El término propiedad intelectual abarca grandes dimensiones: el software que dirige nuestras vidas, las películas que vemos, las canciones que escuchamos. Pero también los algoritmos de calificación crediticia que determinan los contornos de nuestro futuro, la estructura química y los procesos de fabricación de fármacos que salvan vidas y todo un mundo de la mercadotecnia. Todos están bajo el manto de la propiedad intelectual. Las personas son invitadas, ya sea mediante severas advertencias en el empaque de discos Blu-Ray o mediante pronunciamientos sonoros de los directores generales de las empresas de medios, a cesar y desistir de hacer usos no deseados, ilegales o indebidos de dicha propiedad y no caer en la piratería, para mostrar el debido respeto a los derechos de los dueños de estas cosas. Pero, ¿qué clase de propiedad es esta? ¿Y por qué hay todo una corriente de pensamiento que busca abolir el término?
Jerga legal complicada
El término propiedad intelectual se usó por primera vez en una decisión legal en 1845 y adquirió peso formal en 1967 con el establecimiento de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), una agencia especializada de las Naciones Unidas que representa y protege los intereses comerciales de los titulares, de derechos de autor, patentes, marcas registradas y secretos comerciales. El uso omnipresente de la propiedad intelectual comenzó en la era digital de producción, reproducción y distribución de artefactos culturales y técnicos. A medida que apareció una nueva economía política, también lo hizo una nueva retórica comercial y legal. El término central en ese nuevo discurso, es una noción culturalmente bien vista y fácil de armar, pero hay razones para creer que se debería resistir a ella.
En un ensayo publicado en The Politics of Law (2010), Keith Aoki define que los derechos de autor protegen "obras originales como libros, música, esculturas, películas y aspectos de programas informáticos" que están "incorporados o fijados en un medio tangible". Esta protección no requiere que una obra sea completamente nueva y se extiende sólo a sus aspectos originales, a una expresión particular... no a las ideas subyacentes, y no a obras similares o creadas independientemente. Bajo el paraguas de la ley de derechos de autor hay expresiones originales y concretas, no ideas: la misma historia y la misma idea de guion pueden generar muchas películas distintas, por ejemplo. Entonces hay patentes, que cubren invenciones, manufacturas, composiciones de materia y procesos nuevos y útiles llevados a la práctica por los inventores con requisitos rigurosos de materia, novedad, utilidad y no evidencia. Las patentes protegen los inventos realizados y las ideas en gestación; por ejemplo, aquí hay un nuevo método para recolectar agua de lluvia, y esta es una máquina que hace precisamente eso. Mientras tanto, las marcas registradas protegen a los consumidores de errores, confusiones y engaños sobre las fuentes de los productos comerciales: la G en Gucci, la gorgona de Versace o un empaque distintivo de Dior. Finalmente, están los secretos comerciales, o información secreta que confiere beneficios económicos a su titular y está sujeta a los esfuerzos razonables del titular para mantener su secreto.
Cada régimen tiene una justificación de política pública: la ley de derechos de autor incentiva la producción de obras creativas, que pueblan el dominio público de la cultura. Las leyes de patentes permiten que los inventores y los usuarios se beneficien de las ideas originales divulgadas en una solicitud de patente y tiene como objetivo hacer que la investigación y el desarrollo sean económicamente viables mediante la inversión en nuevas tecnologías y productos. Las leyes de marcas registradas protegen a los clientes al informarles que su proveedor preferido, y no un fabricador de calidad inferior, es la fuente de los productos que están comprando. Los titulares de derechos de autor y patentes obtienen una renta de monopolio de la materia protegida, o de su expresión concreta, durante un período limitado. Esta exclusividad limitada tiene por objeto fomentar la producción adicional de expresiones e invenciones originales al proporcionar materias primas para que otros creadores y empresarios las desarrollen.
