se rompían los dogmas y adoptaban una figura rockstar de la época. Establecerían los sentimientos caóticos como el suicidio o la muerte, estos ahogados en sentimientos de amor o tristeza... o mínimo por tuberculosis, pero lo que importaba era morir joven y destrozado. Como en Las penas del joven Werther y el revuelo que significó la obra de Goethe en 1774.
Exponentes
Sobre una barricada humana se levanta una mujer. En una composición triangulada se destaca una iluminada figura de la libertad. Esta liberté, con los pechos de fuera, homologa la abierta desnudez. Con su brazo derecho alza el símbolo de una nacionalista, más bien identitaria, bandera, mientras que su brazo opuesto carga un mosquete, arma de lucha. A su avanzar le siguen burgueses con chisteras, mendigos haraposos e incluso se asoma un niño que se alza con pistolas en mano. En el fondo un opaco humo asemeja una explosión en curso que se ve iluminada por los pigmentos iluminados de la insurrección parisina. Es así como La libertad guiando al pueblo (1830) de Eugene Delacroix se convertiría en el primer cuadro político de la pintura moderna. Mientas que, en España, a la par, consternarían las Pinturas Negras de Francisco de Goya como El aquelarre (1798) Saturno devorando a su hijo (1823) o Dos mujeres y un hombre (1823). En Alemania Wilhelm Von Reutern plasmaría El sacrificio de Isaac (1849) a manos de Abraham. Mientras que en Rusia, Briulov pinta la catástrofe de El último día de Pompeya (1830). En la música destacaría una etapa dorada de compositores y directores de orquesta como Ludwig van Beethoven, Richard Wagner, Frederic Chopin, Chaikovski o Schumann. En la literatura Les Miserables (1862) de Víctor Hugo, Emily Bronte con sus Cumbres Borrascosas (1847), El conde de Montecristo (1844) de Alexandre Dumas o El corazón delator (1843) de Edgar Allan Poe, por contar algunos.
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