“Yo pensaba en él. Como cuando miras a un animal muerto y en seguida quitas la vista porque es desagradable, pero vuelves a mirar porque lo que has visto no lo ves siempre. Porque no sientes esa repulsión todos los días y quieres conocerla más y saber de dónde viene”. Este poderoso anzuelo proviene de La carne, último de los relatos que forman La impronta de los patos sin plumas, libro de cuentos de Sinead Marti publicado en 2020 por la Secretaría de Cultura del Estado de Hidalgo. Un migrante desesperado por abandonar su tierra pero atado a ella por una maldición de profundas raíces. Una estudiante que se involucra en una turbia relación con su profe de biología y, al hacerlo, recrea un traumático evento de su infancia. Un hombre que se esmera en mantener vivo a su padre al tiempo que busca las claves de su pasado asistiendo al nacimiento de terneros. Una mujer cuyo trabajo consiste en desplumar aves vivas…
Pachuca es hoy una prolífica cuenca literaria. Con nombres como Alfonso Valencia, Julio Romano, Christian Negrete, Eduardo Islas Coronel, Anaíd Gálvez, Rafael Tiburcio, Claudia Sandoval, Luis Arístides y Renata Uribe, un auge literario como ese no se da por generación espontánea: buena parte se debe al trabajo de talentosos maestros como Diego José y Agustín Cadena, dado que no pocos entre los nuevos valores han pasado por sus talleres. Otro factor son los premios estatales de literatura Efrén Rebolledo (de poesía) y Ricardo Garibay (de cuento), pues estimulan a los jóvenes a terminar y concursar sus proyectos, y además, al publicar los libros ganadores, van conformando una valiosa colección.
Es el caso del libro que motiva esta reseña: La impronta de los patos sin plumas obtuvo el Premio Ricardo Garibay en 2019. Basta leer cualquiera de los cinco cuentos para saber por qué. Destaca la habilidad de la autora para encontrar historias que merecen ser contadas y que involucran a los personajes humanos con vacas, cebúes, cerdos y patos. Animales en situaciones dolientes y, a menudo, de muerte. Así, hay en este libro reminiscencias de los antiguos bestiarios, pues si en la edad media aquellas obras eran un referente moral que develaba los simbolismos ocultos en los animales, el libro de Sinead Marti hace lo mismo pero no para dictar moralejas, sino para echar luz sobre las miserias éticas de nuestro tiempo.
Ejemplo de esto el cuento que le da título al libro y que ocurre en una granja de producción de plumas. Marti no escatima detalles para revelar la brutal forma en que se despluma a las aves causándoles dolor y sufrimiento. “El animal no debe morir hasta cumplir la cuota de plumas que se le exige a su corta y penosa vida”, escribe. Pero hay más: si el maltrato animal nos indigna, también nos cimbra ser testigos de las condiciones en que laboran las empleadas de esas granjas: “todas trabajan mirando hacia el suelo, evitando ver a los ojos de cualquiera. Nadie viene del mismo lugar. Todas rezan a dioses diferentes y lloran por distintas desgracias”. Desolladas emocionalmente, las empleadas no tienen mejor suerte que las aves a las que despluman.
En el mismo tenor va Ojos de cebú. Moisés, el protagonista, lucha con un historial de culpa y maltrato que deriva de un hecho funesto: su madre murió en el momento de darle a luz. Atrapado en un laberinto de emotividades, la misión del personaje es cuidar a su padre, un anciano de noventa y tres años que no puede valerse por sí mismo. Pronto descubrimos que no lo hace por piedad.
La impronta de los patos sin plumas es el magnífico primer libro de una autora que, como toda gran escritora, no teme hurgar en la carroña: sus trabajos destacan por su lenguaje contundente y por sus destrezas técnicas, sí, pero sobre todo por su habilidad para plantarnos frente a situaciones límite de las que nadie sale ileso.
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