Asesinar al rock es un lugar común. Lo ha sido desde 1959. En realidad, en aquel año los periodistas mataron a la música cuando el avión donde viajaban Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper se estrelló. Pero el rock es como un gato de siete vidas. Hierba mala nunca muere. Lo peor era negarlo. Así que en ningún momento me ha parecido conveniente hacerla de Jesús cuando resucitó a Lázaro. Cuando más aparecían asesinos del rock, no conseguía evitarlos. Mis viernes estaban vestidos de luto. En el Belmont se reunían varios nietzscheanos que no sólo habían declarado la muerte de dios. También la de Chuck Berry. En Durango aún hay rockeros. Pero no se sabe por qué. Unos días aparecen más amantes del sierreño que otros. Y a veces los hijos del reguetón. Lo mejor es eludir el tema. Pero se sabe que cuando uno acude al Belmont resulta imposible no hablar de música.
Así llegué un viernes después de clases a mi parroquia favorita. En soledad, meterme a una cantina no era buena idea. Porque se sabe que los practicantes del chisme musical siempre acaban de malacopas. Apenas abrí las puertas y me percaté de que los chichimecas estaban ahí. Lo que me recordó que en la clase de Historia Regional surgió ese apodo a causa de los xiximes. Ese grupo étnico era tan temido como en el salón lo fueron mis compañeros. El apodo se trasladó a la cantina para convertirse en el mote oficial de la banda. Toda plática en el Belmont resultaba en pleitos musicales. Y como nadie sabía mucho de rap ni de balada pop, los putazos eran a base de rock.
La charla entre los chichimecas me dio la bienvenida. Estaban listos para darme de garrotazos. Entonces pedí una victoria para abrir plaza. De pronto, cuando resonaron las puertas de toriles apareció el primer animal. Una tonelada de desprecio contra el rock. Y no por la muerte del rey Victorino, sino porque don Valle arremetía con toda su furia. Que dijo Gene Simmons que el rock ha muerto. Pocas personas aceptan tal aseveración.
Un día antes, el bajista lengua larga de Kiss había lanzado la sentencia. Pero no era la primera vez. Desde el año 2002 ha hecho lo mismo. Eso lo sabemos porque en el curso de Historia Cultural fue tema de discusión. Y don Valle lo trasladó a su salón favorito: el Belmont. De repente, escuché en mis adentros la canción de Panic Attack. Dream Theater a todo lo que daba en mi cerebro. Quizá la culpa era de Mike Portnoy que se había convertido en mi baterista revisitado durante el último mes. Esa noche no tuve escapatoria. Le hice frente a los aniquiladores del rocanrol.
He sorteado discusiones en las aulas del Instituto de Estudios Humanísticos como si hubieran sido altercados de cantina. Pero discutir en una cantina es más denso que contraargumentar a un colega en la academia. El volcán hizo erupción cuando Fidencio dijo que discutir sobre rock era de imbéciles. Estuve de acuerdo. No pasó lo mismo con Esgar y Yoni. Ellos comenzaron los manotazos. Típico: sólo dijeron que el reguetón era mierda. También maldijeron a Ramón Ayala. Y a sus bravos. Vomitaron cuando Chavita interpretó una de José Alfredo. Con la borrachera encima, adelanté una opinión: el rock no ha muerto, más bien, el rock ya fabrica rockstars. Y todos permanecieron impávidos. No seas puñetas, Lares, me increpó el primero. Luego abrió la boca Lucas Marcos: el rock es un invento de los negros para entretener a los blancos. Y don Valle se perdió en la oscuridad de sus pensamientos. Déjense de tonterías, replicó el niño Fidencio, cuando hablen de jazz estaremos en sintonía, finiquitó. Y una vez más la conversación terminó en nada.
No sé cuántas horas pasaron hablando de canciones y bandas. De subgéneros. De padres y madres del rocanrol. Intenté brincarme la barra para poner Rock And Roll All Nite de Kiss. Quería rendirle tributo a la lengua de Gene Simmons. Pero Chavita me interrumpió. Y se escucharon los primeros acordes de Purple Haze. ¡Puta madre! grité. Entonces todos enmudecieron. Chavita se había convertido en José Feliciano. Como en aquella legendaria presentación de Viña 1985, cuando el guitarrista y cantautor interpretó el tema de Jimi Hendrix. Me acosté sobre la barra. Entonces le dije al cantinero que me sirviera una victoria directa. Casi me atraganto. Y me perdí en el requinto.
Pinche Chavita se rifó. Si en algún momento de la historia verdaderamente el rock murió, estoy seguro de que después de esa noche revivió. Levántate y anda, dijo Salvador con su lira. La semana siguiente fue tema de conversación en cada clase. Empezó la leyenda de Chavita Hendrix en el Belmont. A pesar de todo, el profe don Valle nunca dejó de repetir las palabras de Gene Simmons. El rock ha muerto, jóvenes. Ese día, antes de terminar la clase, le dediqué a don Valle una canción de Rainbow: If You Don’t Like Rock N Roll.
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