La maldición de Pearl Jam
Nuestro mundo

La maldición de Pearl Jam

Nuestro Mundo

Cuando Boke, alias Jorge (médico y amigo), me invitó a ver a Pearl Jam al Palacio de los Rebotes, un concierto esperado por ambos que éramos adictos al gronch, a las botas doctor Martínez y a la cerveza, supe que no me podía rajar. Primero, porque estaba escrito en algún lugar sagrado que debíamos asistir a ese evento. Segundo, porque el universo conspiró para que nos cayera una lanita y permiso de nuestras morras. Éramos unas bestias domadas, pero al fin bestias. Bestias delirantes por aullar un tema como Black. La música está llena de personajes que se vuelven rockstars y convierten a sus grupis en seres desenfrenados, desquiciados, esquizofrénicos. Fanáticos como Boke y yo. Eddie Vedder era el dios de nuestra devoción, era nuestro Malverde. El gronch había muerto y nosotros sus fans lo habíamos asesinado. Pero como creyentes jamás desistimos y mantuvimos nuestra fe intocable.

Últimamente, he estado recordando aquél concierto y lo que ocurrió durante las horas anteriores y posteriores al chou. El caso es que por esos días yo mantenía un blog titulado Chilango en Duranyork. Corría el año 2005. La bitácora me había permitido conocer a otros blogueros del país, la mayoría avecindados en el Distrito Federal, otros en Tijuana y varios más regados por el resto del país. Entonces aproveché el viaje a la capital para reunirme con un par de ellos. No recuerdo sus nombres, pero ambos formaban parte de la Iglesia Batiana. Una pandilla de blogueros dedicados a bulear escritores. Un tal Heriberto Yépez era su principal cliente. Pero ese tema no cabe en este disco. Prosigamos. Cuando Boke Alberto y Yoni llegamos a la ciudad de México, quedamos varados por unas horas como ballenas afuera de la Central de Camiones. Perdí la memoria. Pero hay una fotografía que nos delata a los dos tirados junto a una vendedora de gordas. Aparecemos los tres de perfil, como si no hubiéramos posado. En el fondo se asoma un póster pegado en la pared. Anunciaba la presentación de Pearl Jam y su banda telonera: Mudhoney. La gordera se veía notablemente conmovida. Ahora que lo pienso fuimos afortunados. Vimos a dos de las bandas fundacionales del sonido de Seattle. ¡Joder!

El oráculo encontró a sus víctimas, nosotros fuimos sus elegidos. Nunca para buenos augurios, siempre para malos. Nuestro guía y amigo bloguero nos dijo que cayéramos temprano. Así que arribamos al metro Velodromo para comenzar el viacrucis. Extraviados entre los puestos de mercancía pirata, elegimos el más indecente para hacernos de un par de playeras. Cuando uno asiste a conciertos debe presumir. Nada mejor que una playera para lograrlo. Solo había lana para eso. No queríamos sacrificar el presupuesto destinado a las cervezas. Minutos después de entrar al recinto de los rebotes comenzó el ruido. Mudhoney nos ayudó a hacer gárgaras. Calentamos cuerdas vocales. Salud y fondo fueron las palabras más repetidas durante posteriores minutos.

Cuando salió Pearl Jam nos volvimos locos. Perdimos la cordura. Estábamos borrachos. Y nos pasamos un momento increíble. Cantamos las mañanitas porque Eddie lo pidió. Dijeron los periódicos que fue por el cumple de una anciana. No recuerdo. También aparecería el Hijo del Santo. Eddie se pondría la máscara y también una playera de la Decepción Mexicana de Fuchobol. Mi compa Boke cantó en español la versión de Frank Wilson, The Last Kiss. ¿Por qué se fue? ¿Por qué murió? Yo tuve que tararear el “ooooh, ooooh”. Hasta nos aplaudieron. Luego Animal, Even Flow, Given To Fly, I Am Mine. El repertorio no tuvo desperdicio. Si hubiera sido una pizza nos habríamos tragado hasta la orilla. La borrachera y el dolor nos alcanzó cuando comenzaron a tocar Black. Todo se desplomó. Fue una locura. Matt Cameron golpeaba con fuerza su batería, mientras Mike Mc Cready hacía lo propio con su guitarra. Después recuerdo que tocaron Yellow Ledbetter. Y para el final de la presentación la raza comenzó a repetir el grito de ¡México! ¡México! cuando Eddie Vedder se puso la playera del equipo tricolor.

Después del concierto fue un caos. Nos levantó un taxi. Fuimos a la Condesa para reunimos con los blogueros en algún bar. Charlamos del evento y continuamos brindando. Luego nos pitorreamos de los blogs y los blogstars y los escritores. Luego nos fuimos a un after. Era un congal situado sobre la avenida de los Insurgentes. La borrachera se convirtió en malacopa. Y en tiempos de guerra, los ebrios huyen. En la loquera me perdí. Al final, recuerdo que por alguna razón le grité a mi compa: ¡corre, Boke, corre! Y desaparecí del lugar. Corrí como un animal asustado que escapa de una jauría. Cuando llegué al hotel, Boke estaba ahí. Acostado. No paró de reír. Me convertí en su bufón. ¡Ooooh! ¡Ooooh!

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