No la vivimos en 200 años de imperio mexica. Tampoco en 300 años de la colonia española. Ni siquiera en 175 años de supuesto régimen republicano y democrático. Hasta 1997 los mexicanos nunca habíamos experimentado la alternancia pacífica en el poder. Hubo cambios de régimen en este largo período republicano, pero fueron siempre a balazos, por golpes militares y revoluciones.
Quizá puede haber democracias sin alternancia. En algunos países con arraigadas prácticas democráticas, ciertos partidos han tenido largos períodos en el poder. Ha sido el caso, por ejemplo, del Partido Liberal Democrático de Japón o el Partido Socialdemócrata de Suecia. Pero incluso ahí los partidos de oposición han logrado algunos triunfos locales o nacionales y han gobernado en ocasiones. La alternancia puede ser rara en estas naciones, pero existe y, sobre todo, siempre es una posibilidad. En las verdaderas democracias, por otra parte, el “carro completo” es virtualmente desconocido.
La alternancia empezó en México en los años noventa. La hizo posible no una sino varias reformas. Carlos Salinas de Gortari, quien buscaba legitimar su presidencia después de la cuestionada elección de 1988, realizó negociaciones con los partidos de oposición para ir forjando una reforma que fuera aceptada por todos. Logró la primera en 1990, una segunda en 1993 y una tercera en 1994. Ernesto Zedillo, electo en 1994, impulsó una nueva reforma en 1996, la cual limitó el gasto electoral y otorgó financiamiento público a todos los partidos políticos. Con esta legislación la oposición arrebató por primera vez al PRI su perenne mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Esta misma legislación estaba vigente en los comicios presidenciales del año 2000, en los que por primera vez en la historia triunfó un candidato de oposición, Vicente Fox.
Desde entonces la alternancia se ha convertido en una ocurrencia habitual en la vida política de nuestro país. De las últimas cuatro elecciones presidenciales, tres han sido ganadas por la oposición. En las elecciones estatales y locales bajo el control del IFE o del INE la oposición ha salido victoriosa en casi 70 por ciento de los casos. La alternancia demuestra que, desde por lo menos 1997, y quizá desde 1994, tenemos una verdadera democracia en el país.
La presidencia de Andrés Manuel López Obrador, las mayorías absolutas de Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados y el Senado, así como los gobiernos de 22 entidades de la federación por políticos de la Cuarta Transformación, fueron posibles debido a esta democracia que hemos tenido desde los años noventa. Pero si bien la alternancia es atractiva cuando uno está en la oposición, no lo es tanto cuando uno llega al gobierno.
El presidente López Obrador, un político que goza de gran popularidad, quiere evitar que la alternancia continúe en el futuro. Se entiende. Muchos políticos buscan la forma de perpetuarse en el poder, ya sea en reelecciones o a través de sucesores que continúen sus estrategias. Las reformas electorales que ha planteado el mandatario buscan disminuir la posibilidad de un triunfo de la oposición en 2024 o en los comicios posteriores. Para eso lo más importante es tener consejeros y magistrados electorales que abiertamente defiendan a la Cuarta Transformación.
No será fácil lograrlo, pero el presidente entiende que para perpetuar su legado es importante cambiar las reglas que han permitido la alternancia. Es una de sus prioridades.
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