Para quienes no somos nativos digitales, intentar estar, dominar, saber, entender el mundo de las redes digitales es una cuestión de vigencia. Si aún trabajamos no podemos sustraernos. Si aún tenemos hijos en casa o le entramos al tema o nos resignamos a no pertenecer a su mundo. Si tenemos insomnio y no nos “ayudamos” a buen dormir no tener redes es acabarnos los borregos del mundo intentando contarlos para conciliar el sueño.
No quiero ser tan dogmática, pero no hay alternativa, es sí o sí. Releo lo que acabo de escribir y me doy cuenta que generalizo y tomo la parte por el todo; entiendo que hay millones de personas que las redes para ellos siguen siendo esa herramienta tan importante de trabajo.
Soy yo y mi circunstancia y por tanto hablo desde mi experiencia. Twitter me recordó que tengo cuenta desde hace 10 años, la data de mis inicios en Facebook significa bastante más años. En Instagram tengo poco y como no soy de mucha foto, tampoco soy muy activa que digamos. Tengo cuenta de TikTok y no la uso, de Linkedin solo en ocasiones ingreso y YouTube me sirve para aprender, cocinar y escuchar música.
Al partir del hecho que soy usuaria de estas modernidades, quiero compartirles lo que alcanzo a ver y las emociones que despiertan en mí las publicaciones de mis contactos.
Estar en redes demanda actitud, aptitud y tolerancia. Recuerdo que tuve que acostumbrarme y aprender el lenguaje y la dinámica de cada red. Algo que todavía cuestiono y me sorprende es el consabido envío de una “solicitud de amistad”, ¿cómo? ¡Le tengo que pedir a alguien que sea mi amigo! Puedo pedir la amistad de alguien, pero luego puedo bloquearle o eliminarle, o sea, hacer como que no existe. Puedo comentar algo que publique en su muro, aunque a esa persona le importe nada lo que yo piense. Puedo morirme de coraje por algo que escribieron y a ellos valerle un cacahuate la reacción que originaron. ¡Qué chistosas amistades! Esto último lo recupero de lo que escribí hace tiempo pero que sigo pensando.
Por sus muros los conoceréis, parafraseando la frase bíblica de “por sus frutos los conoceréis”, pudiera ser cierto, me puse a revisar y armé categorías de muros: “el de los lamentos”, el que se queja de todo y exhibe las miserias humanas, desde los paseadores de perros que no recogen las gracias de sus mascotas, hasta los exesposos desobligados que no pagan las pensiones de los hijos. Luego está el muro de la “vida es bella”, en este tipo de muros todo es hermoso, por supuesto que no faltan las reseñas familiares, las bodas, los cumpleaños, los viajes, los amigos, todo es estéticamente correcto, casi que perfecto. También encontré los muros “de los recuerdos” estos contienen fotos del ayer, da la impresión que reafirman el dicho de que todo pasado fue mejor. Los muros “fitness” basan su permanencia en las fotos de “yo haciendo ejercicio”, “yo comiendo saludable”, “yo con mi outfit de Lulu Lemon”, “yo con el musculo marcado”. Los muros “religiosos” son los que contienen oraciones, cadenas, imágenes de santos, comparten servicios dominicales y fiestas patronales. Los muros “intelectuales” son los que contienen citas literarias, imágenes de obras de arte, asistencia a obras de teatro, conciertos y más. Los muros “científicos” te ofrecen información de todas las enfermedades, remedios caseros, medicina antienvejecimiento, recomendaciones para vivir más y mejor. Y por supuesto que la lista en esta “clasificación de muros” puede crecer tanto como posturas, creencias, ideologías, intereses haya en el mundo.
¿Y por qué vemos mas publicaciones de ciertos temas? Por el famoso algoritmo que detecta que tu diste un like o te detuviste en algún contenido, eso me hace pensar que las redes nos conocen mas de lo que nos conocemos nosotros mismos.
Hay una exhibición exacerbada, las redes son los nuevos aparadores. Fue usual para muchos de nosotros recorrer los aparadores de las tiendas para ver las novedades de la oferta comercial, ahora con un cursor vamos, subimos y bajamos viendo los aparadores de las personas donde nos exhiben su vida en todas sus manifestaciones, sus posturas con todos sus radicalismos, sus debilidades sin recato, sus historias reales y las inventadas, sus juicios y su vida interior.
Sea como sea, hay que reconocerlo: las redes se han vuelto nuestra compañía. Es como si leyéramos el Hola del pueblo, como si la vida no existiera si no queda registrada en ellas. ¡Vaya manera de caer en las redes! En 2022 pasamos un promedio de 151 minutos al día, ¿así o más enganchados? Seguir o abandonar, he ahí el dilema.
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