La gran novela de Vicente Alfonso La sangre desconocida reposa en uno de mis libreros ofreciendo a la vista su lomo. Llama la atención que entre el título más un adorno caligráfico y el nombre de la editorial sólo diga Alfonso, para identificar al autor. El detalle atrae porque el apelativo de la persona está en relación con su presente y su futuro; su presente de fama y su futuro de gloria terrenal. Es ésta una de las enseñanzas del Renacimiento italiano.
La búsqueda de la fama, de la gloria terrenal, ya no de la gloria indemostrable que ofrecía la religión, es otro de los legados del Renacimiento y su humanismo. Considerado así el tema, se podrían diferenciar los dos términos: la fama será un fenómeno sincrónico en tanto es una conquista que acompaña la vida del famoso; la gloria será fenómeno diacrónico ya que lleva el nombre del laureado por la trascendencia secular.
La fama, dulce o amargo reconocimiento que otorgan las comunidades, seduce como los cantos de sirena que pudieron atraer a Odiseo. Es potestad de la fama enamorar aunque algunos la traten con indiferencia y aunque otros la pretendan con o sin fortuna. Por ello, en algún momento de su vida, ciertos espíritus convierten a la fama en su razón de ser; ha inducido actos tan importantes como nefastos; acciones tan notables como loables.
En la comedia La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón, para conquistar a una mujer, Don García teje una red de mentiras. Su escudero le previene que por ello se puede convertir en objeto del rumor, de la murmuración burlesca. Don García se justifica: Ser famosos es gran cosa / el medio cual fuere sea. / Nómbrenme a mí en todas partes / y murmúrenme siquiera / pues uno por ganar nombre / abrasó el templo de Efesia.
Los renacentistas ya habían puesto la muestra: sin complejo de inferioridad inhibitorio ni falsa modestia dedicaron parte de su vida a ganar fama, tenían conciencia de su genio. Dante el primero, se ubica a sí mismo junto a Homero, Horacio, Ovidio y Lucano cuando junto con Virgilio los encuentra en el canto IV del Infierno: “fui el sexto entre los cinco sabios”. (Si ch’io fui sesto tra cotanto senno.)
Más adelante, en el canto XV del Infierno, le agradece a otro autor que le hubiera enseñado “cómo se inmortaliza el hombre”. (M’insegnavate come l’uom s’eterna.) La fama, pues, es referencia recurrente en la Divina Comedia. En el siguiente canto, un compatriota le expresa un buen deseo: “después de tus días la fama te sobreviva”. (E se la fama tua dopo te luca.)
La fama motora aparece también en el canto XXIV donde Virgilio lo estimula precisamente con el apetito de la fama: “Fuerza es que en lo sucesivo sacudas esa desidia […] porque ni entre mullidas plumas ni bajo doseles se adquiere fama; y el que sin ella consume su vida, el mismo rastro deja de sí en el mundo que el humo en el aire, o la espuma sobre las aguas.”
En la tercera de las partes de la Comedia, el Paraíso, Dante menciona su aspiración a ser coronado con el símbolo de la gloria e invoca a Apolo para “llegar a tu árbol predilecto y coronarme yo mismo con el laurel que […] habré de merecer”. (E coronarmi allor di quelle foglie / Che la materia e tu mi farai degno.)
Como Dante, el grandísimo, otros dos de los muy grandes humanistas italianos –Petrarca y Boccaccio– pretendieron la fama sin falsa modestia ni humildad y al contrario, con la conciencia de ser hombres sobresalientes, valiosos en tanto usaron de modo superior sus cualidades humanas.
Si Eróstrato incendió el templo de Efeso para que su nombre trascendiera, sin duda es mejor trascender mediante aportaciones maravillosas como hicieron en el Renacimiento italiano cuya mayor aportación es haberle reintegrado a la humanidad la confianza en sí misma, es decir, ya no depositarla en divinidades metafísicas.
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