“Uno de tantos miércoles llegó a Macondo y almorzó en la casa el rechoncho y sonriente Mr. Herbert. Nadie lo distinguió en la mesa mientras no se comió el primer racimo de bananos […] Los suspicaces habitantes de Macondo apenas empezaban a preguntarse qué cuernos era lo que estaba pasando, cuando ya el pueblo se había transformado en un campamento de casas de madera con techos de zinc, poblado por forasteros que llegaban de medio mundo en el tren, no sólo en los asientos y plataformas, sino hasta en el techo de los vagones”, se lee en el capítulo doce de Cien años de soledad, la célebre novela de Gabriel García Márquez publicada en 1967. En la obra del colombiano es posible identificar los rasgos de una de las principales etapas del desarrollo económico de América Latina: la caracterizada por el desarrollo primario-exportador.
La historia que cuenta la novela es ampliamente conocida: Macondo es un pueblo de pocos habitantes que al inicio viven aislados y después con mínimo contacto con el exterior. El descubrimiento de un producto agrícola atrae a un grupo de extranjeros que exportan ese producto, generando así un auge económico que atrae a una multitud de forasteros. Pero la bonanza no dura para siempre y, tras una serie de episodios marcados por la violencia (una huelga, dos matanzas) y los desastres naturales (el diluvio), la compañía abandona la región y el pueblo sufre un declive progresivo hasta que literalmente desaparece. Al concluir la novela resulta inevitable hacerse una pregunta: desde una perspectiva económica, ¿podría haberse evitado el colapso de Macondo?
Para analizar el auge de Macondo es clave un concepto acuñado por Carlos Díaz-Alejandro: la commodity lottery o lotería de los productos básicos, que alude “a la suerte a la que está sujeta la capacidad exportadora, asociada a la manera en que una dotación de recursos naturales se combina con los movimientos de la demanda internacional por determinado tipo de bienes en un momento dado”. En la lotería de los productos básicos, a Macondo le ha tocado uno de los principales cultivos a nivel mundial: el banano o plátano. Como ya se mencionó, en Cien años de soledad el descubrimiento de ese fruto por parte de Mr. Herbert es el factor que propicia una tumultuosa e intempestiva llegada de extranjeros y detona un auge económico.
Para América Latina la primera globalización, ocurrida entre 1879 y 1913, fue en efecto un período de rápido crecimiento económico basado en la inserción en la economía internacional. Como señalan en sus trabajos Bértola y Ocampo, se trata de un periodo caracterizado como de auge exportador. Se le llama era de las exportaciones, de desarrollo hacia afuera o primario-exportador, y se debió tanto a factores externos como internos. No es casualidad que en la novela el auge del banano o plátano sea propiciado por una de esas innovaciones en materia de movilidad: el ferrocarril. La presencia de este medio de transporte —que arriba a Macondo al final del segundo capítulo— significa el fin del aislamiento, así como la posibilidad de desplazar materias primas más rápidamente y a bajo costo.
En ese sentido, la ficción de García Márquez se pliega a la realidad: como han señalado ya muchos estudiosos —por ejemplo, Ana Pizarro—, la introducción de la compañía bananera “tiene una correspondencia histórica en la aparición de la United Fruit hacia finales del siglo pasado” [1899] y “el mismo ferrocarril que irrumpe abrupta y trágicamente en la vida de Macondo puede vincularse con la introducción tardía del ferrocarril en esa zona”.
Es tal el alud de cambios que esto acarrea que, ocho meses después de aquella comida, los antiguos habitantes de Macondo se levantan temprano a conocer su propio pueblo que se ha llenado de forasteros. “Miren la vaina que nos hemos buscado —solía decir entonces el coronel Aureliano Buendía—, nomás por invitar un gringo a comer guineo”.
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