Whiplash: Música y obsesión
Cine

Whiplash: Música y obsesión

Viaje frenético y tóxico hacia el éxito

En 2014, el joven director y guionista Damien Chazelle irrumpió en la industria cinematográfica con una de las mejores películas del siglo y la que, siendo su segundo largometraje, lo catapultó a las grandes ligas del cine, acumulando participaciones en diversos festivales, nominaciones por doquier y una constelación de reconocimientos, que serían los primeros premios de su naciente carrera: Whiplash: música y obsesión.

Se trata de una obra madura y potente, dirigida por un muchacho de apenas 30 años, qué llegó a ser nominada a Mejor Película en los Premios de la Academia, compitiendo codo a codo con Birdman (la ganadora de ese año), El Gran Hotel Budapest, La teoría del todo, entre otras.

La historia de esta película surge de la misma experiencia de vida de Chazelle, que fue estudiante de batería y aficionado del jazz, por ello la autobiografía está presente. Pero, ¿qué es lo que la hace ser una cinta tan bien valorada? ¿Por qué un relato sobre un estudiante de batería y su mentor pudo llamar la atención de la audiencia y la crítica? ¿Por qué el título elegido para Hispanoamérica (Whiplash: música y obsesión) logra conceptualizar a la perfección su esencia? Las respuestas no son un misterio, están ahí, revoloteando junto a los acordes jazzísticos y el pulso vibrante de la batería.

BATERÍA, RITMO Y PULSO: LA MÚSICA

No cabe duda que la temática central de la película gira entorno a la música y, específicamente, el jazz. Whiplash es una obra que expele musicalidad desde el primer minuto de metraje hasta que aparecen los créditos, no hay momento en que, como espectador, no se sienta que se está en un ir y venir, en un subir y bajar de ritmos envolventes que traspasan la piel. Es música que se transmite por imágenes, como también, obviamente, por una banda sonora deliciosa y perfectamente trabajada para llevarte en un viaje melódico. Aquí la primer gran fortaleza de la obra: todos los aspectos técnicos están trabajados de forma tan pulcra que pareciera una partitura musical seguida al pie de la letra, pero al mismo tiempo, estos elementos cinematográficos se entrelazan en un frenético y ordenado caos que entrega intensidad, ritmo y energía como si fuera una improvisación de jazz.

Por nombrar algunos de estos aspectos técnicos, el trabajo de cámara es fantástico, usando los enfoques necesarios para marcar tensión o emociones en los protagonistas, como también para dar cuenta de las jerarquías y choques de poder entre ellos. Un ejemplo evidente es como la cámara sigue constantemente al profesor y sus gestos, él marca los tiempos cada vez que está en escena, demostrando su poder absoluto y dominio a lo largo del metraje. En varias secuencias, ni el protagonista ni el antagonista necesitan hablar, sólo el ritmo marcado por la música y los movimientos de cámara son necesarios para entender la pugna y la tensión. Si a eso le sumamos el uso de colores y la iluminación, tenemos una big band funcionando de forma pulcra y orgánica. En este sentido, no es azaroso que en la primera escena el estudiante esté de blanco y el profesor de negro, pero que en la última escena ambos estén de negro, pues finalmente, y como veremos más adelante, ya no hay oposición, sino que se ven como iguales.

Otro aspecto fundamental para entender el impacto visual y cinematográfico de este filme es su trabajo de montaje y edición. Cada corte, cada escena, cada secuencia está cronometrada y montada de tal forma que sigue el ritmo del jazz. En algunos momentos más tranquilos y pausados, como si fueran los bronces de una banda que están manteniendo una nota, pero en cosa de segundos, los movimientos se vuelven más frenéticos y acompañan cada baquetazo y cambian al ritmo de la caja y el bombo. Un trabajo de relojería que nos regala un placer visual durante los cien minutos aproximados que dura la película (no por nada el equipo de Chazelle triunfó con un Oscar en esta categoría).

