FOTOS: Eduardo Ruiz
El desierto es hermoso. Quien lo habita
lleva sus reverberos en el alma.
Adela Ayala.
Llegó a Torreón por primera vez el 15 de septiembre de 2010, en el aniversario número 103 de la ciudad. Luisa Reyes Retana (Ciudad de México, 1979) bajó del autobús y el calor de la región le tocó el rostro. Percibió una pesadez en el aire, el rastro de un entorno violento. Ese año sucedieron las masacres de los bares El Ferrie y Las Juanas, así como de la Quinta Italia Inn. A pesar del telón de plomo, la escritora reconoció otros rasgos en los laguneros: sonrisas, gestos de vida, expresiones resilientes. Tuvo claro entonces que debía escribir una historia. “Sentí que en La Laguna había una vocación por la alegría muy potente, muy especial”.
Regresó en 2017. Estaba en deuda con su yo adolescente que escribía poesía sin un espacio dónde publicar. Ese déficit sólo podría saldarlo la palabra. Así recorrió las aceras, degustó platillos locales, registró datos históricos, conoció personas y escuchó testimonios. Notó el eco de la violencia en la oralidad colectiva y, en ella, el léxico de las mujeres adolescentes: chicas perspicaces, astutas, brillantes; la ficción que buscaba comenzó a tomar forma a partir de la realidad.
La novela Tu lengua en mi boca (Literatura Random House, 2022) es una oda a Torreón y a la adolescencia femenina. Con la herida del terremoto de 1985, Berta, la protagonista, viaja desde Ciudad de México a la Zona del Silencio para cumplir una promesa a su tía fallecida. El azar interrumpe su misión y la estaciona en la Comarca. En medio del sismo personal, se encuentra con un grupo de chicas que suelen reunirse en un terreno baldío a leer poesía por las noches alrededor de una fogata. Esas voces le devuelven las ganas de vivir.
Las mujeres tienen lectura crítica, cuestionan al canon de la poesía latinoamericana protagonizada por hombres. Los versos de Nicanor Parra y Jaime Sabines son los primeros en ser confrontados. Para Berta, acercarse a las jóvenes no será nada fácil. Intentará compartirles textos, hacerse su amiga. En ese ámbito se le tratará como extranjera y deberá hacer méritos para ganar confianza. Aquel baldío se convertirá en territorio intangible cuando Berta logre bautizar al grupo como las M45, el nombre científico dado a la constelación de las Pléyades.
“Toma su nombre de la mitología griega, en la cual unas hermanas huían corriendo de un acosador (Orión). Entonces suben a un cerro y el cerro crece para salvarlas y las convierte en una constelación”.
Lunes 5 de diciembre de 2022. 18:00 horas. Las raperas Niffer y Sarah Disturbio toman el micrófono en el auditorio de Museo Arocena. Afuera, el latido de Torreón retumba en la percusión de las tamboras y los guajes de las danzas que peregrinan sobre la avenida Juárez. Luisa Reyes Retana presentará su novela en la ciudad. Atenta escucha el rap de las artistas, el cual fue compuesto a partir de la lectura de su obra. Se emociona, siente el ritmo, graba el acto con su teléfono celular y al terminar aplaude. El gesto la ha conmovido.
En el diálogo es acompañada por Aldo Valdés y la editora Ruth Castro, quienes detallan la morfología del proyecto. La autora relata el proceso y enfoca el origen hasta su propia infancia. Comenta que su padre fue ferrocarrilero y sus historias en el patio ferroviario conformaron las primeras que escuchó de Torreón. Le hablaba también del Puente Plateado y cómo su estructura de metal cruzaba la nada del río Nazas. Por tal motivo, algo en ella reverbera en cada visita a La Laguna.
En la novela, Babis es el contrapunto de Berta. Se trata de una joven rebelde, contestataria, que lo cuestiona todo. Reyes Retana siente que existe una Babis en cada ser humano. En su caso, la suya habita “más aplacada”, pero la lleva consigo. Lo mismo pasa con las otras mujeres que protagonizan la ficción. Se dedicó a escribir una historia sobre ellas, renuente a la visión patriarcal. De alguna forma ha sentido las emociones que hablan en el libro, pues los versos que escriben las chicas poetas son los mismos que ella no pudo publicar cuando era adolescente.
“Es una novela llena de referencias. Se llama Tu lengua en mi boca porque en realidad se debe a la poesía, a la capacidad que tenemos de transferirnos”.
¿Por qué hacer una oda a la adolescencia femenina y tomar a Torreón como el lugar donde se desarrolla esta historia?