Detractores y nueva semántica
Los medios y la tecnología han sido moldeados por estas leyes y muchos artistas y especialistas afines al arte deben su sustento a tales protecciones. Pero recientemente, en respuesta a las nuevas formas en que la era digital facilita la creación y distribución de productos científicos y artísticos, se han cuestionado los fundamentos de estas protecciones. Quienes piden reformas, como los profesores de derecho Lawrence Lessig y James Boyle, los defensores del software libre como Richard Stallman y los estudiosos del derecho y la economía como William Landes y el juez Richard Posner, preguntan: ¿la propiedad intelectual es el mismo tipo de propiedad que los bienes tangibles, y las protecciones legales para estos últimos son apropiadas para los primeros?
Stallman señala que las leyes de derechos de autor, patentes, marcas registradas y secretos comerciales fueron motivadas por consideraciones muy diferentes. Sus propósitos previstos, los objetos cubiertos y las restricciones permisibles varían. De hecho, el conocimiento de un cuerpo de leyes rara vez se traslada a otro. (Una confusión común es imaginar que un objeto protegido por un área de la ley en realidad está protegido por otra: Coca-Cola está protegido por la ley de marcas registradas, no por la ley de derechos de autor, como parecen pensar muchos consumidores).
Tal diversidad hace que la mayoría de las declaraciones generales usando propiedad intelectual sean falsas. Hay una afirmación común, que la propiedad intelectual promueve la innovación: en realidad, esto es cierto sólo para la ley de patentes. Las novelas y las obras de arte están protegidas por derechos de autor, incluso si son fórmulas, y los derechos de autor sólo incentivan la producción de nuevas obras como bienes públicos, al tiempo que permiten a los creadores ganarse la vida. Estos derechos limitados no abordan las innovaciones, lo que también se aplica a las leyes de marcas registradas y secretos comerciales. Crucialmente, la propiedad intelectual se preocupa únicamente parcialmente por recompensar la creatividad. Se necesita mucho más que creatividad para hacer una invención patentable, explica Stallman, mientras que las leyes de marcas registradas y secretos comerciales son ortogonales a la creatividad o su fomento.
Pecados de autor
Un término general es útil sólo si incluye conceptos relacionados, de tal manera que se agrega valor semántico. Si la comprensión no aumenta con el término generalizado elegido, entonces no debería usarse. Una afirmación común como “me robaron mi propiedad intelectual” es singularmente poco informativa, ya que el término general propiedad intelectual oscurece más de lo que ilumina. Si se alega una infracción de derechos de autor, tratamos de identificar la expresión concreta sujeta a derechos de autor, la naturaleza de la infracción, etcétera. Si se alega una infracción de patente, se verifica otro conjunto de condiciones.
La generalidad extrema fomentada por la propiedad intelectual oscurece las áreas específicas de controversia creadas por los diversos regímenes legales. Quienes debaten sobre la ley de derechos de autor se preguntan si debería permitirse la copia de trabajos académicos; la ley de patentes es irrelevante aquí. Quienes debaten sobre la ley de patentes se preguntan si las empresas farmacéuticas deberían tener que emitir licencias obligatorias para medicamentos que salvan vidas en los países pobres; la ley de derechos de autor es irrelevante aquí. El “uso justo” se impugna en litigios de derechos de autor; no existe tal noción en la ley de patentes. Clasificar estas diversidades bajo el término propiedad intelectual ha inducido a un terrible error intelectual: una sobre generalización fácil y engañosa.
Entonces, ¿por qué sigue en uso la propiedad intelectual? Porque tiene valor polémico y retórico. Su despliegue, especialmente por parte de un propietario putativo, es un incentivo poderoso para cambiar la posición de uno en un argumento de política. Una cosa es acusar a alguien de infracción de derechos de autor y otra acusarlo de robo de propiedad. Lo primero suena como un tecnicismo legalmente resoluble; lo último suena como un acto inequívocamente pecaminoso.
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