ÉXITO, EGO Y JAZZ: LA OBSESIÓN

El argumento de Whiplash gira entorno a la relación alumno-profesor entre Andrew, interpretado por un joven Miles Teller, y el maestro Fletcher, caracterizado por el connotado J.K. Simmons. Entre ellos existe una tensión que se manifiesta desde un principio, desarrollando una historia donde Andrew quiere transformarse en la nueva gran figura del jazz y Fletcher busca construir al futuro referente del género. Y es ahí donde aparece el concepto clave: la obsesión. Ambos personajes están sumidos en un torbellino de ego y obsesión que los impulsará a lograr su objetivo, sin importar el camino que deban tomar, los métodos que tengan que utilizar y las personas a las que tengan que desechar, ningunear u olvidar. Dos fuerzas antagónicas con un mismo objetivo que terminan creando una relación tóxica y brutalmente destructiva. ¿Es esto algo correcto? ¿Es así como se logra a los grandes músicos y referentes de un género? Por supuesto que no, pero la película no busca establecer una ética a seguir ni tampoco busca generalizar la realidad de los músicos en los institutos y conservatorios; simplemente nos presenta una historia particular de un estudiante y un profesor obsesivos en búsqueda del éxito.

Como lo planteó Damien Chazelle en algunas entrevistas, si bien la cinta tiene ciertos elementos autobiográficos, obviamente la ficción creada va mucho más allá y exagera ciertas personalidades tóxicas para mostrarnos de lo que son capaces ciertas personas con tal de lograr objetivos obsesivos y ambiciosos. En ningún momento se justifica o se intenta afirmar que efectivamente se tenga que utilizar el “método Fletcher” para conseguir el éxito o para extraer lo mejor de un estudiante; tampoco hace una alusión de que todos los músicos de jazz deben pasar este tipo de situaciones para sacar lo mejor de sí. No hay una intención moralizadora o didáctica, sino sólo la voluntad de permitirnos rescatar, a través del metraje, aspectos claves de estos personajes que nos ayudarán a identificar ciertas conductas destructivas y autodestructivas guiadas por el ego y el exitismo.

Andrew y Fletcher, criatura y creador, dos huracanes de fuerzas contrapuestas donde uno busca vencer al otro, pero al mismo tiempo potenciarse para llegar a la cima. Quieren pisotearse, pero al mismo tiempo se admiran; quieren vencer al otro, pero también sacar lo mejor de su contenedor. Comienzan como opuestos y terminan como iguales. Un torbellino de ego entre el Doctor Frankenstein y su creación, quien termina venciéndolo en su propio juego. El final apoteósico de la película no es más que el clímax de una toxicidad que no da para más. Una secuencia que, a ritmo de jazz frenético, nos lleva a un éxtasis de obsesión donde evidenciamos el “triunfo” de Fletcher al ver a su criatura surgir entre compases y golpes de bombos. El protagonista termina sucumbiendo frente al antagonista, pero en esta obra los dos ganan y los dos pierden, entregados al jazz, entregados a su ego, entregados a su obsesión.

El segundo largometraje de Chazelle es una obra hermosamente construida, perfectamente ejecutada e increíblemente actuada. De ninguna forma pretende ser un análisis profundo del jazz ni tampoco hacer homenaje al género. El filme nos sumerge en la obsesión dentro de una disciplina específica (la música), demostrando los límites que puede romper el ser humano cuando es cegado por la ambición de sus metas. Hoy, en un mundo extremadamente exitista, la película Whiplash toma un nuevo sentido y pone en la palestra, a casi 10 años de su estreno, que la obsesión puede llevarnos al éxito, pero con fantasmas y sombras difíciles de cargar. Y todo esto, al ritmo de un jazz que enamora y nos permite ser parte de este éxtasis creativo.

TW: @BrunoEdhel

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