Es curioso. Yo tenía ganas de escribir sobre mujeres, de escribir sobre el norte del país, sobre adolescentes, sobre poesía. De pronto no es la mejor idea echar todo a la licuadora, picarle y revolver; puede salir un Frankenstein. Pero, en este caso, me parece que se alineaba perfecto el norte, la adolescencia, las mujeres y la poesía, porque me parece que las mujeres muy fácilmente caemos en etiquetas grandotas y eso es un cajón del cual es muy difícil salir. Siento que las mujeres del norte están en un cajonsote de muertas y, en el mejor de los casos, como trabajadoras de la maquila. Y lo que he visto en Torreón desde que he venido, ya hace más de diez años, no es eso. He visto a chavas potentes, jóvenes, viejas, en el sector cultura, en el sector industrial, de todos los giros, haciendo sus vidas, haciendo vidas envidiables, con índices de felicidad altísimos. La pasan muy bien, son aguerridas, son originales, divertidas, en fin, he conocido mujeres muy especiales aquí. Entonces, entre la fantasía de mi propia adolescencia, que yo viví en un espacio cuidado en la Ciudad de México, bastante incomprendida, con muchas ganas de leer poesía, literatura que me permitía pensar en otros mundos. Y sentí que no era una idea peregrina alinearlas, mi fantasía y todo.
¿De qué manera concebiste el proyecto de este relato?
Mira, cuando vine por primera vez después de aquella ocasión que te platico de 2010, tiene que haber sido 2017 o 2018, vine en busca de esta historia y le pregunté a algunas colegas si conocían a alguien en Torreón para que me pudiera pasear, para que yo pudiera conocer el Museo Arocena, el teleférico, las nieves famosas de Lerdo. Me presentaron a un chavo que me paseó por toda la ciudad, estuvo espléndido y la librería El Astillero también la conocí. Entonces, dije: “Bueno, voy a tener que usar mi imaginación, porque no he conocido a la gente que necesitaría, pero me gusta el espacio para una historia de mujeres”. Todavía no sabía que iban a ser adolescentes, todavía no sabía que iban a ser poetas chavitas, esas cosas las tomé después. Y ese día —ya sabes, porque las cosas luego son así— Aldo Valdés, que va a presentar hoy la novela, invitó a su casa al colega que me estaba paseando, a tomarse unas cheves. Me les pegué y conocí a Aldo y conocí a Ruth Castro. Estos dos personajes me abrieron el Torreón que yo necesitaba. Me contaron todo el episodio violento, cómo crecieron, cómo vivieron sus juventudes, sus adolescencias, cómo estaban confinados a fiestas en casa, no tenían la experiencia del antro ni del bar, en esas épocas no se salía así. Todo mundo obsesionado con la violencia, eso me llamó mucho la atención, era el tema, el tema central de toda conversación… pleitos por los detalles históricos, en fin. Les planteé mi proyecto y ellos me dijeron: “Nosotros nos encargamos”. Y me fueron llevando con la prima, con la sobrina que era súper rebelde, al bar Fauna. De veras, me sentía en un juego de Mario Bros encontrándome hongos que era necesario consumir para crear esta historia, y el final. Siento que todo el derroche creativo fue gracias a que Torreón me lo puso en charola de plata.
En la historia, Berta realiza este viaje porque le hace una promesa a su tía Ligia, quien en su juventud había viajado a la Zona del Silencio. ¿Qué peso ejerce la adolescencia de Ligia sobre el destino que Berta se escribe a sí misma?
Berta queda trunca. A los 18 años vive esta desgracia donde pierde a su familia y sólo sobreviven ella y Ligia. Los siguientes treinta años los dedica a los cuidados de su tía, de tal modo que no se crea una idea del universo ni de la vida adulta convencional. Yo diría más bien que es poco convencional; metida en su casa, dedicada a los cuidados de la tía, leyendo libros… y basa más sus deseos en fantasías que en posibilidades. Cuando su tía le dice lo de la Zona del Silencio, Berta no la tira a loca. No le dice: “Sí, sí, tía…”, y no le cumple. Respeta mucho a su tía Ligia y respeta mucho su fantasía adolescente, porque ella misma quedó trunca en esa época y la adolescencia significa para ella la vida entera. Cuando lleva los restos de su tía a la Zona del Silencio, este mero acto le despierta, le recuerda la importancia de sus propios deseos; empieza a conectarse con su pasado, con sus posibilidades. La muerte de Ligia representa para ella las posibilidades. Pero no piensa en una casa, en un marino ni en un carro, piensa en una aventura, piensa en la posibilidad del espíritu de vivir cosas inéditas. Al tomarse en serio esta petición de Ligia, las adolescentes se vuelven personajes en sus designios.
