La encomienda de Margarita García Robayo
Literatura

La encomienda de Margarita García Robayo

Pensamientos incisivos como base narrativa

Podría decirse que La encomienda de Margarita García Robayo trata de las relaciones familiares, de diferentes maternidades, sobre la amistad o sobre migrar lejos de casa, de la precariedad del oficio de escribir o de los sucesos inesperados que evidencian lo endeble del refugio que supone la rutina. El tema central también puede ser las problemáticas entre vecinos condóminos o de la necesidad de engendrar para perpetuarse. Incluso, alcanzaría para ser una historia de fantasmas, pero no de los blancos que arrastran cadenas y se lamentan, sino de los que nos rondan en la cabeza y nos persiguen siempre. Esta historia logra enlazar varios temas que proponen reflexión a través de 192 páginas.

La encomienda, es la última y más reciente novela de la escritora colombiana Margarita García Robayo, en la cual ofrece una escritura ligera, pero a la vez llena de complejidades y matices, tal como la vida misma.

Las capas que envuelven la historia

La novela es narrada por su protagonista, cuyo nombre no se menciona. Vive sola en un departamento en Buenos Aires, a cinco mil trescientos kilómetros de distancia de su país de origen, trabaja escribiendo para una agencia de publicidad donde conoció a su novio, Alex, y de vez en cuando cuida, muy a su pesar, a su pequeño vecino de seis años, mientras su madre dobla turno trabajando. Es cínica y honesta y entren sus planes está obtener una beca para estudiar en Holanda, pero tal como sucede previo a los acontecimientos importantes de la vida, ella no sospecha que todo puede estar a punto de cambiar. Este es el resumen corto y sencillo, sin embargo, García Robayo compagina cada hecho con los pensamientos de la protagonista, mismos que van formando capas que recubren su historia y hacen que los temas sean diversos; cada situación, cada interacción con los personajes devienen en introspecciones viciosas, cuestionamientos o memorias que reconstruye de su infancia.

Le da cuerpo y volumen a cada pensamiento. Un ejemplo: “Imagino mi cabeza hospedando lombrices largas que se dan golpes contra las paredes: que crecen despacio y desmesuradamente; que se enrollan en si mismas para ocupar más lugar. Las he dejado estar ahí durante años, deseando que el tiempo les pase por encima y las aplaste. Pero el tiempo no ha sido más que un fermento. Un día las lombrices van a brotarme del cuero cabelludo como una medusa”.

El argumento del texto se sostiene con los paquetes que recibe la protagonista, enviados por su hermana desde una ciudad que podría situarse en alguna costa caribeña. En algunos países de Latinoamérica a este tipo de paquetes les llaman encomiendas: cajas que contienen cosas de casa para reconfortar al que se ha ido de ella. Las que recibe la protagonista contienen fotografías de su familia, dibujos que mandan sus sobrinos y comida que, como es obvio, por la distancia, siempre llega en mal estado.

Un día, arriba al departamento de la protagonista, la caja más grande de todas las que su hermana ha enviado; esta contiene algo inusual que dará a la trama tintes inquietantes, causando confusión sobre si lo que se narra está en la realidad o es parte de lo que habita en la cabeza de la voz de la narradora.

La escritora que mejor escribe sobre intimidad

Creo que es la mejor persona que escribe sobre la intimidad”, dice Mariana Enríquez en la contraportada de Primera persona, un ensayo de García Robayo donde explora sus propias experiencias de su crianza, adolescencia y maternidad. También en sus anteriores novelas Lo que no aprendí y Tiempo muerto, reflexiona sobre lo íntimo con temas como el de la memoria, el duelo y el final de las relaciones de pareja. Ahora, en La encomienda, la autora nos invita a cavilar sobre las relaciones familiares, desromantizando el mito del poder de los lazos sanguíneos y cuestionando el mandato de lo que se supone deber ser familia: “Mi teoría supone que la conciencia del vínculo basta para convencer a las personas de que el parentesco es un recurso inagotable; que alcanza para todo: unir destinos enfrentados, torcer voluntades, combatir deseos de rebelión, transformar mentiras en memorias y viceversa” … “Pero no alcanza, al contrario. El parentesco es un hilo invisible, toca imaginarlo todo el tiempo para recordar que está ahí.”, piensa la protagonista cuando practica el ejercicio de imaginar el hilo del parentesco para intentar sostener conversaciones con su hermana cada quince días por videollamadas. Pese a su tesis y de manera contradictoria, ella se sorprende al ver la forma en que parte de sus orígenes logran alcanzarla, a pesar de sus intentos de evasión.

El fantasma de la madre

Sin duda, el vínculo entre madres e hijos es el más sacralizado entre todos los parentescos. También puede volverse el más pesado y ser un grillete para anular voluntades ¿Cuántos huecos de la madre se convierten en abismos que luego constituyen a los hijos?, ¿Cuántos sacrificios de la madre en nombre de los hijos?, ¿Cuántos hijos que evitan reconocerse en la propia madre y huyen a modo de supervivencia? ¿Cuánto conocemos a la madre?, ¿Cuánto la madre conoce a los hijos? “Esta señora es mi madre, pero yo no recuerdo la sensación de ser su hija”, piensa la narradora cuando al verla, evoca recuerdos de su infancia y todo le viene a la memoria: la casa y los empleados que servían en ella, el pueblo en que creció, su hermana, su abuela, sus tíos y sus dinámicas. Pero de la madre sólo puede recordar el abandono, ese hueco hondo que a ella le dejó su ausencia. El relato no revela el motivo de la separación, pero la hija puede intuir que debió ser por algo que su madre llevaba por dentro, algo doloroso y paralizante a su vez; “Siempre tuve la idea de que su cuerpo alojaba una bandada de pájaros que aleteaban por salir y la rasguñaban por dentro”, piensa sobre su madre.

Ahora que el ser que le dio la vida se ha hecho presente repentinamente en su departamento, concluye al observarla: “Mi madre mira triste porque yo supongo que el mundo, por bello que sea, no le basta. Y ese hueco de no bastarle el mundo, de echar en falta algo que el mundo no será capaz de darle, es la tristeza”. Tal vez sea esa el tipo de reflexión hecha con empatía y compasión, que transforma la irritabilidad en madurez para dejar de padecer, según su amiga Marah, enanismo emocional. Pero a esta parte se llaga casi hasta el final de la historia. Mientras que en el desarrollo su la protagonista comparte su pensamiento ambivalente sobre su madre: “Esta ella, la que plancha en la terraza, y estoy yo, la que mira desde adentro; y está ese lazo invisible que a veces parece un invento, a veces un abrazo tibio, a veces una camisa de fuerza”.

Hay elementos que sugieren que el fantasma de la madre no sólo es algo metafórico, sino que cobra el sentido estricto de lo literal. Esto nunca se confirma en el relato, pero la forma en la que se hace presente y otros sutiles detalles como la apreciación de que la madre sólo es vista por su hija y por un niño, o que al bañarse el sonido del agua que cae en la regadera no genera el mismo ruido de choque, convierten la novela en un híbrido psicológico.

Indudablemente, esta y el resto de las novelas de la autora son un goce que alimenta. El lenguaje de Margarita García Robayo es bello, fresco, liviano, y a su vez, contundente y poderoso. Cada frase y cada párrafo de su escritura intervienen en los pensamientos del lector durante y después de la lectura.

Su capacidad de escudriñar temas complejos para develarlos de manera elegante con su puma, y a su vez, tomar elementos de la cotidianidad para complejizarlos, permite a los lectores tomar su escritura como un artefacto que refleja sus propias realidades.

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