Viaje en busca de la crónica
Nuestro mundo

Viaje en busca de la crónica

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En su célebre manual de Periodismo escrito, Federico Campbell atribuye a la crónica la cualidad de ser él más literario de los géneros periodísticos. No pocas veces me enredé en debates con mi maestro respecto a este difícil género que a ambos nos apasionaba. Él me escuchaba con paciencia y luego me pedía que volviéramos a lo básico. A la definición de crónica. Yo hurgaba aquí y allá en busca de precisiones, de ejemplos de crónicas excelsas, de reflexiones destiladas por quienes durante décadas han ejercido el oficio con maestría: de Bruce Chatwin a Juan Villoro, De Tomás Eloy Martínez a Elena Poniatowska, de Fernando Jordán a Leila Guerriero. Campbell me sugería que, de todo, fuera tomando notas. Y así lo hice. De aquellos apuntes nació un breve ensayo que, sin avisarme, Campbell incluyó en la más reciente edición de su manual atribuyéndome el crédito de lo que en realidad, fue un aprendizaje guiado por él.

Pero no es fácil definir qué es y qué no es una crónica. Algunos utilizan como un mal sinónimo la expresión “nota de color. Otros responden lo mismo que san Agustín cuando le preguntaban qué era el tiempo: Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quisiera explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Y es que la crónica incorpora toda clase de rasgos ajenos, quizá porque no ha quedado del todo establecido cuáles le son propios. ¿Cómo diferenciar entonces la crónica del reportaje, de la nota de color, del testimonio, del ensayo o de la nota informativa?

José Miguel Oviedo ha dicho que es un “género camaleónicoque tiende a adoptar la forma que le place. Álex Grijelmo advierte que es probablemente el género más difícil de dominar, que se distingue de la noticia porque incluye una visión personal del autor y que toma elementos de la noticia, del reportaje y del análisis. Linda Egan, a su vez, dice que por una parte la crónica reclama ser un género-verdad que pertenece al campo del periodismo. Al mismo tiempo, el uso ostentoso que hace de la técnica narrativa la alinea con el terreno de la escritura creadora”.

¿Cómo reconocerla entonces? Si no por sus armas, quizá por sus propósitos. Ya que es un género periodístico, podemos afirmar que tiene la verdad como compromiso esencial. Pero al lugar común que etiqueta al buen periodismo como veraz y objetivo, la crónica opone un periodismo abiertamente subjetivo.

¿Qué quiere decir esto? Sabemos que la realidad ocurre al menos dos veces: en el mundo de los hechos y en el mundo de los testigos. Como en el célebre cuento de Akutagawa, Rashomon, los hechos ocurren de manera distinta según el punto de vista de quien haga la reconstrucción de los mismos. En la nota introductoria a Safari accidental, Juan Villoro nos recuerda que incluso las cámaras de televisión son proclives a la discrepancia: un futbolista está en fuera de lugar en una toma y en posición correcta en otra”. Así pues, la noción de verdad con la que puede trabajar el cronista es una verdad limitada, una visión personal: no la suya, sino la del testigo.

El testigo es la persona entre los hechos y la forma en cómo éstos están contados, nos dice Julio Villanueva Chang. Así pues, el cronista presta su voz para transmitir una verdad ajena: intenta contar lo que otro u otros vieron. Pero hay distintos grados de acercamiento hacia lo real. Por eso, quien redacta una crónica debe aclarar qué tipo de acceso tiene a los hechos: si narra desde adentro (es decir, desde el conocimiento) o desde afuera (desde el desconocimiento y la incomprensión). En algunos casos, el cronista intenta ponerse en el lugar del testigo: el periodista alemán Günter Wallraff se hizo pasar por un inmigrante dispuesto a hacer trabajos peligrosos e insalubres, y el resultado fue un libro de crónicas titulado Cabeza de turco. Un caso similar es el de la periodista francesa Florence Aubenas, quien fingió ser una mujer sin experiencia laboral para trabajar como limpiadora en un transbordador del canal de La Mancha, y de su experiencia publicó El muelle de Ouistreham.

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