A Berta se le descompone el carro en el viaje. Haciendo una metáfora con el automóvil, ¿crees que estaba preparada para esa travesía?
Claro, hay dos maneras de que se te descomponga el carro: por mala suerte o por buena suerte, porque estaba visto. Ya habíamos dicho que en la Zona del Silencio se descomponen los carros. Todo apuntaba a que se le iba a descomponer el carro en algún momento, nada más que se le descompuso antes de tiempo. Era una chatarrilla que le había comprado a un vecino, era poco probable que ese carro pudiera llegar hasta el norte del país sin ningún problema. La descompostura del carro no es lo que pasaba originalmente en la novela. Originalmente, se sentaba en sus lentes, los destruía y ya no veía nada, entonces tenía que pernoctar en Torreón. Pero lo de los lentes después me resultó muy ajeno a la historia. Me gustó más la idea de que se le descompusiera el carro. Alguien decía, en una presentación reciente, que también tuvo la mala suerte de toparse con el peor mecánico de Torreón, porque no le componía el carro. Y yo le decía que en Torreón no necesariamente hay piezas de un coche del año del caldo. En fin, sí, sí está conectado.
Cuando Berta descubre a estas jóvenes leyendo poesía, ¿qué crees que se apertura en su vida?, ¿qué ventana se abre dentro de ella?
Pienso que recupera las ganas de vivir, recupera la emoción por la vida y confirma su sospecha de muchos años de que, la poesía, en su caso concreto, es un espacio habitable, un lugar donde puede estar. Y ese lugar es el que ella siempre ha habitado, pero sola, y cuando las ve a ellas, se da cuenta de que lo puede habitar con otres.
Tú misma tienes una relación interesante con la poesía, incluso tu papá te hacía recitar a Rubén Darío de chica. Los poemas que están en la novela son tuyos, escritos en tu etapa adolescente. La poesía, como género y expresión, ¿cómo crees que se relaciona con la revolución, con la rebeldía de la adolescencia?
Me parece que la poesía es un lenguaje que no tiene reglas claras… o sí las tiene, pero se pueden botar por los aires, depende de dónde la miremos. Si pensamos en la poesía de Sor Juana, que es absolutamente reglamentada, ella oculta en estas reglas, que cumple con absoluta corrección, contenidos muy revolucionarios. O puede suceder lo contrario, que alguien escriba de manera muy libre sobre temas convencionales como el amor o la libertad desde una cierta perspectiva. Me parece que la poesía es un gran contenedor para el espíritu humano y me parece que el espíritu humano es esencialmente rebelde. No lo digo en el tono de destituir a la autoridad o cosas así, sino de vamos a darle codazos a las fronteras, vamos a ver qué tanto podemos estirar las cosas a lugares desconocidos. Me parece que el espíritu humano está todo el tiempo tratando de bailar con lo desconocido.
Otro factor relevante es esta especie de crítica que haces hacia la poesía tradicional, especialmente con Jaime Sabines y el poema “Los amorosos”, porque no hay amorosas. ¿Cuál es la importancia de que estas chicas, en la naturaleza propia de la adolescencia, se atrevan a cuestionar el discurso de este tipo de obras?
Me parece que estas nuevas adolescencias lo pueden hacer. Nosotros, por lo menos cuando yo era adolescente, leía esta poesía y la leía como si leyera el credo: una cosa que ya no tiene posibilidades ni de cuestionarse ni de cambiar y mucho menos de abandonarse. Estas chavas leen con desconfianza, con la voz crítica siempre a flor de piel, y eso no quiere decir que lo descarten en todos los casos, quiere decir que lo miran, que son capaces de verlo de frente y preguntarse: “¿Qué estaban tratando de decir realmente?”. Me gusta la idea de que, de algún modo, intuyen que hay otra poesía, una poesía que se acerca más a sus realidades personales. Pero también saben que hay que descubrirla, que esa poesía no está en la primera pantalla, está varias capas después. Primero tienes que leer lo que te enseñan en la preparatoria para que eso te lleve… y Berta se convierte en este portal hacia esa poesía.
Babis es un personaje que tiene mucha rebeldía. Cuéntame de ella, ¿cómo la fuiste construyendo y qué te aporta a la historia este contrapunto que tiene con Berta?
Bueno, todos los personajes fueron largos de crear. Recuerdo que las primeras versiones del libro se sentían como lugares comunes: “la rebelde, la seria, la chistosa”, y no funcionaban. Me di cuenta de que, como sucede con la gente, había que crearles toda la biografía desde su infancia hasta la relación con sus padres, con el dinero, con los espacios, con la vida, su relación con el trabajo, su situación personal, sus proclividades, sus deseos, etcétera… Su personalidad y su vida. Siento que Babis es una gente a la que conozco, siento que hay una Babis en la vida de todo mundo. Es una persona difícil de administrar, súper complicada, pero brillante y la quieres cerca, pero la necesitas lejos, pero… es este espíritu que se adueña de las cosas, como se dice en derecho: te da para comer, pero te quita el hambre, una mujer contradictoria, llena de ángulos por explorar. Y siento que para Berta, Babis es ese gatillo de inquietudes y de preguntas que le deja Verónica, su antigua amante, que desapareció como desaparecen muchas mujeres en la novela. Yo dejo anotado como una posibilidad romántica la de Babis y Berta, pero no sucede porque no es el asunto, más bien es que el lector decida si eso es una cosa que le importa o no le importa, pero entre ellas hay una química brutal, especial, que está dada por la poesía.
Retomando el tema de las preguntas y respecto a una idea que habita la novela, ¿consideras que ser escritora es tener siempre la pregunta en la punta de la lengua?
Sí, me parece que el ejercicio de escribir es el de narrar historias, principalmente. Una cosa que los humanos hacemos es contarnos historias, nos gusta consumirlas para entender el mundo. Los escritores narramos historias, pero no tenemos para nada la última palabra; la última palabra la tiene el lector. Llenamos las historias de duda y es en esa duda donde pende el lector durante su lectura, en esa curiosidad por lo que sigue y me pare que no existen textos que colmen esa curiosidad del todo, simplemente hacen preguntas más chiquitas, de una general a muchas particulares.
En estas temáticas que te interesan, cabe destacar que los personajes masculinos son muy pocos y no protagonizan la narrativa. La historia está protagonizada por la presencia y ausencia de mujeres.
Esta historia, en particular, no me pedía personajes masculinos protagónicos, sucedía en el ámbito de unas chavas viviendo su amistad y su sororidad, algo que en tiempos contemporáneos cultivamos mucho las mujeres. Por otro lado, me parece que en el arte, en las artes narrativas, en el cine, en la televisión y en los cuentos, es bien importante ser necias en ofrecer el punto de vista de las mujeres. No necesitamos ya contar más historias de mujeres vistas por hombres, esas ya se contaron mil cien millones de veces. Necesitamos contar historias de mujeres con la mirada de las mujeres. No son las mismas historias, no contamos lo mismo, no lo vemos igual. Estamos en un mundo de arte histórico narrado por hombres al que hay que hacerle un mundo equivalente, y estamos en pañales; hay que crear muchísima obra con esta mirada.
Al final de la novela dices que las personas se complementan con otras. Ligia, de alguna manera, vive en Berta e incluso Berta empieza a vivir dentro de Babis. ¿De qué manera te extiendes como persona hacia tus personajes?, ¿cómo vives en ellas o cómo viven ellas dentro de ti?
Qué buena pregunta, me gusta mucho. Quise escribir esta historia también porque son cosas que probablemente no voy a vivir. Mi adolescencia ya pasó, no soy lagunera, pero siento que me gustaría ser parte de esa historia y que si la escribo, de algún modo, de forma silenciosa, la protagonista soy yo también. Y soy un poco todas. Me siento muy Berta, me siento muy esa tía que fuma en la esquina. También me siento muy Babis, pero tengo a mi Babis más aplacada, porque ya soy más adulta. Muchas de las pulsiones de las mujeres que participan en la novela, las he sentido, las respeto, las conozco y me gustaría verlas en el mundo real. Por eso siento que, al crear personajes, estás hablando también de sus deseos, de tus frustraciones, de las historias que no has vivido. Gracias a esta novela tengo ahora una relación cercanísima con Torreón, con toda esta gente increíble. Mi corazoncito es lagunero y eso se lo debo a la posibilidad de escribir esta historia.
Esta novela, esta publicación, ¿de qué manera te ayuda a conectar con tu yo adolescente, con esa chica que escribió los poemas que integras a la historia?
Todo, es como si hubiera reivindicado a mi adolescente que no pudo publicar sus poemas en ninguna parte, como si le tirara un lazo y le dijera: “Te veo, te respeto, te tengo viva en mi corazón”; porque a los adolescentes los tratamos como ya, por favor, crece. Nos urge que salgan de esa etapa, y a mí me parece que esa es una etapa donde, todo lo contrario, deberíamos de procurar y mirar con respeto, admiración, cuidar y proteger. Son cosas que siento que ya la vida me quedó a deber, que ahora yo necesito para, en mi sano desarrollo intelectual y espiritual, retomar en mi propia vida.
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